Susana recibe, con cierto estupor, los datos de empleo récord que el Gobierno publica puntualmente a principios de cada mes. Los lee en la prensa o los escucha en la radio o por la televisión con cierta incredulidad. También con frustración. “Cuando dicen que ha subido la afiliación a la Seguridad Social no lo entiendo. Te vuelves loca, ¿cómo que ha subido y yo no consigo encontrar un trabajo?”, se pregunta esta mujer de 47 años, que lleva tres en las listas del paro.
Los últimos datos de empleo son realmente de récord. En mayo, la afiliación marcó su máximo histórico, con más de 21,3 millones de trabajadores, y el paro registró la cifra más baja desde el mismo mes de 2008. Pero la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ya advirtió entonces que, pese a la buena senda, aún “queda mucho por recorrer para que no haya ni una persona en paro”. Y los parados de larga duración, aquellos que están más de 12 meses buscando empleo, son uno de los colectivos donde la exclusión del mercado de trabajo es más severa. Como muestra el siguiente gráfico, el tiempo sin trabajar, unido a la edad, es uno de los factores que más engrosa el área de desempleo.
“El factor más determinante de que no encuentres un trabajo es llevar mucho tiempo desempleado, por encima de variables como la cualificación, la situación familiar, el género, etc.”, apunta la directora del centro de investigación y análisis de políticas públicas Iseak, Sara de la Rica, experta en mercado laboral. De hecho, mientras la última EPA sitúa los niveles de búsqueda de empleo reconocidos del primer trimestre de 2024 en niveles de finales de 2008, el año en que comenzaron a notarse los efectos de la Gran Recesión, el de personas que llevan más de dos años en paro se ha duplicado.
En el mazazo económico y social que supuso la crisis iniciada en 2008 está, en parte, el origen de este fenómeno. “Más de tres millones de personas se van al desempleo y hasta 2014 no comienza la recuperación. Entonces, empezamos a ver ciertos perfiles que se empiezan a cronificar. Los jóvenes tenían dificultades para incorporarse al mercado laboral, pero a partir de 2016 vemos que, con cualificación, formación profesional o universitaria, comienzan a despegar. Quienes se quedan atrás son las personas mayores que habían estado muchos años en la misma empresa y tienen unas facultades localizadas en unas funciones específicas, lo que coincide con una transición tecnológica sin precedentes, y otros perfiles analógicos no queridos porque probablemente no están adaptados”, desarrolla De la Rica.
Paloma tuvo que dejar su trabajo hace algo más de una década. “Mi marido es ingeniero técnico y le trasladaron a otro país, así que tuve que elegir entre irme con él y mi hijo o seguir trabajando en España, en un empleo peor pagado que el suyo”, explica. Como muchas mujeres, sacrificó su vida laboral en pro de la estabilidad familiar que les daba el contrato, con mejores condiciones, de su pareja. Cuando regresó, intentó buscarse la vida. Envió currículos, hizo cursos, se apuntó al SEPE e, incluso, intentó trabajar como autónoma. “La principal dificultad que encuentro es la edad, ligada a la falta de conocimientos de informática”, admite.
Tras un periodo de cuatro años dedicada a encontrar trabajo, y con 55 años, ha conseguido reengancharse al mercado laboral a través de un programa de empleo de la Fundación Santa María la Real, que coordina el Observatorio de Desempleo de Larga Duración. “Ahora estoy muy feliz, pero me ha tocado llorar bastante, porque a nivel psicológico afecta muchísimo. Al principio piensas que es un parón, pero luego te sientes una inútil”, explica. La entidad analiza también las causas de esta situación de expulsión crónica del empleo. “Por un lado tenemos el edadismo, con reticencias por parte del sector empresarial a contratar perfiles por encima de los 45 años. Por otro, identificamos penalizaciones a las mujeres, tras haberse ausentado por cuestiones de cuidados, de hijos, pero también de mayores, que les complican la vuelta al mercado laboral”, reconoce su coordinadora, Pierina Cáceres.
Como muestra el gráfico anterior, este fenómeno afecta especialmente a las mujeres. Cuatro de cada diez paradas lleva más de un año buscando empleo. María Antonio sufrió un infarto en 2017. Trabajaba como eventual en Correos y tenía 50 años. Desde entonces no ha conseguido reengancharse. “Me dan una incapacidad permanente total, pero luego me la quitan. Cuando intento reincorporarme a la bola de empleo, la doctora de la empresa me dice que no soy apta para volver”, recuerda en conversación con elDiario.es, al teléfono desde Cádiz.
Cronificar la búsqueda de empleo afecta a la autoestima y al bolsillo. “Había trabajado cuidando a grupos de niños, en una contrata de limpieza, en grupos textiles. Sí tengo experiencia, pero sientes que no vales para nada, que eres una inútil. Además te afecta en todo, porque ves que los ingresos no son los mismos. He tenido que ir a servicio sociales y pedir ayuda a mi madre. Al final son dos familias hipotecadas”, lamenta, mientras intenta recuperar la motivación. “Me quiero sentir realizada”, reivindica.
María Antonia lleva desde 2017 buscando trabajo: "Tengo experiencia, pero la edad no contribuye"El caso de María Antonia, quedarse en desempleo de larga duración tras un problema de salud, es recurrente. “Los casos más largos suelen venir precedidos de enfermedades o incapacidades no reconocidas”, señala la coordinadora de programas de Igualdad de Oportunidades en el Acceso al Empleo de Cruz Roja Madrid, Marta Albuerne. Francisco Javier ha accedido a uno de estos programas hace unos meses, tras más de 12 años encerrado en si mismo.
Este hombre había dedicado toda su vida a recorrer palacios y embajadas realizando tareas de decoración y tapizado de Patrimonio Nacional. En su última etapa laboral se había centrado en yates de súperlujo en Mallorca. Con casi 50 años le dio un infarto. “Llevo 12 años apuntado a la agencia de empleo y no me llaman nunca”, dice entrado ya en los 60 y con una pensión de algo más de 500 euros. “Vivía en Pozuelo, pero no podía pagarme una vivienda allí. Ahora estoy en Móstoles, donde pago 350 por una habitación. Con el teléfono y el abono transporte, me quedo sin un duro”, lamenta. En este sentido, el vicesecretario general de política sindical de UGT, Fernando Luján, señala que “lo fundamental es combinar el nivel asistencial, con una prestación digna, con un acompañamiento adecuado y unos servicios públicos de empleo que funcionen con unos verdaderos itinerarios, recualificaciones y que sean intermediarios entre las empresas y las personas trabajadoras”.
A finales de abril, el Consejo de Ministros aprobó un real decreto por el que desarrollaba la cartera común y los servicios que garantiza la Ley de Empleo, con la que el Ejecutivo quería modernizar los servicios de empleo públicos y que comprometía una atención “individualizada” al ciudadano. Estos nuevos derechos, que deben desarrollar las comunidades autónomas, incluyen un perfil propio de cada demandante, con un itinerario personalizado y una persona que le oriente y ayude para mejorar su formación. Sobre el papel, los sindicatos mayoritarios han celebrado esta medida pero recuerdan que para que se plasme en la práctica hacen falta recursos. “Los servicios de empleo necesitan personal y las ofertas de empleo público son pequeñas, pese a que la media de edad de los funcionarios es muy elevada”, recuerda el secretario de políticas públicas y protección social de Comisiones Obreras, Carlos Bravo.
Como el resto de testimonios recogidos en este reportaje, Francisco Javier coincide en que, a nivel psicológico, no encontrar trabajo es “destructivo”. “Hay que luchar cada día para no caer en una depresión más profunda”, se convence. En su caso, también señala al edadismo. “Me han llamado de dos o tres sitios, pero en cuanto digo la edad... Creo que sería mucho más interesante si me hicieran una entrevista presencial, pero me parece que en cuanto superas cierta edad, ni siquiera miran el currículum”, relata sobre su experiencia.
Para afrontar el edadismo, la directora de Iseak propone trabajar para sensibilizar a los empleadores. En 2023, la Fundación publicó un estudio en el que constaban que, a partir de los 45 años, la posibilidad de recibir respuesta a una oferta de trabajado es, prácticamente, la mitad que a los 35. “Las empresas, incluso de manera inconsciente, no se dan cuenta de que caen en esa discriminación por edad”, indica De la Rica. En los últimos meses, tanto la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, como el Partido Popular, han defendido la necesidad de impulsar los currículos ciegos, sin información personal, para tratar de abordar estas casuísticas.
“Frustra llegar a una entrevista y que te pregunten la edad, cuando tengo 20 años de experiencia”, lamenta Susana. Ella trabajó esas dos décadas en unos conocidos grandes almacenes. Tras la pandemia de covid pasó una mala racha y dejó el trabajo. “Pensé que sería más fácil reengancharme, pero no lo está siendo”, dice. Tiene 47 años, lleva tres buscando y solo ha tenido la oportunidad de enfrentarse a una entrevista.
José Jacinto sigue levantándose temprano. Trata de mantener una rutina y compagina las actividades en la lanzadera de la Fundación Santa María la Real con su propia consulta de ofertas, cursos online y las tareas familiares. “Intento tener la mente ocupada”, aconseja. Tiene 59 años, a quien la pandemia le dio un vuelco. “Me cogió con una edad en la que ya somos invisibles. Envío currículos que se adaptan a mi perfectamente pero ni se molestan en llegar a la entrevista. La edad es el mayor hándicap y es un error”, explica. Como muestra el siguiente gráfico, hasta los 60, la edad engorda la bolsa de personas paradas de larga duración.
José Jacinto había buscado trabajo antes de este último periodo, que se alarga ya durante cuatro años. “Hubo un año o dos que me dediqué a cuidar a mis padres, pero después siempre encontré trabajo, hasta esta última etapa”, lamenta. Está casado y tiene una hija de 19 años. En su caso, reconoce, ha tenido una red de “apoyo y comprensión” y la capacidad para ir tirando de ahorros. Además, recibe el subsidio por desempleo, que se incrementará de los 480 a los 570 euros. En la negociación de esta prestación con los sindicatos, el Ejecutivo ha comprometido una partida específica de 633 millones de euros para políticas activas de empleo para mayores de 52 años, que mantendrán su cotización al 125%, como había reclamado Podemos, que tumbó el primer intento de reforma por la rebaja al 100%.
“El impacto en la pensión preocupa muchísimo, es una generación de estrés”, explica la coordinadora de Cruz Roja sobre la repercusión de esos últimos años de vida laboral en la posibilidad de jubilación y en la cuantía. En este sentido, Carlos Bravo explica que mientras la jubilación voluntaria, a partir de los 63 años, se mantiene estable, la involuntaria, aquella a la que se acogen quienes han sido despedidos, ha caído a mínimos. “El escudo social articulado durante la pandemia ha permitido salvar miles de empresas y millones de puestos de trabajo. Como no ha habido una destrucción masiva de empleo la gente no se está marchando a la jubilación, que ha caído al 4%, una cifra mínima, porque si puedes evitarlo no te jubilas”, desarrolla sobre la importancia de impulsar políticas que permitan la reincorporación de estas personas al mercado laboral.
¿Y qué ocurre con los jóvenes? “Hay un porcentaje de población que tiene menos de 30, incluso de 25 años, que atraviesan una situación de autoestima similar, pero que es muy diferente respecto al bagaje”, aclara Albuerne: “Son personas que no tienen una cualificación profesional y que vienen, en muchos casos, de situaciones familiares muy complejas, que no ayudan a que haya una motivación. En estos casos, además de trabajar herramientas técnicas, hay un enfoque hacia cómo construirse a si mismos y cómo se proyectan en el futuro”.