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La conspiración como negocio: Ovnis nazis para financiar el negacionismo del Holocausto

La conspiración como negocio: Ovnis nazis para financiar el negacionismo del Holocausto

Defender una ‘versión alternativa’ e intentar ganar dinero no es necesariamente ilegitimo. Todo el mundo tiene derecho a estar equivocado y, aún así, cobrar por su trabajo. El problema es cuando la conspiración es el producto

La conspiración como relato político: los Illuminati

No hay que ir muy lejos a buscar ejemplos. Esta misma semana, el Center for Countering Digital Hate ha publicado un informe que denuncia que solo diez cuentas de X especializadas en difundir basura ultra han generado 19 millones de euros en publicidad.

Además, en la memoria de todos está el periodista norteamericano Alex Jones, que ingresaba unos 80 millones de dólares anuales con Infowars, una web especializada en ‘versiones alternativas’ y suplementos vitamínicos para hacer más llevadera la masculinidad tóxica de sus lectores. El que siembra vientos, cosecha tempestades, pero en las redes —y más con el tick azul— se suele forrar.

La conspiración puede tener varias encarnaciones, desde una forma de relacionarse a una visión del mundo, pasando por un negocio. A veces es muchas cosas a la vez pero, sobre todo, un negocio. Hay múltiples formas de analizar cómo funciona la caja registradora conspiranoica, y una de ellas es recurrir a uno de sus productos estrella: el antisemitismo (no confundir con algo tan noble como el antisionismo), cuyos cientos de ramificaciones hacen que casi exista una teoría para cada paladar.

El antisemitismo no es solo un mercado, es la suma de miles de micromercados, lo que explica la ingente cantidad de variantes que se pueden encontrar. Un contexto así implica un marco general que todos comparten, pero también la existencia casi inagotable de variantes, en las que las referencias a la competencia se maceran con aportaciones originales. De ahí nace un nuevo caladero que monetizar y al que la competencia todavía no haya llegado. Un maestro en la materia fue el británico David Icke, que montó su emporio editorial convirtiendo de facto a los judíos en lagartos alienígenas para evitar acusaciones de antisemistismo.

Pero de todas las versiones del antisemitismo galáctico, una de las más fructíferas —por lo original— fue la del historiador alemán Christof Friedrich, quién llegó a una curiosa conclusión que le resultaría muy rentable: los ovnis eran naves alemanas desarrolladas durante la II Guerra Mundial. Si la contienda se hubiera extendido unos meses más, afirmaba, estas wunderwaffen hubieran dado la victoria al III Reich.

El origen del bulo

La idea de que los platillos volantes fueron desarrollados por el Tercer Reich, no era nueva pero se hizo popular en 1974, cuando Friedrich publicó UFOs: Nazi Secret Weapon?, al que dos años después se sumó Germany’s Antarctic Claim: Secret Nazi Polar Expeditions. El momento era propicio pues entonces los estudios más serios sobre el III Reich pasaban de puntillas sobre la relación del régimen con el ocultismo, así que la versión dominante seguía siendo la que expusieron Jacques Bergier con Louis Pauwels en El retorno de los brujos (1954). Una aproximación llena de exageraciones y errores, pero también pionera.

Dos de los prototipos que aparecen en el libro UFOs: Nazi Secret Weapon? Dos de los prototipos que aparecen en el libro UFOs: Nazi Secret Weapon?

En realidad, a Friedrich le preocupaba poco la sociedad Thule y su esoterismo, o los delirios ocultistas de Himmler y la Ahnenerbe. Lo que le interesaba era la cuestión aparentemente técnica y ajena a cualquier postulado ideológico: ¿huyó Hitler en un platillo volante a Nueva Suabia (en la Antártida), donde contaba con una base secreta desde la que intentó poner en marcha el IV Reich? La respuesta —o su libro no hubiera sido un auténtico best seller— era que sí. 

Lo que hoy suena como un auténtico disparate —y lo es—en los años 70 tenía otra melodía. Los americanos habían estado repatriando en secreto a científicos alemanes hasta principios de los años 60 en la llamada Operación Paperclip (los rusos, con la Operación Osoaviakhim). La tecnología alemana tenía una excelente reputación, así que la posibilidad de que hubiera desarrollado aviones con forma de ovni tampoco era descabellada. Después de todo, habían fabricado el primer caza a reacción (el Messerschmitt Me 262) o las míticas alas Horten. De hecho, los canadienses habían intentado sin éxito seguir sus pasos con el Avrocar, un disco volador, basándose en tecnología germana. Que Hitler hubiera conseguido huir (como Eichmann, Mengele y otros miles) también entraba dentro de lo posible.

El gran logro de Friedrich fue convertir su obra en la más vendida de la pequeña editorial Samisdat, que se dedicaba a ofrecer todo tipo de libros y memorabilia nazi, y convertirla en el kilómetro cero de negacionismo. En cada pedido que enviaba por correo de UFOs: Nazi Secret Weapon?, la editorial incluía en el sobre un catálogo con toda suerte de productos relacionados con el III Reich. El señuelo perfecto para sumar tarados a la causa.

Nazis extraterrestres en Arizona

El dueño de Samisdat era un tal Ernst Zündel (1939-2017), quién, ¡oh sorpresa!, era el verdadero nombre de Christof Friedrich. La idea de ocultarse tras un alias no carecía de lógica: Zündel era bastante conocido en Canadá por sus diatribas anti-inmigración (siendo él inmigrante alemán). Más tarde, fundó la asociación Concerned Parents of German Descent, para protestar por la mala imagen que daba de los nazis la miniserie Holocausto. Un chalado de manual, pero también un peligro público.

Portada de los dos libros de Ernst Zündel (Christof Friedrich) sobre la fuga de Hitler a la Antártida en un platillo volante. Portada de los dos libros de Ernst Zündel (Christof Friedrich) sobre la fuga de Hitler a la Antártida en un platillo volante.

Lo que no es tradición es plagio, y en el caso de Zündel lo suyo era plagio. Para crear su pequeño micromercado, se inspiró en Rienhold O. Schmidt quien, a los pocos meses de salir de un sanatorio mental, topó, durante un viaje por Arizona, con una especie de dirigible cuya tripulación estaba compuesta por alemanes extraterrestres. En el segundo de sus encuentros, le llevaron a una base nazi en el Círculo Ártico, conectada por un túnel con la gran pirámide, donde guardaban una sandalia de Jesús, quien, por cierto, también era extraterrestre. Lo último que se supo de él es que, en 1961, acabó en la cárcel por estafa, tras poner en marcha un negocio de venta de piedras que curaban el cáncer. Un joven Carl Sagan acudió como testigo de la acusación.

Zündel, por su parte, tomó lo poco aprovechable del relato de Schmidt y otros libros de la época más sensatos como Hitler no murió en el bunker (1947), del argentino Ladislado Szabó, y los convirtió en UFOs: Nazi Secret Weapon?. A esos sumó los testimonios de Giuseppe Belluzo —exministro de Economía de Mussolini—, el supuesto oficial de la Luftwaffe Rudolf Schriever, o el exespía alemán Rudolf Lusar. Todos ellos afirmaban haber visto las instalaciones en las que se construyeron los ovnis nazis e incluso haber asistido a algún vuelo de prueba. También tomó algo de Viktor Schauberberg, un austriaco que había trabajado para las SS y aseguraba que los alemanes habían conseguido crear motores que funcionaban con antigravedad. La idea era siempre la misma: vender ideología neonazi disfrazada de divulgación sobre los avances de la ciencia y la tecnología alemana.

La conspiración es muchas cosas, ya se sabe, entre ellas un negocio. La originalidad de Zündel fue utilizar los platillos volantes como coartada para difundir sus pestilentes postulados. En sus dos libros, Hitler aparece como un benefactor de la Humanidad, alguien que quiere evitar que los sionistas se adueñen del mundo y que, en realidad, no era antisemita. Todo lo que hizo el fallido pintor, según el ufólogo, era haber actuado haciéndose la siguiente pregunta antes de tomar cualquier decisión: “¿Cómo reaccionaría si fuera un judío intentando conquistar el mundo?” y, acto seguido actuar para evitarlo. Puro altruismo. Y todo, Zündel lo aderezó con unos documentos que él mismo —experto en fotografía— se encargó de falsificar. No faltaba ni un mapa con todas las fábricas de ovnis que habían funcionado durante el III Reich.

Pero toda la palabrería pronazi de sus obras queda en segundo plano, y ese fue el acierto de Zündel: aparentar que hablaba de ovnis para, como reconoció, sus libros disfrutaran de “promoción gratuita en radio y televisión para exponer otros temas políticamente incorrectos a una audiencia más amplia (...). Los libros también tuvieron un importante papel político gracias a los mensajes escondidos e imposibles de comunicar de otra manera, como el programa del partido Nacional Socialista o el análisis de Hitler de la cuestión judía”. Ni siquiera se escondía.

La prensa acrítica le hizo la campaña y, con el dinero que ganó, financió algunas de las biblias neonazis de los años 70 (y que aún se publican en ediciones piratas) como El Hitler al que amamos y por qué, que firmó él mismo, La mentira de Auschwitz (Thies Christophersen, 1973), o ¿De verdad murieron seis millones? (Richard Verrall, 1974). Así, por extraño que parezca, el negacionismo del holocausto —cuyos efectos todavía siguen vivos— se financió en parte con un montón de marcianas. Literalmente. Y dado que el que cree en una conspiración es más susceptible de creer en otras, a saber cuántos lectores ganó para la causa.

La jugada, al final, le salió regular. En Canadá tuvo varios juicios de los que fue absuelto, pero fue extraditado a Alemania donde pasó cinco años en la cárcel. Poco para lo que se merecía, y más teniendo en cuenta que él mismo fanfarroneó hasta el final alardeando de que fueron las ventas de su libro lo que le permitió pagar a los abogados y contar con una pequeña fuente de ingresos hasta que cumplió 77 años, cuando tuvo el detalle de morir de un infarto en 2017. Pero lo peor fue la legión de imitadores que han asumido su narrativa para pasar el plato y rascar algunas monedas con el cuento de los ovnis nazis.

Zündel en España

Más allá del submundo de los rapaos, las teorías de Zündel apenas encontraron hueco en España hasta enero de 2018. RTVE quiso hacerle la competencia a Cuarto Milenio y encargó a Gestmusic un especial titulado Enigmas. Historias Inexplicables presentado por Javier Sierra. El conocido misteriodista empezó la emisión con una cita de Albert Einstein, prueba inequívoca de que ambos genios sintonizan la misma frecuencia. Los datos no fueron malos (14% de share y más de un millón de espectadores) pero, por increíble que parezca, por una vez la televisión pública dejó pasar la oportunidad de gastar dinero público en difundir pseudociencias. Aquel especial no tuvo continuidad.

El programa una sucesión de segmentos que disparaban a todo lo que se movía: la reencarnación, el espiritismo, un médium pintor, las profecías truchas Nostradamus, una señora a la que se le aparecía la virgen y le regalaba movidas, una tarotista que encuentra niños, poltergeists… En medio de tan elevados contenidos —que sin duda hubieran hecho las delicias del padre de la Teoría de la Relatividad Especial—, Sierra tuvo tiempo para referir —sin citarlo— los disparates de Zündel.

¿Se pude acusar a Sierra de ser cómplice del juego de Zündel / Friedrich? Que el presunto periodista no comulga con este tipo de ideas es evidente. No hay absolutamente nada en su trayectoria que haga pensar que siente la menor simpatía por ese tipo de ideas. Pero lo que es innegable es que, en 2008, cuando aireó tan pintorescas teorías, la historia de los ovnis-nazis ideada por el negacionista canadiense era de sobra conocida. Hay que ser muy ingenuo para conceder que él no lo supiera. Lo que ocurrió es que, probablemente, le dio igual. La conspiración vende, sabía que la historia iba a gustar y la contó con el mismo rigor que ha demostrado a lo largo de su luenga carrera: ninguno.

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