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Gasto militar para una destrucción mutua asegurada

Gasto militar para una destrucción mutua asegurada

Hoy en día existen armas nucleares no solo para destruir EEUU y Rusia, sino el conjunto de la civilización humana

El SIPRI (Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo) calcula que el gasto militar mundial alcanzó en 2024 los 2,7 billones de dólares, aumentando un 9,4% respecto al año anterior, lo que supone un incremento de aproximadamente el 20% desde 2022. Los períodos anteriores comparables a la militarización actual son los años 2008 y 2009, cuando en tan solo dos años el gasto militar mundial creció un 13%, un aumento que coincidió con la ofensiva israelí Plomo Fundido en la Franja de Gaza a finales de 2008 y principios de 2009, que intensificó la violencia y el gasto militar en la región; o las guerras de Afganistán e Irak entre 2002 y 2004, período en el que se acumuló un incremento del gasto militar mundial del 21%.

La lógica direccional entre guerra y gasto militar explica que la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 y la ofensiva militar israelí que desencadenó el genocidio —todavía en ejecución— en Gaza tras el 7 de octubre de 2023 han sido motores de la militarización actual. Un efecto que, sin embargo, no produjo la invasión y anexión de Crimea en 2014, lo que nos lleva a pensar que las prisas en el plan de rearme europeo, que pretende inyectar 800.000 millones de euros más al gasto militar en los próximos años, no se deben a la amenaza de una invasión rusa en Europa. Las acciones militares rusas para influir o controlar regiones, países o gobiernos con ascendencia rusa en la que el Kremlin considera su área de influencia no son nuevas: los casos de Georgia y Moldavia son un buen ejemplo.

Pero cabe también preguntarse si la militarización —cuyo principal combustible es el gasto militar— pueda generar cierta direccionalidad hacia la guerra, ya que en ese caso las decisiones políticas serían las responsables de construir o llevar a su sociedad a escenarios bélicos o pacíficos.

Así, ante los aumentos generalizados de los gastos militares y el impulso de la militarización en muchos países, debemos preguntarnos si estos son casuales, aislados o puntuales. A este respecto, recuerdo con preocupación la frase de un mando militar congoleño que, en unas conversaciones sobre el terreno acerca de la pertinencia de las acciones militares en el este de la RDC, en un contexto en el que la urgencia humanitaria pedía a gritos el cese de las hostilidades, afirmó con sorna: “Para hacer una tortilla hay que romper los huevos”. Ante aumentos del gasto militar del 24% en Europa Occidental, del 7-8% en Asia Oriental y del 15% en Oriente Medio, parece que son muchos los gobernantes que comparten la visión del comandante congoleño.

EEUU amenaza con ocupar militarmente Groenlandia con la arrogancia que le facilitan sus 997.000 millones de dólares en gasto militar (el 37% del total mundial); Rusia aumenta su presupuesto al calor de la guerra en Ucrania un 38%, mostrando la intención de seguir “rompiendo huevos” para conseguir sus objetivos, adaptando su economía a una guerra que le va como anillo al dedo al Kremlin. Se entiende así la complicidad entre Donald Trump y Vladímir Putin, a la que bien podríamos sumar a Benjamin Netanyahu, quien saca pecho con descaro de su plan de limpieza étnica y perpetración de un genocidio en Gaza y Cisjordania, aumentando un 65% su gasto militar, que no sería posible financiar sin los ingresos de sus exportaciones de armas, entre un 75% y un 80% de su producción armamentística.

Aun así, es la OTAN, con sus 32 miembros, la que mantiene en 2024 el 55% del gasto militar mundial con 1,5 billones de dólares (los países europeos ya contribuyen con el 30% del total). China, con 314.000 millones de dólares en presupuestos militares, supone el 12% del gasto militar mundial, y Rusia, con 141.000 millones, representa el 5,8%. Los países europeos de la OTAN, con 451.000 millones de dólares de gasto militar, superan en un 44% el gasto militar chino y en un 220% el ruso.

Los tres principales bloques geopolíticos consumen tres cuartas partes de la militarización mundial y, sin lugar a dudas, impulsan también la de algunos de sus aliados y potenciales competidores. Todo indica que el aumento de los gastos militares de los dos últimos años muestra una fase de crecimiento sin precedentes, que puede llevar al mundo a niveles de militarización propios de la Guerra Fría o, en el peor de los casos, similares a uno de los períodos previos a las guerras mundiales, en los que las tensiones, la desconfianza y la carrera de armamentos fueron los ingredientes necesarios de lo que acabó ocurriendo.

Recuerdo con angustia que durante la Guerra Fría surgió el término “Destrucción Mutua Asegurada” (MAD, por sus siglas en inglés), a medida que EEUU y la Unión Soviética desarrollaban arsenales nucleares hasta el punto en que su utilización no podría darse en circunstancias racionales: el simple hecho de que eran suficientes para aniquilar ambos países ejercía un efecto disuasorio por sí mismo.

Hoy en día existen armas nucleares no solo para destruir EEUU y Rusia, sino el conjunto de la civilización humana. Pero no solo hay armas nucleares: cada año se dedican ingentes recursos, y cada vez más, a preparar una hipotética guerra que nadie quiere, pero que nadie hace nada por evitar.

Existe hoy en día una militarización, más allá de la nuclear, capaz de asegurar la destrucción de nuestro modo de vida. Donald Brennan se refirió en 1962 al término MAD para señalar el doble sentido de la palabra “mad” (demente, loco, lunático) y denunciar el insano concepto de una supuesta disuasión que nos preparaba para destruirnos mutuamente.

Un término que bien puede utilizarse en el momento histórico actual, en el que líderes que no muestran precisamente cordura apuestan por la militarización de las relaciones internacionales como fórmula para asegurar la paz mundial. Lo más preocupante, por la parte que nos toca, es que la enajenación ha llegado también a Europa y al Gobierno español, que de forma imprudente nos llevan a escenarios en los que la guerra es, desgraciadamente, probable.

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