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Los votantes que propulsan a la ultraderecha en Alemania: “Todo es una mierda"

Los votantes que propulsan a la ultraderecha en Alemania: “Todo es una mierda

Alternativa para Alemania tiene pocas posibilidades de llegar al poder por el ‘cordón sanitario' del resto de formaciones políticas, pero puede cosechar un resultado histórico en las elecciones del domingo

Neukölln, el barrio multicultural de Berlín que teme el auge de la ultraderecha: “Alemania se derrumbaría sin migrantes”

Desde la carretera secundaria que lleva al pequeño pueblo de Heinersbrück, a menos de seis kilómetros de Polonia, se observan las turbinas eólicas que dan forma al paisaje junto a los árboles pelados por el invierno.

Son lo que Alternativa para Alemania (AfD) llama “molinos de viento de la vergüenza”, un aderezo a su promesa de derribar los aerogeneradores que, en su batalla cultural, perturban el campo para proporcionar energía a consumidores urbanos invisibles. 

A la entrada de Heinersbrück, un cartel electoral del partido ultra dice que es “la hora de las fronteras seguras”. En esta mañana gélida y soleada de febrero, el pueblo, de apenas cinco calles de casas unifamiliares, está desértico, como muchos en esta zona del estado de Brandeburgo, en el este de Alemania. La poca vida se concentra en el único restaurante de la localidad, un salón de mesas con manteles de cuadros donde los clientes devoran platos tradicionales. La luz del mediodía baña la estancia, y tres hombres charlan mientras se terminan sus salchichas con mostaza. Todos votan a AfD.

En Heinersbrück, que no llega a los 600 habitantes, más de la mitad de los votantes (un 58%) se decantó en septiembre por la formación ultra en los últimos comicios regionales de Brandeburgo. Según las últimas encuestas disponibles, AfD va camino de ganar en este estado en las elecciones federales del próximo domingo, que pueden propulsar a la formación capitaneada por Alice Weidel como segunda fuerza, por delante de los tres partidos que han formado el impopular Gobierno de Olaf Scholz: el Partido Socialdemócrata (SPD), los Verdes y los liberales del FDP. AfD tiene pocas posibilidades de llegar al poder por el ‘cordón sanitario’ que mantienen a duras penas el resto de formaciones políticas, pero puede cosechar un resultado histórico en las elecciones federales de un pais profundamente consciente de su pasado nazi, el país del ‘nunca más’.

Preguntado por la situación de Alemania, uno de los hombres del grupo del restaurante despacha rápido la respuesta. “Una mierda, solo tienes que poner la televisión. Esto se decide el domingo”, dice, dando un puñetazo en la mesa. No revela su nombre y se va en medio de la entrevista. Su actitud es fanfarrona, a diferencia de Motyka, que está sentado frente a él y guarda silencio con un zumo en la mano. Motyka, que lleva un uniforme de trabajo rojo y barba de pocos días, no duda en reconocer que marcará la casilla del partido ultra y asegura que es la primera vez que vota. “Nunca va a gobernar, pero tiene que influir para que se hagan mejores políticas”, dice.

Motyka, votante de AfD, en el restaurante de Heinersbrück. Motyka, votante de AfD, en el restaurante de Heinersbrück.

Como muchos pueblos de la zona, Heinersbrück vivía del carbón. Ahora los jóvenes se van, y los mayores se quedan. Motyka, que tiene 60 años, procede de la cercana Forst –donde el apoyo a AfD rondó el 40% septiembre–. Hay quienes los llaman “los abandonados”. “Abandonados es poco. Esto está muerto. Es el final”, responde el trabajador.

En el marco de la eliminación progresiva del carbón, en la que el Gobierno está invirtiendo miles de millones de euros, el último gran empleador de la región está cerrando gradualmente: la mina de lignito a cielo abierto y la central eléctrica cercana a la que suministraba. Motyka trabaja en una empresa que se encarga de las cintas transportadoras, según explica. “Teníamos tanto trabajo aquí… Ahora hay un 80% menos. 8.000 personas han perdido sus trabajos relacionados con la mina. Cuando todavía funcionaba, había tres turnos. En mi empresa teníamos que contratar trabajadores temporales pero ahora solo quedan dos. La gente se está yendo”.

Un edificio destartalado en Heinersbrück. Un edificio destartalado en Heinersbrück.

Pero, lejos de lo que podría esperarse, Motyka no arremete contra las políticas de lucha contra el cambio climático. “El problema son los extranjeros”, dice. Es un tema al que vuelve varias veces en la conversación y sobre el que va endureciendo el discurso con una retahíla de argumentos que casan bien con los discursos antimigración que AfD ha logrado inocular en el debate público: “Han metido a 400 sirios en un asilo de ancianos reformado. Si tengo una cita en el médico y viene un sirio, él va primero. Aquí tenemos todo viejo y ellos vienen con bicis eléctricas nuevas, es una provocación. Si robas lo mismo que ellos, te condenan y te cae un castigo bastante mayor”. Y zanja: “Yo estuve en el Ejército de la República Democrática Alemana (RDA), me dieron un kalásnikov y me dijeron: defiende tu patria. Yo les daría uno a cada sirio para defender la suya, aquí no se les ha perdido nada”.

“¿A quién voto si no?” 

Fuera del restaurante, Siegfried, un jubilado de 64 años, cuenta que votará “a los azules [el color de AfD], naturalmente, ¿a quiénes si no? Nadie quiere gobernar con AfD, parece un voto perdido, pero lo voy a hacer de todas maneras”. Asegura que siempre ha votado al partido ultra, desde que existe. Teme que le quiten la pensión –“ese dinero es mío”– y también hace referencia a la inmigración, aunque reconoce que aquí, en Heinersbrück, el contacto con población extranjera es más bien nulo. “Aquí hay todavía tranquilidad. Pero yo no solo veo nuestro pueblo, veo todo el panorama. En las ciudades grandes no veas. En Berlín, hay barrios donde la policía ya no entra”, dice Siegfried, que era carpintero y conductor. “Nos quitan todo, yo pago por la seguridad social y luego vienen esos señores y reciben todos los servicios”.

Siegfried, votante de AfD y vecino de Heinersbrück. Siegfried, votante de AfD y vecino de Heinersbrück.

Los expertos llevan tiempo intentando responder a la pregunta que sobrevuela en estas elecciones: ¿por qué crece la formación ultra? El voto a AfD no puede explicarse por un único parámetro, pero una de las principales razones aportadas es que la inmigración, que sigue siendo el principal tema de la ultraderecha, vuelve a estar a la orden del día, a diferencia de 2021, cuando no fue muy relevante para la mayoría de los votantes. Junto a la situación de la economía, es la principal preocupación para los votantes alemanes, según muestran las encuestas.

La ultraderecha, experta en sacar rédito del malestar social, ha instrumentalizado una serie de ataques violentos por parte de sospechosos de origen extranjero para ondear su bandera xenófoba y defender una de sus principales ofertas políticas, las deportaciones masivas, empleando el polémico término ‘remigración’. Hoy son los ataques como hace un año fueron las protestas de los agricultores contra el recorte de subvenciones agrarias, que AfD también explotó para atacar al Gobierno de coalición de los socialdemócratas con los liberales y los verdes, como recuerda Franco Delle Donne, fundador del proyecto de divulgación Epidemia Ultra e investigador en la Werkstatt für Sozialforschung Berlin.

La narrativa que vincula la inmigracion con la criminalidad y la seguridad ha calado con fuerza, y eso queda patente en prácticamente todas las entrevistas de elDiario.es con votantes de AfD, que suelen dar argumentos del tipo: “Hay acuchillamientos todos los días”. Un estudio del instituto Ifo difundido esta semana ha constatado la inmigración no genera un aumento de los índices de criminalidad en Alemania. En el estudio, basado en un análisis de estadísticas de la policía de los años 2018 a 2023, los autores no encontraron ninguna correlación entre un incremento del porcentaje de extranjeros en un distrito y el índice de criminalidad local, y lo mismo es aplicable para los solicitantes de asilo. 

Pero el daño ya está hecho. La retórica derechizada sobre inmigración ha arrastrado a otras fuerzas del espectro político, que han endurecido sus posiciones al respecto, como Olaf Scholz. Durante la campaña, el candidato de la CDU, Friedrich Merz, ha llegado a romper el tabú sobre la colaboración con la ultraderecha para sacar adelante una resolución parlamentaria que exige medidas más estrictas, entre ellas controles fronterizos permanentes y el rechazo a personas extranjeras indocumentadas. Otro partido, el de la rojiparda Sarah Wagenknecht, se presenta como una alternativa AfD abrazando postulados antiinmigración. 

Una pintada sobre un cartel de los socialdemócratas en un pueblo del estado de Brandeburgo. Una pintada sobre un cartel de los socialdemócratas en un pueblo del estado de Brandeburgo.

“Está demostrado que el mero hecho de que la inmigración se haga visible en la agenda pública y en los medios es un punto a favor para los partidos de derecha radical, más allá de cómo se hable del tema”, dice Delle Donne. “No han hecho nada diferente, suelen ser bastante lineales en lo que dicen que van a hacer, con propuestas muy generalistas que lanzan a la discusión pública. Se han beneficiado del contexto”. Este tipo de partidos de derecha radical también se nutre de la desinformación para desestabilizar. “No importa mucho el dato ni si el argumento tiene sentido. Importa el componente rupturista, porque da visibilidad y un espacio de duda en una parte de la población que busca respuestas”, señala el analista, coautor del pódcast ‘El tercer voto’ junto a Raúl Gil Benito.

Otro argumento frecuente entre los votantes de AfD entrevistados tiene que ver con la presión sobre los servicios públicos, pasando por alto el papel de los trabajadores extranjeros en la mayor economía de Europa. Alternativa para Alemania se apoya en el discurso nativista, que pone por delante a los nativos de los no nativos, para explicar los problemas que sufre el país y atacar a otros partidos políticos. Apuestan por crear un clima de “nosotros contra ellos”, convirtiendo sistemáticamente casos individuales en generales. 

“Alemania no funciona”

El partido ultra obtiene votos principalmente de antiguos partidarios de la CDU/CSU y de no votantes, según explica a elDiario.es Robert Grimm, jefe de investigación política y social de Ipsos. Tanto Motyka como Siegfried encajan con el perfil típico de votante de AfD: hombre blanco de mediana edad, trabajador con estudios medios de una zona débil. Pero, en este avance, la formación política está cautivando a nuevos sectores, como las mujeres y los jóvenes. 

En la periferia norte de la ciudad de Cottbus, a unos 20 kilómetros en coche de Heinersbrück, dos jóvenes beben cerveza mientras fuman un cigarro. Se niegan a dar sus nombres y son escuetos en las respuestas, pero cuentan que tienen 18 y 22 años, que quieren ir al Ejército y votan a AfD. “Todo es una mierda”, dice uno de ellos, que arremete contra los migrantes y sostiene que la formación azul tiene “los mejores argumentos”. ¿Qué piensan cuando se dice que no es un partido democrático? “Cada uno tiene su opinión”, contesta el chico. No muy lejos de allí, otro joven de 26 años espera a un conocido. Se está formando en una empresa industrial. “Si pudiera, emigraría. En otros países la gente está mucho mejor que en Alemania. Si ganas mucho dinero hay que pagar mucho al Estado y el coste de la vida es muy alto”, dice. No quiere decir a quién vota, pero da una pista: el partido no va a gobernar. 

Un joven votante de AfD en Cottbus. Un joven votante de AfD en Cottbus.

Para el politólogo Gero Neugebauer, la subida de AfD en las encuestas tiene mucho que ver con que la gente “no se siente segura sobre su futuro” en una Alemania en crisis, que arrastra una recesión económica desde hace más de dos años. “También están enfadados con las políticas del Gobierno. No las entienden o no las aceptan.Y estos planteamientos han llevado a la creencia de que el sistema democrático es incapaz de resolver los problemas de la gente”.

Muchos votantes con los que ha hablado este medio pintan la imagen de un Estado que no funciona, en el que todo va mal. “Si preguntas hasta qué punto están satisfechos con el sistema democrático, las encuestas muestran que el 25% dice que no está bien y que hay que cambiarlo. Pero no saben lo que costará la alternativa que quieren. Si nos fijamos en el programa de AfD, por ejemplo, no les importa el salario mínimo. Pero la gente no lo ve así. Solo ve peligro para su trabajo y su identidad cultural en la llegada de personas de fuera”, indica Neugebauer.

“En Alemania no funciona nada, habría que empezar de cero. Lo hemos intentado con otros partidos y todo se ha ido al garete”, opina Sebastian, que cuenta que ya ha votado por correo a AfD y enumera una serie de profesiones con las que, explica, trata de ganarse la vida: eventos, construcción de carreteras, carpintería. “La gente que trabaja es casi maltratada. Todo ha subido de precio. Los alemanes no tenemos dónde vivir”, dice el hombre de 38 años.

Entre edificios de colores, Karl y Elke cruzan una plaza céntrica de Cottbus. Vienen de votar por correo. No revelan a qué fuerza han elegido, pero son tajantes: “No a AfD”. Elke, de 71 años, cuenta que han notado un aumento del apoyo al partido ultra en su entorno. “Gente joven, amigos que han estudiado y tienen nuestra edad, que deberían saber cómo fue la Segunda Guerra Mundial… Pero dicen que les votan porque es la única posibilidad de que haya un cambio político”. “Es un partido democráticamente elegido”, agrega Karl, de 70 años.

Un bloque de viviendas en la periferia de Cottbus. Un bloque de viviendas en la periferia de Cottbus.

La ciudad de Cottbus, en la que viven unas 100.000 personas y estaba situada en la RDA, está experimentando cambios importantes que pueden suponer un caladero de votos para el partido ultra. Tras la caída del Muro en 1989, primero colapsó la industria textil y ahora, con la eliminación progresiva del carbón, también la industria energética que hacía de ella un próspero centro productivo. Los Verdes han decidido no presentar una candidatura directa aquí y hacen campaña por la aspirante del SPD para evitar una posible victoria de AfD, que presenta al exdiputado Lars Schieske, considerado como extremista de derechas por los servicios secretos de Brandenburgo. La ciudad de Cottbus es desde hace tiempo un foco de grupos de extrema derecha y neonazis, especialmente en el fútbol. 

Aunque cuenta con una base de votantes en el oeste, el partido ultra ha cosechado sus primeros y mayores éxitos en el este de Alemania. “La AfD nunca fue un fenómeno puramente del este, pero desde sus inicios ha sido más fuerte allí. Creo que este patrón también se mantendrá en estas elecciones, solo que el nivel general de apoyo ha subido”, explica Kai Arzheimer, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Maguncia.

Muchas voces sitúan el origen de esta tendencia en una reunificación culminada bajo las condiciones occidentales y en una división que no desapareció con la caída del Muro de Berlín. En este sentido, algunos investigadores han atribuido los hábitos de voto del este a las persistentes diferencias demográficas y económicas. Paulina Frölich, directora general adjunta del think tank berlinés Das Progressive Zentrum, recuerda las fuertes oleadas migratorias del este al oeste alemán, entre las que había muchas personas políticamente descontentas, dejando atrás a otras muchas más bien críticas hacia la nueva era liberal. “Estas personas tenían una gran experiencia: de mediana edad, con educación media, infelices y escépticos hacia cualquier tipo de autoridad, que son bastante más propensos a estar abiertos a un poder autoritario. No obstante, esto también pasa en el oeste”.

“Es todo bla, bla, bla”

En Spandau, un extenso distrito en el oeste de Berlín donde el criminal nazi Rudolf Hess estuvo 40 años entre rejas, AfD parece estar en crecimiento. Una encuesta de principios de mes del demoscópico YouGov colocaba en cabeza con un 26%, seguida de cerca por el SPD, mientras que pronosticaba un 24% para el partido ultra. En las europeas de junio AfD sacó en Spandau un 15%, cinco puntos más que en las federales de 2021. 

Mijaíl es uno de esos nuevos votantes tras muchos años apoyando al Graue Panther, conocido como el partido de los jubilados. En el centro de Spandau, cuenta que no está de acuerdo con todo lo que promete AfD, pero se dejó convencer por un amigo. “Conocemos a los partidos desde hace décadas y no va a cambiar nada. Es todo bla, bla, bla. Los ciudadanos siempre pagamos la factura. Tenemos muchos extranjeros y cada día llegan más”, dice. “Mucha gente ha salido a protestar porque tiene miedo de que vuelve Hitler, pero cada partido hace sus promesas. Deberían ganar, ¡deberían tener la mayoría!”. 

Nicole, vecina de Spandau, es partidaria de AfD. Nicole, vecina de Spandau, es partidaria de AfD.

Fuera del centro, en una zona de grandes bloques residenciales de Spandau, Nicole va a hacer la compra antes de que caiga la noche. Se mudó en 2011 a este barrio, pero quiere marcharse. “Si tengo que ser sincera, nunca había votado antes. Si voto, votaré a AfD. o estamos seguros en ninguna parte y toda Alemania está estropeada. Tenemos que vivir con miedo a una Tercera Guerra Mundial apoyando a Ucrania”, dice la mujer de 56 años y desempleada. “Necesitamos algo fuerte, que ayude a nuestro propio país. Entra aquí con 20 euros, verás como no puedes comprar nada”, asegura señalando el supermercado.

Subida a lomos de las crisis

Alternativa para Alemania fue fundada en 2013. Entró por primera vez en el Bundestag cuatro años después, en 2017, sacudiendo el tablero político alemán. Actualmente, las encuestas pronostican que logrará 10 puntos más que en aquel momento, pero la trayectoria de la formación ultra no ha sido lineal, sino un camino de subidas y bajadas. Para analizar por qué ha ganado votantes y simpatizantes –por ejemplo entre la población femenina– Paulina Frölich se remonta a la crisis de la COVID, cuando una multitud se sintió “insatisfecha y escéptica sobre la política y sobre la interferencia del Estado en la vida personal”. La siguiente gran crisis fue la invasión rusa de Ucrania, iniciada en febrero de 2022. “Cuando los efectos reales de esta crisis golpearon de verdad a los hogares, tales como la crisis energética o la inflación, AfD fue capaz de ampliar su base a personas escépticas e insatisfechas que tienen la imagen de un Estado disfuncional”.

A esto se suma que AfD, su ideología y su retórica han sido “normalizadas aún más” por los partidos mayoritarios y los medios de comunicación, señala Kai Arzheimer. Frölich coincide: “Hace 10 años, era un escándalo que un político dijera algo racista. Hoy ni siquiera sería un titular. La estrategia de la extrema derecha para normalizarse a través del lenguaje y la agenda ha funcionado”.

Un mercadillo en el centro de Spandau, al oeste de Berlín. Un mercadillo en el centro de Spandau, al oeste de Berlín.

El miedo y la ira se mencionan con frecuencia como motor de muchos votantes de AfD. Fröhlich discrepa: “Las fuerzas de extrema derecha utilizan las emociones positivas tanto como las negativas. Una de sus emociones positivas más importantes es el orgullo, estar orgulloso de quién eres, de tu nación, de la forma en que consumes, vives y hablas. El segundo es la superioridad, el sentimiento de haber entendido cómo funcionan realmente las cosas”. 

Existe cierto debate sobre si parte del apoyo a AfD es voto protesta. Para la experta, se trata de un voto protesta sólido y profundo que va más allá del mero descontento. “La gente vota a este partido porque este partido les promete auténticamente disrupción y cambio. Y disrupción y cambio significa protestar contra el sistema. Ellos dicen que quieren que el sistema desaparezca por completo”.

“No todo el que apoya a la AfD es un ultraderechista hecho y derecho, pero a los votantes les importan las políticas de AfD”, agrega Arzheimer. “En el pasado, el voto a la AfD estaba realmente impulsado por la actitud de los votantes hacia los inmigrantes y la inmigración. Hay un elemento de protesta, pero se basa en preferencias políticas”.

Gente paseando por la calle en Spandau, al oeste de Berlín. Gente paseando por la calle en Spandau, al oeste de Berlín.

AfD llega desinhibida a estas elecciones, envalentonada tras sus buenos resultados en las elecciones europeas y regionales del año pasado. Respaldada por Elon Musk y favorable a Rusia, aboga por salir el euro y defiende la familia tradicional, un concepto que choca de frente con la vida personal de su candidata Weidel, que mantiene una relación con una mujer originaria de Sri Lanka con la que cría a dos menores en Suiza. 

Alzheimer se confiesa “muy preocupado” por el avance de AfD, una formación vigilada por los servicios secretos. “A diferencia de partidos comparables en otros países europeos, AfD ni siquiera intenta parecer moderada”, dice el politólogo. “Tres de las secciones regionales del partido, su ala joven (que actualmente se está disolviendo) y la facción ‘der Flügel’ [que englobaba a sectores radicalizados ya están clasificadas como extremistas. Solo en la bancada del partido en el Bundestag trabajan más de 100 empleados que son miembros de organizaciones de extrema derecha (por ejemplo, el Movimiento Identitario). Miembros de la base e incluso un exdiputado están siendo juzgados por terrorismo. Y, sin embargo, el apoyo a la AfD ha crecido en los últimos tres años”.

La experta de Das Progressive Zentrum comparte la preocupación. “Desde hace al menos 10 años no hemos encontrado ninguna estrategia eficaz entre los demócratas moderados todavía para mantenerlos más reducirlos, para eliminarlos”, dice. “Me preocupa que los demócratas se pongan nerviosos y prueben cosas antidemocráticas en el nombre de la democracia para detenerlos. No hay indicios que estrategias como las de Merz y Sarah Wagenknecht funcionen. Deberíamos centrarnos en una cooperación real, hablando de reformas profundas dentro del espectro democrático y dejando fuera a la extrema derecha”.

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