El profesor de la UIB y consejero del Banco de España se enfrenta a todos los mantras neoliberales y defiende que "la mayor productividad laboral se debe acompasar con subidas salariales y con la reducción de la jornada", y asegura que "no son tan letales para las empresas"
Trump frena en seco los avances hacia una mayor justicia fiscal global
El profesor de la Universitat de les Illes Balears (UIB) y consejero del Banco de España, Carles Manera, ha publicado 'Economía en crisis.
Los acontecimientos económicos y políticos de los últimos días, tanto a nivel internacional como nacional, apelan directamente a su libro. Desde la investidura de Trump, estamos viviendo una contraofensiva neoliberal desde Estados Unidos que está cuestionando los avances de los últimos años hacia una mayor justicia social, basada en la cooperación entre países, en la multilateralidad, en una renovada importancia de la inversión pública y del papel del Estado... ¿Le ha sorprendido especialmente alguna de las primeras decisiones tomadas por el nuevo presidente norteamericano?
Pues la verdad es que no, porque de alguna manera él había hecho esas promesas. Unas promesas de ultranacionalismo económico, de un nuevo planteamiento geopolítico, con pretensiones imperialistas. Y con una total sinergia con los lobbies empresariales que le han dado apoyo y a los que, evidentemente, ha prometido compromisos concretos. Esos lobbies van a pasar o ya estarán pasando sus respectivas facturas. Y en la concreción de todo esto, en este último punto, está la recurrencia a la bajada de impuestos a los ricos y a las empresas. Otra cosa es ver la efectividad de esas medidas.
De momento, la Unión Europea (UE) guarda cautela. Pero la amenaza de una guerra comercial y el complicado contexto geopolítico están ahí. ¿Qué dirección debería tomar en lo económico la Comisión Europea?
Desde una perspectiva sensata o razonable, se trataría de alguna manera de poner énfasis en que la Unión Europea puede tener mercados alternativos, que es algo que ya está haciendo China. Es decir, el envite que hace Trump puede tener consecuencias negativas para su propia ciudadanía, porque él piensa que los aranceles los van a pagar los extranjeros, pero con mucha probabilidad los norteamericanos van a tener que pagar también esos aranceles. Entonces hay una idea importante, y es que la Unión Europea debería abrir sus posibilidades comerciales hacia otros mercados. Mientras dure esta etapa dura por parte de Estados Unidos, estoy pensando quizá en una mayor colaboración con Asia. Teniendo en cuenta que la importancia de China para los productos europeos, tanto en exportación, por un lado, como en importación, es relevante.
Con Alemania estancada, y Francia asediada por las incertidumbres, España lidera el crecimiento económico de la UE. ¿Qué fortalezas y ventajas identifica de nuestro país en esta situación? ¿Y qué debilidades?
Hay unas ventajas que se están manifestando de manera clara, que es una apuesta inversora en temas sociales. Es un elemento muy determinante del desarrollo económico español. En otro sentido, las inversiones del Next Generation están dando ya resultados, y un indicador clave es que España está incrementando mucho sus exportaciones de servicios no turísticos, que son actividades de mayor valor añadido. Otra fortaleza es la política económica en grandes ejes que se ha desplegado, tanto de apoyo energético en los momentos más duros de la guerra de Ucrania, a otras medidas de esa naturaleza. Por otro lado, para mí la debilidad más importante es que la inversión pública todavía es insuficiente. Creo que lo que se debería hacer es un mayor esfuerzo, y poner el ratio de inversión pública sobre el PIB en España a un nivel más acorde con los países europeos.
Esta debilidad choca con las visiones conservadoras de que la recuperación de la economía se ha apoyado en un excesivo incremento del gasto público, que ha disparado nuestro déficit [el desequilibrio presupuestario] y la deuda pública.
Eso es incorrecto desde el punto de vista técnico. Con los datos en la mano, eso es incorrecto. Además, cuando hemos tenido una situación recesiva o una situación de crisis o una situación de contracción de la economía... ¿Qué políticas económicas han sido las más efectivas para salir de ese bucle? Sin lugar a dudas, si nosotros tomamos como referencia la crisis del 2008, la crisis del 2020 y la crisis derivada de la guerra de Ucrania, lo que ha salvado la economía ha sido precisamente el incremento del gasto público. En 2008 ese gasto público se contrajo, y se plantearon recortes draconianos a la economía española, y salimos de esa crisis en 2014. De la crisis del 2020, en apenas pocos trimestres. Esto nos da una magnitud objetiva, independientemente de la ideología que tengamos, de que se han conseguido resultados.
Estos argumentos me llevan a algo que está presente constantemente en el libro, que es la relevancia de la historia económica para analizar las políticas y tomar decisiones.
Es una herramienta que ha sido muy útil. Yo pongo un ejemplo en el libro que es muy ilustrativo, que es la actitud que tuvo el presidente de la Reserva Federal (Fed) en Estados Unidos en la crisis del 2007-2008. Cuando Bernanke decide bajar los tipos de interés y abrir los grifos del crédito, él ha reconocido en sus memorias que lo hace porque sabía historia económica. Porque él es un historiador económico experto en el crack del 29. Y ese conocimiento le permitió actuar de manera diametralmente opuesta a la que actuó el presidente de la Reserva Federal en los años 30. Y, por tanto, consiguió que Estados Unidos, prácticamente en un año, superara la crisis financiera.
El sólido avance del PIB de España, la fortaleza en el plano macroeconómico, choca con la percepción de muchas familias y trabajadores de que a ellos no les va tan bien. ¿Por qué?
En los últimos barómetros del CIS, una de las preguntas es: ¿A usted cómo le va? La gente contesta: bueno, a mí no me va mal. Sin embargo, cuando la pregunta es: ¿Cómo ve la situación del país? La respuesta es muy mal, muy mal. Hay mucho trabajo por hacer, sobre todo en la eliminación de la pobreza y en el abordaje decidido del problema de la vivienda. Pero imaginémonos por un momento que si no se hubiera crecido a una tasa de cercana al 3% no se hubiera tenido la posibilidad de hacer la política redistributiva que se ha hecho en forma de incremento del salario mínimo (SMI), de ayudas como el Ingreso Mínimo Vital (IMV) u de otras parcelas del gasto público.
La vivienda se ha situado precisamente como el principal problema económico en nuestro país para las familias, pero no se atisban soluciones eficaces. Entre las últimas medidas adoptadas por el Gobierno, se ha vuelto a decidir bajar impuestos. Usted es muy crítico con este tipo de políticas...
La política de bajada de impuestos es el mantra, yo diría que casi único, de la política económica conservadora, que además lo extiende a la desactivación del sector público. Se está expandiendo desde Argentina hasta algunos países europeos, pasando por Estados Unidos. Siempre es lo mismo: bajen los impuestos y todo se va a resolver. No hay ningún estudio empírico científico que demuestre eso. La manida curva de Laffer, que se invoca constantemente por parte de ese espectro ideológico económico, no tiene evidencias concretas. En el caso de la vivienda, el problema en España es que se necesita una colaboración intensa entre todas las administraciones y es ahí, con la situación de crispación que existe en el país, donde resulta más dificultoso, las comunidades autónomas y los ayuntamientos tienen la mayor parte del suelo. El gobierno central tiene mayor capacidad de inversión y de activación. Pero si no hay una entente entre esas administraciones, pues va a ser muy difícil resolver el problema. Una sola administración por sí misma no va a poder hacerlo.
En el plano fiscal, usted defiende que es clave pedagogía: hacer entender a la gente dónde van sus impuestos. Pero la verdad es que suelen imponerse otros discursos anti recaudación...
Esto es muy importante y además hemos tenido desgraciadamente acontecimientos que nos han dado esa magnitud. El tema de la Dana, por ejemplo, serían impensables la recuperación, las ayudas o los apoyos que se están dando desde las administraciones públicas si no hubiera previamente una recaudación impositiva. Es decir, los impuestos son el instrumento central para la redistribución de la riqueza. Es lo que permite a los Estados poder asignar de manera correcta partidas hacia la sanidad pública, la educación, los servicios sociales o las ayudas que se necesiten en épocas de enorme dificultad. Si nos fijamos en lo que pasó en la COVID, pues lo mismo.
Además, explica en el libro que la mayor parte de nuestra contribución fiscal acaba en políticas sociales.
Efectivamente, se va a pensiones, a gasto sanitario, a gasto educativo, a los seguros de desempleo... Eso es lo que hay que preservar desde mi punto de vista, a toda costa.
Sin embargo, los trabajadores que han sufrido por la inflación, que tiene dificultades para pagar su alquiler, que pagan sus impuestos y que llegan al centro de salud de su barrio y ven cómo se ha deteriorado en los últimos tiempos... Parece fácil que corran esos discursos anti impuestos...
Ese es un discurso que básicamente esgrime la ultraderecha, pero que lo hace con percepciones subjetivas, que además señalan que los inmigrantes se benefician de los servicios públicos. Los servicios funcionan razonablemente. Pero lo que se traslada es un discurso relativamente fácil, con altavoces por parte de determinadas redes sociales y medios de comunicación.
La financiación pública de los ERTE en la pandemia, la emisión de deuda conjunta de la UE para el Plan de Recuperación 'Next Generation', el desarrollo del IMV y la subida del SMI han sido grandes avances, impensables hace una década, que no calan de la misma forma.
Es la desesperación que tenemos los economistas que estamos trabajando en estos temas y que con datos en la mano vemos las evoluciones macroeconómicas, el impacto micro que puede tener eso en el mundo de la empresa o en el mundo del consumidor, y que luego a las percepciones particulares no acaba llegando. Cuando estalló la pandemia en marzo del 2020, se habló de que podíamos tener una vacuna en septiembre de 2020. La gente dijo que no era posible porque las vacunas tardan unos cuatro años de promedio en hacerse efectivas. Bueno, pues en septiembre tuvimos tres o cuatro vacunas. ¿Por qué? Porque hubo una apuesta de inversión pública mutualizada hacia las empresas farmacéuticas, para que dinamizaran al máximo la inversión y la investigación. De nuevo, el sector público fue determinante. No fue el mercado. Fue la política de Estados emprendedores. Cuando lo explicas, la gente lo entiende, pero es que es necesario reiterarlo mucho, porque el mensaje contrario es tan fácil, es tan simple, es tan poco matizado, es tan blanco o negro... No hay ningún matiz, ni gris, ni ningún otro contraste, por lo que cala mucho más que un mensaje más racional, con datos...
¿Confía en que las grandes políticas van a tener continuidad?
Dependerá que lo que la gente decida en las elecciones. Sería deseable que estas políticas, que tienen la idea del bien común, del bienestar de la ciudadanía, de la reivindicación de los servicios públicos que nos afectan a todos, continuaran. El tema está en que la economía es una ciencia compleja, en la que la ideología cuenta. Aunque muchos economistas se pongan estupendos y digan que no, la ideología cuenta. De lo que se trata es que esa ideología no nos ciegue a la hora de ver los números, los datos... Y poder ver que una política económica está funcionando, a pesar de que pueda incrementar transitoriamente el déficit público y la deuda. Por cierto, esto no es algo que dijera Karl Marx, eso lo dijo Adam Smith a fines del siglo XVIII. O sea ,que estamos hablando del germen de la economía liberal.
La reducción de la jornada laboral es una de esas grandes políticas, y se ha encontrado con una fuerte oposición, que argumenta que la baja productividad no lo permite. ¿Cómo enfoca este debate?
Esto siempre ha pasado cuando se han planteado reformas. La invocación a la productividad debo confesar que es un dato que no me creo. Ya no me creo que la productividad de los trabajadores sea baja. Lo que es muy probable es que sea la productividad del capital lo que esté cayendo, es decir, que sea el capital quien no esté haciendo las inversiones adecuadas para mejorar la productividad conjunta. Pero la productividad de los trabajadores, los datos más recientes disponibles, están indicando lo contrario al discurso oficial.
Lo que nos dice la Contabilidad Nacional es que el único componente que realmente se está retrasado respecto al resto de la actividad económica es la inversión empresarial.
Los empresarios deberían tomar nota de eso, y no focalizar el tema en el mundo del trabajo.
Mientras, en 2024, las empresas de la bolsa batieron récords de beneficios y de reparto de dividendos entre sus accionistas.
Es muy difícil creer que la productividad del trabajo esté cayendo. Hay mayor productividad laboral, y lo lógico es que se acompase con incrementos salariales que además no son tan letales, teniendo en cuenta el nivel de beneficios que existe.
Los bajos salarios en general en nuestro país son uno de los grandes problemas estructurales, y desde las derechas lo que se hace es enfrentar a los nacionales con los inmigrantes.
Sin duda, es otra de las intoxicaciones económico-sociales que se están desarrollando. Es importante subir el salario mínimo, reducir la jornada laboral y que en los convenios colectivos se tenga en cuenta el crecimiento de la productividad aparente del trabajo. Todo esto es independientemente del origen étnico o geográfico de la persona trabajadora. Ahí tienes trabajadores que están realizando tareas muy duras en el mundo agrícola, en la construcción, en los servicios... Buena parte son población inmigrante que está pagando sus cotizaciones, y que en muchos casos están infrapagados.
¿Tienen margen los sindicatos para recuperar el prestigio perdido en la gran crisis financiera y volver a ser una herramienta para luchar por unas mejores condiciones laborales?
Los sindicatos juegan un papel importantísimo. Independientemente de que hayan pasado por momentos de crisis interna, de problemas credibilidad... ¿Qué instituciones no han pasado por esos baches? Una sociedad sin sindicatos sería una sociedad más pobre democráticamente.
Otro campo de batalla ideológico es la sostenibilidad de las pensiones públicas. Se está avivando una guerra generacional para atacar la última reforma. ¿Los mayores están perjudicando a los jóvenes?
No soy experto en este tema, pero mi posición es que no se puede trabajar en términos de guerra intergeneracional. Las pensiones son sostenibles. De lo que se trata es de mejorar el mercado laboral, para hacer más viable la posibilidad de que la población joven pueda acceder a puestos de trabajo adecuados y pueda tener una capacidad de consumo que nos permita redundar en beneficio del gasto social que representan las pensiones. Pero es absurdo plantear una lucha entre abuelos y nietos.