El fotógrafo de origen japonés Toshi Kazama lleva más de 15 años retratando a presos en el corredor de la muerte de las cárceles de Estados Unidos y ha convertido su trabajo en el arma más poderosa de su campaña para abolir la pena capital en todo el mundo.
Kazama, que nació en Tokio hace 60 años y vive en Estados Unidos desde la edad de 15, comenzó su proyecto con Michael Shawn Barnes, un adolescente que había sido condenado a muerte en el estado de Alabama por dos asesinatos.
"Pensé que quizá parecería un monstruo, pero el chico que vi frente a mí no era más que alguien normal de 16 años al que podría encontrar en cualquier lugar, como por ejemplo en la escuela de mi hijo", cuenta a Efe Kazama, que tardó diez meses en obtener los permisos necesarios para fotografiar al reo.
Finalmente Barnes sobrevivió al corredor de la muerte y ahora cumple una pena de cadena perpetua gracias a que en 2005 el Tribunal Supremo de Estados Unidos emitió un fallo que declaraba inconstitucional la pena capital para delitos cometidos cuando el acusado tuviera menos de 18 años.
El veterano fotógrafo, que se encuentra en Bangkok para dar una conferencia con motivo del Día Mundial contra la Pena de Muerte que se celebra hoy, está convencido de que a menudo los condenados han crecido en familias pobres y disfuncionales en las que no recibieron cariño ni cuidados y muchos son marginados a los que el sistema social no presta atención.
"En muchos países, si uno es rico y tiene un buen nivel educativo nunca será condenado a muerte. Eso les ocurre a las personas pobres y sin educación, que no se pueden permitir un abogado defensor que no sea de oficio", sentencia.
Kazama afirma con rotundidad que nadie gana con las ejecuciones perpetradas por los estados; la pena no sirve para erradicar las causas de los mismos y además enumera problemas como el dolor de las familias, tanto de las víctimas como de los delincuentes y los verdugos, sistemas judiciales falibles y la violación del derecho internacional.
El propio Kazama fue víctima de una tentativa de asesinato hace exactamente 16 años, otro 10 de octubre, cuando alguien golpeó su cabeza cuando llevaba a su hija de vuelta a casa desde el colegio en Nueva York, un momento que no puede recordar y que le sumió en un coma que se prolongó durante cinco días.
Al despertar en el hospital, Kazama temía que sus familiares se vieran consumidos por el odio a su atacante, pero les dijo a su esposa y sus hijos: "odiad el crimen, pero nunca odiéis a la persona".
"En aquel momento ya estaba embarcado en mi proyecto fotográfico, había conocido a numerosas familias de las víctimas y había visto como sus vidas se habían visto afectadas. Si adoptan una actitud vengativa, su vida empeora. Nadie puede seguir adelante cuando está lleno de odio y rabia, los seres humanos no son capaces de ello", explica.
El fotógrafo muestra a Efe la fotografía de una camilla que tomó en una cárcel de Lousiana en la que se ven dos teléfonos, uno de ellos con la línea directa al gobernador del estado.
"La única razón por la que el teléfono está ahí es para que pueda llamar el gobernador y suspender la ejecución. Cinco minutos antes de una de ellas, sonó el teléfono y todo el mundo aplaudió. '¡No tenemos que matar a otro ser humano esta noche!' Cuando respondieron, el gobernador dijo con voz de borracho: 'adelante'," afirma.
Kazama cree que el cambio hacia un mundo en el que la pena de muerte esté abolida ha de venir de los gobiernos y que, aunque a menudo hay una fuerte oposición, la tendencia es a la desaparición de las ejecuciones.
Su dedicación a la causa se ha cobrado un precio personal, ya que viaja alrededor del mundo unos diez meses al año y su situación financiera es cada vez más dura.
"Ya no soy un padre o un marido vinculado a su familia que pasa mucho tiempo con ella. Por lo que esto es duro para mí, pero lo que estoy haciendo a nivel internacional lo hago en aras del futuro de mis hijos", asegura.
Taryn Wilson