Está previsto que los conservadores de la CDU ganen los comicios pero, a pesar del papel destacado de esta formación en el Parlamento europeo, Alemania seguirá centrada en sus problemas internos
Wolfgang Münchau, analista: “El debate sobre migración en Alemania es una distracción para no hablar de un modelo económico que ya no funciona”
Cuatro años pueden marcar una gran diferencia. En 2021, el mundo estaba pendiente de las elecciones alemanas para ver quién sucedería a la “reina” sin corona de la UE.
En Alemania, dos figuras anodinas competían abiertamente por sustituirla. En el fondo, todo el mundo sabía que el liderazgo alemán de Europa estaba llegando a su fin. Sin embargo, nadie pudo prever lo abrupta que sería la caída.
Hoy, Alemania es un país que libra una lucha interior y que cada vez juega un papel más irrelevante en Europa y en el mundo. La segunda invasión rusa de Ucrania en 2022 destruyó en gran medida el halagüeño legado de Merkel, dejando al descubierto su enfoque oportunistamente blando hacia líderes autoritarios como el presidente ruso Vladímir Putin y el primer ministro húngaro, Viktor Orbán.
Bajo el sucesor de Merkel al frente del Partido Socialdemócrata (SPD), Olaf Scholz, el país se ha vuelto tan pálido y poco inspirador como el propio canciller.
Las elecciones generales del domingo no cambiarán esta situación. El resultado es previsible, como hemos visto durante años en toda Europa. Al igual que en Suecia en 2022, en Países Bajos en 2023 y en las elecciones europeas del año pasado, los temas clave de la campaña son la migración y el rol de la extrema derecha. Y al igual que en esos comicios, y en muchos anteriores, eso implica que un partido de extrema derecha, en esta ocasión Alternativa para Alemania (AfD), obtendrá muy buenos resultados.
Sin embargo, a diferencia de Suecia y Países Bajos, las elecciones de domingo no supondrán, en principio, la llegada de la extrema derecha al poder, aunque AfD sí ha conseguido que los dos grandes partidos del país viren hacia la derecha y hayan endurecido su discurso en torno a la migración para no perder votos.
La razón principal del cordón sanitario que mantiene a la ultraderecha fuera del poder en Alemania ya no es solo la historia del país, sino el radicalismo característico de la extrema derecha alemana. A diferencia de la mayoría de los demás partidos ultras relevantes en Europa, la AfD está en el límite de la extrema derecha para situarse muy cerca de una línea roja –es decir, es antidemocrática per se–, a pesar de su frente de derecha radical y del apoyo abierto que le ha brindado el vicepresidente estadounidense, JD Vance.
Aunque el candidato a canciller de los cristianodemócratas alemanes (CDU), el multimillonario Friedrich Merz, se presenta como el anti Scholz, probablemente acabará siendo “inseguro, débil, vacilante y tímido” –como describió una vez a Scholz– cuando esté en el Gobierno. Según los sondeos actuales, el bloque derechista CDU-CSU de Merz baja en intención de voto, pero obtendría alrededor del 30% de los sufragios, todavía muy por delante de la ultraderechista AfD, con cerca del 20%. Sin embargo, si se excluye a la extrema derecha de una posibilidad de coalición gobernante, Merz necesitará el apoyo no solo del SPD, sino probablemente también de los Verdes –aunque otros tres partidos ronden el umbral del 5%, lo que podría afectar al reparto de escaños–.
Dejando a un lado el hecho de que una “gran coalición” de la CDU y los socialdemócratas, con o sin los Verdes, suscitaría poco entusiasmo en esos dos partidos, el nuevo gobierno alemán tendrá que hacer frente a una economía lenta, que se prevé que se contraiga por tercer año consecutivo, además de a una serie de cuestiones sobre las que los partidos están divididos, como la crisis climática y la migración.
De este modo, mientras Europa se enfrenta a su mayor desafío en décadas, Alemania, la mayor potencia de la UE, seguirá centrada, sobre todo, en sí misma y sus problemas.
Aunque Merz no será la nueva Merkel, devolverá a Alemania al centro del poder en la UE, que ostenta el derechista Partido Popular Europeo (PPE), del que la CDU es miembro destacado. El Canciller en ciernes ya ha apoyado a su compatriota Manfred Weber para un segundo mandato al frente del PPE, después de que éste reuniera a sus aliados europeos en una muestra de apoyo a Merz el mes pasado. Si bien es un matrimonio más de conveniencia que de amor, Merz –aunque no necesariamente todo su gobierno– volverá a alinearse con el principal bloque de poder en Bruselas, así como con el representante poderoso de la UE en el este, el primer ministro polaco Donald Tusk.
Sin embargo, nada de esto ayudará a Europa a desarrollar la fuerza y la unidad que necesita para enfrentarse a la Rusia de Putin y a los Estados Unidos de Trump. Puede que Merz sea más partidario de aumentar la capacidad militar de Europa y menos reacio al apoyo militar a Ucrania, pero su promesa de revitalizar la economía alemana introduciendo recortes del gasto por valor de 100.000 millones de euros hará aún más difícil encontrar el dinero, y también el apoyo necesario, para realizar inversiones significativas en el Ejército alemán (y en el ucraniano).
En resumen, a pesar de todas sus bravuconerías durante la campaña electoral, es mucho más probable que Merz gobierne como lo ha hecho Scholz que como lo hizo Merkel. Europa seguirá buscando liderazgo mientras intenta navegar por un mundo cada vez más hostil en el que regímenes autoritarios como China y Rusia están envalentonados y el histórico aliado de los europeos, Estados Unidos, se ha convertido en un adversario.