Sin olvidar la tendencia del presidente de EEUU a los giros de guion y a la espera de lo que pueda ocurrir en el terreno político, es evidente que la agenda empresarial y personal del magnate ya ha tomado la delantera
Trump quiere aceptar un avión de lujo como regalo de la familia real de Qatar en medio de las acusaciones de “soborno”
Donald Trump no es Lawrence de Arabia, pero sumido en su ensoñación mesiánica se cree con una capacidad similar a la del enviado británico durante la I Guerra Mundial para rediseñar la región de Oriente Medio al gusto de los intereses de Washington (y de los suyos propios).
Resulta imposible calibrar de antemano cuáles pueden ser los resultados de la gira, teniendo en cuenta la inveterada tendencia del mandatario estadounidense a los giros de guion, a los golpes de efecto y también a sus incoherencias. Pero, a la espera de lo que pueda ocurrir en el terreno político, es evidente que la agenda empresarial y personal del magnate ya ha tomado la delantera, sea con la aceptación del regalo catarí de un avión Boeing 747, valorado en unos 400 millones de dólares, para ser empleado como avión presidencial (hasta que pase a manos de la fundación Trump cuando se convierta en expresidente), o con la puesta en marcha de proyectos hoteleros y deportivos con la marca Trump en algunos de los países que va a visitar.
En principio, hay varios temas que cabe imaginar que serán prioritarios en la agenda presidencial. Por un lado, cabe suponer que, en el marco de su pretendido MAGA (make America great again), Trump procurará garantizar la materialización de los anuncios emitidos por Arabia Saudí y EAU sobre sustanciales inversiones en Estados Unidos (0,6 billones de dólares en los próximos cuatro años y 1,4 billones de dólares en los próximos diez años, respectivamente). Para ello puede jugar tanto con la oferta de eliminar los aranceles que ha impuesto a los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (10%), como con la de atender las peticiones de armamento cada vez más sofisticado que Washington recibe de esas capitales (ante el temor, nada desdeñable, de que opten por China o Rusia como suministradores alternativos), sin olvidar la amenaza de retirarles la cobertura de seguridad que les lleva proporcionando desde hace décadas.
¿Acuerdo con Riad?Por otro, en clave política, va cobrando fuerza la idea de que Riad está a punto de lograr la firma de un acuerdo de defensa que le permita no solo contar con más garantías estadounidenses de seguridad, sino también con la luz verde para poner en marcha un programa nuclear con apoyo de Washington. Queda por ver, en todo caso, si dicho acuerdo contemplará la posibilidad de que los saudíes puedan contar con capacidad para enriquecer uranio (como, de momento, tiene Irán) y si EEUU abandona la idea de ligar ese acuerdo a la normalización de relaciones entre Riad y Tel Aviv en el marco de los llamados Acuerdos de Abraham (difícil de asumir por parte de la monarquía saudí en medio de la masacre que Israel está cometiendo contra los palestinos).
Que a la reunión de Trump con el príncipe saudí Mohamed bin Salman se añadan finalmente el presidente libanés, Joseph Aoun, el presidente sirio, Ahmed al Sharaa, y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, ofrece lecturas adicionales sobre lo que está en juego.
Líbano trata de iniciar una nueva etapa para que la que necesita imperiosamente la colaboración internacional, empezando por Washington y París, tanto para movilizar fondos que saquen al país del abismo, como para frenar a Israel, empeñado en violar el acuerdo establecido con Hizbulá en noviembre pasado y en seguir atacando objetivos en territorio libanés.
En el caso de Siria, Al Sharaa busca no solo ser reconocido como interlocutor válido, sino, sobre todo, la eliminación de las sanciones impuestas a la dictadura de Bashar al Asad; y para ello parece dispuesto a ofrecer vía libre a Estados Unidos para hacerse merecedor de sus favores, mientras Washington, con la retirada del contingente militar que lleva años desplegado en las zonas orientales del país, parece indicar su intención de rebajar su huella militar en la zona.
El caso palestino es mucho más complejo, y ahí puede estar una de las grandes sorpresas del viaje, si finalmente se confirman los rumores de que Trump podría estar decidido a reconocer un Estado palestino. Aun en el caso (probable) de que algo así no llegue a producirse, el hecho de que Washington haya anunciado un acuerdo con la milicia yemení de Ansar Allah, por el que los hutíes dejarían de atacar los buques que atraviesen Bab el Mandeb (pero no objetivos en Israel) y que esté llevando a cabo una negociación directa con Hamás, que se habría traducido en la liberación del último rehén estadounidense-israelí vivo en manos de Hamás, deja a Benjamin Netanyahu y sus secuaces en una posición airada. Más aún si se añade el proceso de negociaciones directas entre Washington y Teherán sobre el controvertido programa nuclear iraní.
En definitiva, son tantos los elementos críticos que confluyen en este viaje que resulta imposible resistir la tentación de llegar a la conclusión de que, tras él, quedará claro que Trump no es capaz de encajar todas las piezas regionales a su gusto. ¿Cómo va a convencer a los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo de que un acuerdo nuclear con Irán no pone en peligro sus intereses? ¿Cómo puede evitar que, en ese caso, Netanyahu termine por desencadenar una campaña militar contra Irán? ¿Cómo puede abrir la mano con Siria cuando Israel pretende abiertamente desmantelar su existencia como Estado? ¿Cómo piensa sacar a Hamás de la escena palestina y frenar el ansia asesina de Netanyahu y los suyos?