La brutal ofensiva israelí en Gaza y las reacciones de toda la región ante el genocidio de los palestinos han causado unos cambios en cadena, imposibles de preveer o de imaginar cuando todo comenzó, en octubre de 2023
La UE se reunirá con Israel para analizar su acuerdo de asociación en febrero, un año después de que lo pidieran España e Irlanda
El largo año que empezó el 7 de octubre de 2023 en Oriente Medio aún no ha terminado.
La última pieza del dominó que ha caído es la de Siria, donde el régimen de Bashar Al Asad colapsó el pasado mes de diciembre, de forma repentina, cambiando por completo el escenario en uno de los países que, si bien no era protagonista de esta partida, sí era una pieza clave en el llamado “Eje de la Resistencia” encabezado por Irán.
Con la caída de Al Asad, Teherán ha perdido su principal base de operaciones en el mundo árabe, donde había ido ganando influencia en la última década apoyando no sólo al régimen sirio sino también a varios grupos y milicias chiíes, desde Irak hasta Yemen.
El Gobierno iraní ha tenido que retirar a sus diplomáticos y “asesores militares” de Siria sin protestar, después de la toma de poder de una amalgama de facciones armadas, mayoritariamente suníes, lideradas por la islamista Hayat Tahrir al Sham (grupo nacido de la filial siria de Al Qaeda).
Sin duda, el hecho de que Irán ya no esté presente al otro lado de su frontera beneficia notablemente a Israel, que desde el comienzo del conflicto en Siria en 2011 había bombardeado de forma puntual las instalaciones, milicias y armas iraníes –destinadas a la defensa del régimen de Al Asad y también al grupo chií libanés, Hizbulá–. Esa línea de suministros ya no existe y Hizbulá se verá aislado en Líbano, sin armas iraníes, después de que Israel se haya encargado de destruir buena parte de su arsenal en la ofensiva contra Líbano entre septiembre y noviembre de 2024.
Todo indica que en la nueva Siria habrá un gobierno apoyado por Occidente, liderado por Ahmad Al Sharaa, quien ha conseguido presentarse como una alternativa viable y aceptable a Bashar, a pesar de su historial yihadista. La barba de Al Sharaa parece no molestar demasiado en Tel Aviv, siempre y cuando mantenga a Irán alejado y no colabore con Hizbulá ni otros grupos “de la resistencia”, ni abandere esa causa.
Si el régimen de los Al Asad había empleado el discurso anti-israelí y pro-palestino para legitimarse durante décadas, la nueva administración siria no ha explotado aún el sufrimiento de los “hermanos palestinos” ni ha tomado medidas frente a la expansión de Israel en territorio sirio y la ocupación de varias localidades desde el pasado diciembre.
“No hemos cambiado a Al Asad por Israel”, se lamentaba hace unos días una mujer siria, que no podía reprimir las lágrimas ante la posibilidad de que las tropas hebreas siguieran avanzando en dirección a Damasco. No parece que el Ejército israelí tenga intención de llegar a la capital siria –desafiando aún más la legalidad internacional y el sentido común–, aunque sí podría aprovechar las circunstancias para ocupar la llamada zona de separación entre los Altos del Golán (territorio sirio ocupado por Israel en 1967 y anexionado posteriormente) y la propia Siria. Esa área es donde se encuentran los tanques israelíes ahora, pese a que debería estar desmilitarizada con base en un acuerdo de 1974 entre los dos países.
Al Asad no había reaccionado nunca a los numerosos ataques contra territorio sirio –algo que muchos ciudadanos le echan en cara ahora, cuando tienen la libertad de criticar al dictador– y era un vecino incómodo simplemente por sus amistades peligrosas para Israel. Tras su marcha, Netanyahu podría expandir la ocupación israelí más allá de los Altos del Golán, por primera vez desde la guerra de Yom Kippur de 1973.
Imagen de la frontera entre Líbano e Israel desde el lado israelí en noviembreTambién podría ocupar la franja sur de Líbano, desde su frontera hasta el río Litani, donde Israel ha destruido absolutamente todo –no sólo la infraestructura militar de Hizbulá– y donde sus tropas siguen desplegadas tras el acuerdo de tregua alcanzado con la milicia chií a finales de noviembre, con mediación estadounidense y de la ONU.
Dos meses después, a finales de enero, el Ejército libanés tendría que desplegarse en el sur del país, junto a la frontera con Israel, tal y como estableció ese acuerdo, pero la incapacidad actual de las Fuerzas Armadas del país es la excusa perfecta para que Tel Aviv pueda mantenerse en ese territorio y ganar un poco más de terreno en el norte. El objetivo, evidentemente, no es sólo contar con una zona de amortiguamiento frente a Hizbulá, sino ensanchar poco a poco las fronteras de Israel, por el norte, el este y el suroeste –donde se encuentra Gaza–.
La reciente elección de Joseph Aoun como nuevo presidente de la República de Líbano, después de dos años de bloqueo político, también es una buena noticia para Israel. El hasta hora jefe del Ejército cuenta con el apoyo de Estados Unidos, que es el principal aliado de Israel, así como con el de Arabia Saudí, el país árabe suní de mayor peso en la región –que antes del 7 de octubre estaba a punto de formalizar sus relaciones con el Estado judío–.
Líbano ha quedado así fuera de la órbita de Teherán, que a su vez ha perdido su peón en el país mediterráneo, Hizbulá, debilitado militar y políticamente tras la gran ofensiva de Israel del pasado otoño. Las banderas del otrora poderoso movimiento chií siguen ondeando en el sur del país y en sus bastiones de Beirut, pero su control sobre el terreno ha disminuido y también su capacidad de influir en la vida política libanesa –por ejemplo, en el nuevo gobierno que se está formando–.
Tanto Hizbulá en Líbano y Siria, como Hamás en Gaza (y, en menor medida en otros países donde tenía presencia), están más debilitados de lo que han estado jamás desde los años 80 del siglo pasado, cuando nacieron para luchar contra Israel. El Estado judío ha conseguido descabezar a ambos movimientos armados y políticos, y reducir considerablemente su capacidad de “resistir” frente al llamado enemigo sionista.
Hamás ha perdido el control de Gaza, que gobernaba desde 2007, además de sus principales líderes políticos y militares, y muchos hombres y armamento (ni Israel ni el grupo palestino han revelado cuántos). Ha llegado in extremis a un acuerdo de alto el fuego con Israel, que debería dar comienzo este domingo, después de más de 15 meses de una guerra que ha acabado con cerca de 50.000 vidas palestinas y ha destruido buena parte de la Franja. Ni Gaza ni Hamás son lo que eran antes del 7 de octubre y es difícil imaginar cómo y si volverán a resurgir de sus cenizas.
Israel es el claro ganador de los cambios que han tenido lugar, sobre todo aquellos que él mismo ha provocado por la fuerza y el derramamiento de sangre, desde Gaza hasta Líbano, pasando por Cisjordania –donde los asentamientos israelíes en los territorios palestinos ocupados han aumentado en este largo año de 15 meses más que nunca en las pasadas tres décadas–.
Quizás, si existe algún otro actor en la región que se ha beneficiado de la recolocación de piezas en la zona, es el pueblo sirio, que se ha liberado de la tiranía de Al Asad. Pero aún es pronto para decir que los sirios y las sirias también han ganado.