El gigante asiático no contempla ni implorar el indulto como Canadá y México para evitar la subida arancelaria del 25% ni solicitar la tregua negociadora de Europa como fórmula de elusión de reprimendas tarifarias americanas. Pekín dice disponer de mejores armas que en 2018, durante la primera guerra comercial de Donald Trump, con las que repeler el nuevo asalto geoestratégico al que le ha retado EEUU
La respuesta alternativa a los aranceles de Trump: subir los impuestos a Elon Musk, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg
Algo de encantador de serpientes (ahora que empieza el Año Lunar de este reptil de su zodiaco) debe poseer Xi cuando de sus dos conversaciones con Trump desde que ganó las elecciones -la primera, a los pocos días de su triunfo en las urnas y la segunda, el pasado martes- ha surgido una reducción de la escalada arancelaria a China del 60% al 10%. También es cierto que el último hilo telefónico le sirvió al mandatario republicano para corroborar que no recibiría el indulto de Canadá o México. Pero la réplica del dirigente chino fue igualmente contundente. Pekín dejará la retórica amable y aceptará el desencadenamiento de hostilidades.
No parece un brindis al sol. El gigante asiático ha perfeccionado su escudo de protección frente a las afrentas comerciales del trumpismo. De hecho, puede alardear de tener un parte de guerra meritorio. Porque pese a lo que pueda creer el subconsciente colectivo universal, Pekín no solo ha amortiguado los daños directos de la espiral arancelaria de 2018, durante el primer mandato de Trump, sino que ha salido airoso de las prohibiciones exportadoras, los vetos tecnológicos y los embargos de chips o los repuntes tarifarios a vehículos eléctricos made in China -sus baterías y componentes- que le impuso el Gobierno de Joe Biden. En todo este trayecto, ha mantenido un cómodo superávit comercial con EEUU.
Esta vez, China está en mejor disposición de enfrentarse a la política comercial de Donald Trump. O, al menos, mejor preparada que hace seis años. La segunda economía global ya venía forjando un escudo de protección frente a las esperadas embestidas de su rival geoestratégico. Son varios los botones de muestra: la instauración de férreos controles exportadores sobre la mayor parte de sus materias primas críticas -esencialmente, tierras raras y minerales metálicos, imprescindibles en la carrera competitiva por el cetro tecnológico mundial-, al igual que la aplicación de un gravamen específico a los productos agrícolas chinos altamente demandados por el mercado de EEUU o la activación de medidas contra multinacionales americanas con notables cuotas de consumo en el gigante asiático.
Pekín dirige sus miras a las multinacionales americanasApple es una de ellas. Pero también Tesla, PVH Group, que posee marcas como Tommy Hilfiger o Calvin Klein, o Illumina, compañía de biotecnología especializada en secuenciación genómica que se acaba de asociar con Nvidia para desarrollar Inteligencia Artificial (IA) vinculada al sector de la salud. La compañía de la manzana, por ejemplo, ha visto menguar su confianza inversora al revelar ingresos y beneficios satisfactorios en el cuarto trimestre de 2024 (y en el conjunto del ejercicio), pero con un descenso de ventas del 11% de sus iPhones en China, dato que generó incertidumbre bursátil en Wall Street. Mientras, el buque insignia de Elon Musk cede posiciones en el mercado chino, que ya le ha pasado varias veces factura a la capitalización de su marca de automóviles en los últimos ejercicios.
La tensa e incierta batalla comercial entre ambas superpotencias ha ensombrecido la atmósfera bursátil estadounidense, enervada desde el lunes negro del pasado 20 de enero con la exhibición de DeepSeek -el ChatGPT chino de alta gama- que puso en jaque a los valores tecnológicos hasta el punto de dejar sin apenas pulso capitalista a Silicon Valley. De alguna manera, sigue en estado de shock. Los socios de McKinsey, quizás la más poderosa de las consultoras globales, debaten su presencia en China después de la tensión desatada por Trump con la imposición del 10% de aranceles a las mercancías made in China. Sin aparentes concesiones negociadoras, como en los casos de sus socios del USMCA -el antiguo Nafta, que el propio presidente americano se encargó de lapidar en su primer mandato- México y Canadá.
Bloomberg informa que se ha abierto un intenso debate en su cúpula ejecutiva sobre si la firma de prestación de servicios -y lobby- debería seguir siendo universal o, por contra, abandonar un mercado, el chino, cargado de riesgos por la “volátil” relación con EEUU. Los defensores de su salida arguyen que su negocio es lo suficientemente lucrativo en su nación de origen como para dejar de asesorar empresas chinas. Aunque su jefe internacional, Bob Sternfels, considere que “ser global no es una opción, sino una elección”.
McKinsey tiene oficinas en 130 ciudades de 65 países y sopesa el abandono de China desde antes -afirman fuentes anónimas consultadas por la agencia de noticias- de las elecciones que dieron la victoria a Trump.
En paralelo, Pekín parece haber dado con la tecla que su coyuntura necesitaba oír para espolear su dinamismo. Después de un 2024 con huidas masivas de capitales, el fantasma de la deflación campando a sus anchas y un sector inmobiliario que no terminó de carburar y siguió disparando las deudas de ayuntamientos y bancos. Pese a que sus entidades financieras, con capital estatal dominante, continúan sin extirpar de sus libros contables los excesivos activos tóxicos expuestos al negocio de la vivienda. Entre otras razones, por disponer en la recámara de recursos fiscales de hasta 800.000 millones de dólares para este año y de estímulos monetarios colaterales para abordar el alza arancelaria del 10% de Washington.
El ‘gigante asiático’ no parece tener los pies de barro“China es demasiado grande e importante como para pensar que se puede desmantelar como un castillo de naipes”, alerta Mary Lovely, profesora de economía en la Universidad de Syracuse, para quien la primera Administración Trump “ya tuvo una primera llamada de atención” con su incapacidad para “revertir”, como dijo el líder republicano en 2016 durante la campaña electoral contra Hillary Clinton, el déficit de su comercio bilateral.
Desde entonces, el agujero de la balanza entre ambos países se ha ensanchado hasta los 287.000 millones de dólares en los 11 meses del pasado año, último dato contabilizado. A pesar de que, en 2019, las firmas estadounidenses empezaron a importar de Taiwán o Vietnam, la brecha no ha bajado de los 254.000 millones que registró 2016 -avisa Lovely- y de que Pekín haya aplicado aranceles de represalia sobre bienes estadounidenses durante la Administración Biden por valor de unos 110.000 millones, lo que redujo la entrada de mercancías y servicios made in US.
En este segundo asalto, China “ha engrosado su arsenal de armas comerciales defensivas”, dice. Ya no son salvas de advertencia. Xi mantiene el diálogo abierto con Trump ante un posible, pero improbable acuerdo, al menos a corto plazo, mientras imponía de inmediato gravámenes especiales sobre el carbón y el gas natural licuado, hasta el 15%, y del 10% sobre el petróleo sin refinar, los equipos agrícolas, vehículos de gran cilindrada o las furgonetas comerciales de EEUU. Además de intensificar las salvaguardas, en aras de la seguridad nacional, como no se cansa de invocar Trump -y, en menor medida, Biden- sobre las exportaciones chinas de minerales críticos (tungsteno, telurio, rutenio, molibdeno o el rutenio) y de engordar la lista negra de empresas no fiables; es decir, expuestas a restricciones y sanciones.
En este punto es en el que el equipo económico de Xi, que capitanea Lan Fo'an -su ministro de Finanzas-, admitió la apertura de una investigación antimonopolio sobre Google, iniciativa a la que se une la emprendida contra Nvidia en diciembre, ya con la proclamación del triunfo de Trump y nada más producirse otra nueva vuelta de tuerca de Washington contra los productos y servicios de alta tecnología china. Por si fuera poco, Financial Times avanza que Lan sopesa abrir pesquisas también contra Intel, el otro gran fabricante de circuitos integrados americana, y que tiene a China como su principal mercado exterior.
Gran parte de los servicios de Google, como su buscador o su correo electrónico, están vetados por el régimen de Pekín, pero el emblema de Alphabet todavía obtiene beneficios gracias a las empresas chinas que se anuncian en el extranjero y a sus fabricantes de móviles que utilizan su sistema operativo Android.
Frente exterior y poder de disuasiónXi, además, no abandona el frente multilateral al denunciar las subidas tarifarias de EEUU ante la OMC por “imposición unilateral” y por dañar “el espíritu del libre comercio” y confía en disuadir a su homólogo bajo el argumento de que serán los propios aranceles de la Casa Blanca los que acabarán por infligir dolor inflacionista -paradójicamente, el arma dialéctica que usó en campaña contra la gestión de Biden- a los consumidores de EEUU.
En línea con la tesis de Warwick McKibbin y Marcus Noland, del Instituto Peterson de Economía Internacional, que calculan que los gravámenes del 10% costarían a la economía estadounidense más de 100.000 millones de dólares entre 2025 y 2040; incluso sin represalias chinas. Aunque en colisión con cierto consenso del mercado que considera que vencerá en el seno del Despacho Oval la visión del secretario del Tesoro, Scott Bessent, de que las tarifas son contraproducentes y la mano de hierro de Trump para vencer en sus negociaciones bilaterales.
A los ojos del club de las doctrinas neoliberales, el dirigente republicano tan solo ha disparado una salva al aire para insinuar una devastadora guerra comercial. Si bien otros estudios como el de Economist Intelligence Unit (EIU) afirman que las probabilidades de una negociación bilateral son bajas, aunque existirán, porque su predecesor, el pacto conocido como Fase Uno, firmado al inicio del mandato Biden para restaurar los flujos de bienes, “fue mal ejecutado” y solo “otro colapso de las cadenas de valor podría inducir a una fumata blanca” entre Washington y Pekín.