Washington y Pekín velan armas para una guerra que nadie desea. La escalada arancelaria de la Administración Trump ha distanciado a aliados y rivales competitivos de EEUU. El ‘gigante asiático’ cree que la volatilidad de los mercados doblegará el proteccionismo americano e impondrá la alternativa europea de una desescalada controlada de riesgos (de-risking) entre superpotencias comerciales
La economía china aguanta los primeros envites de los aranceles de Trump
Nadie parece querer una batalla comercial abierta, sin orden ni concierto, y con una gestión que resulta patéticamente caótica.
Ni siquiera los mercados desean entrar en este tipo de hostilidades. A pesar de que en no pocas ocasiones acaban recabando beneficios cuando las aguas bajan especialmente revueltas. Ahora, sin embargo, cunde la incertidumbre más absoluta. Sin haber alcanzado los 100 días de gracia en cualquier gestión gubernamental, Donald Trump, su pléyade de milmillonarios y su equipo de acólitos altos cargos han desconcertado a las bolsas, desencadenado un inédito desprestigio en el rentable comportamiento de los bonos del Tesoro a 30 años -los que generan la confianza con amplitud de miras en la gran economía global-, sepultado por tiempo indefinido la “excepcionalidad americana” -término con el que se conoce en la jerga inversora los beneficios adicionales que caen de los cielos de Wall Street-, y alterado substancialmente la coyuntura de EEUU y del resto del planeta.
Hasta el punto de que ha vuelto a resurgir el espectro de la estanflación e, incluso, de la recesión cuando en la campaña electoral norteamericana instituciones como el FMI admitían que el acto de resiliencia del mayor PIB mundial estaba en disposición, por su elevada tasa de productividad y el combustible que inyectaba en su patrón de crecimiento los avances tecnológicos y el tránsito hacia la neutralidad energética, de impulsar a EEUU a un super-ciclo de negocios; es decir, entrar en un círculo virtuoso impulsado por sus niveles de competitividad innovadora que llevaría a su economía a poner fin al ciclo post-Covid sin episodios contractivos.
Precisamente este cambio de escenario es el factor que China contempla como esencial para ganar la batalla geoestratégica, competitiva y comercial que subyace en su estrategia. De hecho, en Pekín ya parecen congratularse del repentino freno y marcha atrás en la aplicación de gravámenes a los productos y servicios tecnológicos o a los suministros de chips. Aunque mantienen preocupación por el cada vez más probable temor a un decoupling que divida en dos bloques comerciales los flujos de mercancías y servicios y a otro desacoplamiento financiero entre ambas potencias por los vetos cruzados contra los movimientos transfronterizos de capitales.
La globalización emite señales de desacoplamientoParte del consenso del mercado admite “la dificultad de dar una fecha de predicción y de facilitar probabilidades de ruptura del ensamblaje globalizador”, como atestigua Richard Tang, de Julius Baer, mientras observadores internacionales como Scott Kennedy, asesor principal en el Center for Strategic and International Studies (CSII) -think tank de la Universidad de Georgetown-, para quien “la capacidad de resiliencia y las fortalezas de la economía y el sistema político chino están siendo reevaluadas de forma cada vez más positiva” para abordar una guerra geoestratégica de primer orden con EEUU. Howard French comparte en Foreign Policy un diagnóstico similar en el que destaca que Pekín “se enfrentará a embestidas a corto e, incluso, largo plazo, pero la errática y agresiva política arancelaria de Trump confiere a Xi Jinping material propagandístico para crear mensajes propagandísticos de la superioridad del modelo chino” dentro y fuera de sus fronteras.
De igual manera que tras la suspensión de aranceles a productos tecnológicos, farmacéuticos y al negocio de los chips está la influencia efectiva de las bigtechs americanas, con Apple y Nvidia en esta ocasión a la cabeza. Pese a que se vaya a tratar de otra pausa de 21 días para concretar sus gravámenes definitivos, la duplicación del precio del iPhone por los cuellos de botella en los suministros chinos de la multinacional de la manzana es un botón de muestra muy evidente de la espiral inflacionista que se avecina sobre los consumidores americanos que también empiezan a preguntarse si una fragmentación comercial entre EEUU y China es oportuna y conveniente o si los 700.000 millones de dólares de intercambios mercantiles bilaterales entre ambos están en un riesgo repentino y absurdo.
Así lo cree Daniel Ten Kate, editor ejecutivo de Bloomberg en Asia, quien recuerda que, hasta el momento, Trump dice que mantendrá “una valentía inquebrantable y no se rendirá”, mientras Jinping precisa que “luchará hasta el final” de esta contienda comercial antes de asegurar de un modo tajante que Washington y Pekín “han dejado claro que están reestructurando la economía global con objeto de prepararse para una guerra que ningún país desea”. Ni siquiera alguna de las dos superpotencias, matiza.
Kennedy no descarta que EEUU pueda doblar el órdago contra Pekín con sanciones financieras o campañas para aislar al gigante asiático como prohibición de viajes o intercambios académicos con los que intensificar la maniobra de decoupling. Pero advierte: “una China aislada del orden económico y de la sociedad global dejaría un rastro de riesgos geoestratégicos de gran calado”.
En su opinión, Xi Jinping “no se someterá a negociaciones en las que espere que sea el único que haga concesiones” y menos cuando los estímulos fiscales y monetarios empiezan a dar su fruto al devolver al segundo PIB mundial a la senda de un crecimiento del 5% con retorno de capitales hacia sus mercados. Tanto que bancos de inversión como JP Morgan han pasado de percibir una fase de vulnerabilidades en las cadenas de suministro con represión del sector privado, en 2023, que provocaban, a su juicio, el freno inversor a apuntar en las últimas semanas que la huida de los flujos inversores en 2024 se debió a una “letanía de preocupaciones” a corto y medio plazo que se han disipado por el “intervencionismo efectivo” de los meses previos y posteriores a la llegada de la Administración Trump a la Casa Blanca.
El Año de la Serpiente despierta a China del letargoIncluso para 2025, al margen de la escalada arancelaria, el sentimiento era de optimismo. Como lo demuestra la innovadora y fulgurante puesta en escena de DeepSeek que igualaba las fuerzas entre EEUU y China en el terreno tecnológico a los ojos del mercado y que demostraba que las restricciones comerciales de Washington en los negocios digitales avanzados no habían surtido el efecto deseado. En este caso, por la Administración Biden.
En paralelo -explica Kennedy- el Día de la Liberación Arancelaria proclamada por Trump ha dado lugar a un deterioro brusco de la imagen americana en el mundo y Pekín “sabe aprovechar como nadie estos regalos diplomáticos”. Aliados y rivales de EEUU no conciben aún la reconversión de la industria que está detrás de esta agresiva política arancelaria. Ni que haya relegado a su socio europeo por abrazar la postura rusa en Ucrania.
“Puede que la política comercial de EEUU sea una enorme y cara pérdida de tiempo”, asegura. Pero esta batalla geoestratégica está provocando la fragmentación de las dos superpotencias en una lucha en la que Washington busca reducir su dependencia importadora de productos made in China y Pekín diversificar su comercio exterior.
Es, de hecho, la advertencia que dejó Janet Yellen, la secretaria del Tesoro de Biden, meses antes de dejar el cargo: “Nuestras dos economías están profundamente integradas, y una separación total sería desastrosa para ambas”. Desde su negro augurio, los aranceles entre ambas latitudes se han disparado por encima del 120% y se han esfumado de los mercados de capitales casi 19 billones de dólares desde que el S&P 500 tocó su máximo histórico a mediados de febrero. Esta sangría inversora es en la que confía Jinping para erigirse vencedor en el pulso comercial contra Trump.
Decoupling frente a De-riskingNo le faltan razones. La teoría de Yellen coincide con la de la mayoría de socios de la UE, que ha manifestado su apoyo a una desescalada de riesgos más que a una apuesta por la fragmentación de mercados. También fue la fórmula que exhibió Kamala Harris en campaña para desmontar la tesis trumpista de que la “tarifa es la palabra más hermosa del diccionario”. Los defensores del de-risk admiten que los aranceles son un utensilio válido para reducir excesos de dependencia comercial, pero evita que se convierta en un arma de destrucción masiva de la globalización. El decoupling genera una mayor animadversión global, mientras el de-risking, al que Pekín también parece querer jugar, ofrece demoliciones más o menos controladas de estructuras arancelarias.
Sin embargo, con Trump en el Despacho Oval la teoría de Harris, Úrsula von der Leyen o Jinping no parece tener demasiadas opciones de éxito. Los cauces entre los dirigentes de EEUU y China siguen aparentemente abiertos para el diálogo, pero dentro de un contexto de “guerra abierta en el orden económico y geoestratégico, por lo que las ilusiones de un acuerdo duradero pueden enterrarse de lleno”, señala Arthur Kroeber, socio de Gavekal Dragonomics, firma de consultoría de Asuntos Públicos que opera en las dos superpotencias. Esencialmente, este cuadro de mando significa que “Trump se ha comprometido con culminar los intercambios entre ambas naciones”.
Aunque la opinión pública americana ya manifieste su oposición y coincida con el subconsciente colectivo global en que el Día de la Liberación Arancelaria no les deparará nada bueno. Según el Pew Research Center, el 52% de los estadounidenses considera que las subidas tarifarias a China les perjudicarán tanto a ellos como a los ciudadanos chinos. Hace un año, otro sondeo de este instituto demoscópico reveló que 8 de cada 10 norteamericanos tenían una percepción negativa del gigante asiático.
Pero, además de la preocupación inflacionista en los hogares, que ya sopesan retrasar decisiones de gasto futuras, empresas transfronterizas -tanto pymes como multinacionales- han solicitado exenciones a los aranceles a China. Entre ellas, BASF, Ford, e, incluso, Tesla. El asunto es perverso: “la parálisis comercial con China puede traer desempleo, caída de bienes de capital e inflación”, alerta Olu Sonola, director de investigación de Fitch Ratings.