Se los conoce como la Gente del Río. Pero ya no tienen río.
Inocencia González es la lideresa tribal de los Cupacá –la Gente del Río– en el norte de México. Pasa sus días elaborando joyería tradicional chaquira que vende en un museo que gestiona su comunidad y recordando los tiempos mejores en los que pescaba tilapia y mújol. Creció en el delta del río Colorado cuando su cauce y los lagos que alimentaba proveían de abundante comida, agua, medicinas y alivio espiritual a su comunidad.
Fue en ese río donde González, de 82 años, enseñó a sus hijos, igual que sus padres y abuelos le enseñaron a ella, a pescar con canoas y trampas hechas a partir del sauce que nacía en sus riveras.
Pero ahora el río se detiene en la frontera entre México y Estados Unidos, los lagos se han secado y la vegetación autóctona de la zona se limita a los lugares donde hay proyectos de reforestación. El único pescado que ven es el que nada en los canales de riego o el cercano río Hardy, un afluente contaminado de apenas 20 kilómetros de aguas repletas de vertidos agrícolas que fluyen desde una planta de tratamiento de residuos.
El Río Colorado es el curso fluvial más regulado de toda América. Suministra agua a ciudades, cultivos y parques nacionales de siete estados de Estados Unidos. Pero al llegar a la frontera con México se embalsa y Estados Unidos libera una cantidad limitada de agua hacia su país vecino. Un agua que acaba, en su mayor parte, desviada para actividades agrícolas.
El Colorado queda así reducido a charcos, a poco más que un insulto para la vista y el entendimiento cuando llegan los calurosos meses de verano en una región que alcanza temperaturas próximas a los 50 grados.
"Echo de menos el río. Es de donde venimos. Es quien somos", dice la anciana mientras encadena cigarrillos en la puerta de su modesta vivienda en El Mayor, baja California. "Todo ha cambiado. Los jóvenes ya no pueden nadar en el río y no tenemos más opción que pescar en agua contaminada".
En la casa de al lado, su nieto, Jaziel Soto Torres, de 25 años, tiene las piernas vendadas para cubrir las ampollas y erupciones acompañadas de picores que le han salido tras adentrarse en las turbias aguas del río Hardy para reparar un puente.
El tratado fluvial de 1944Los Cucapá son una de las cinco tribus nativas de Baja California. Descienden de los cazadores-recolectores Yuma que migraron a este lugar un milenio antes de Cristo. En el siglo XIX, los colonos occidentales documentaron la existencia de entre 5.000 y 6.000 Cucapás organizados en clanes que subsistían siguiendo las turbulentas aguas del delta del río Colorado, en el que pescaban y en cuya ribera plantaban alimentos.
Hoy, las cifras oficiales dan cuenta de que en México sobreviven unos 400 Cucapás y que en Yuma, Arizona, podrían quedar unos mil más. Los Cucapá fue una de las tribus divididas tras la guerra entre México y Estados Unidos (que fijó la frontera entre ambos países en 1848). El declive de la población está relacionado con la desaparición del río.
El tratado firmado por los dos países en 1944 garantizó a México 1,8 millones de metros cúbicos de agua al año para uso agrícola. Hoy, el 85% del agua que llega a la zona aún se destina a ese uso. El acuerdo no tomó en cuenta los derechos de los Cucapá y su profunda relación con el agua.
El resultado es que escasean sus ceremonias tradicionales, su repertorio medicinal y su suministro de frutas y granos. Además de los árboles y matorrales que utilizaban para construir sus casas, sus embarcaciones y su ropa.
Los líderes del pueblo Cucapá esgrimen que la pérdida del río ha supuesto la destrucción de su tejido social: su idioma está a punto de desaparecer, sus ceremonias espirituales se están olvidando y sus jóvenes se ven obligados a migrar.
Antonia González, la hija de Inocencia que dirige el museo, cree que "la gente abandonó la comunidad porque no queda río, no quedan peces y no queda vida". "Nos ha costado nuestra lengua, nuestra cultura y nuestra identidad", señala.
En Arizona, la tribu, conocida como los Cocopah, tiene su derecho al agua garantizado por leyes federales, pero también allí las costumbres ribereñas tradicionales y la alimentación derivada de ese modo de vida están disminuyendo a gran velocidad.
"No estamos acostumbrados a vivir así"El Mayor es una colonia polvorienta fundada después de que muchas viviendas levantadas a la vera del río desaparecieran durante una crecida en 1979. Los embalses estadounidenses liberaron una gran cantidad de agua proveniente de intensas lluvias y fuertes nevadas y México no estaba preparado para las inundaciones que lo asolaron.
Los Cucapá se llevaron la peor parte y se vieron obligados a desplazarse desde las zonas en las que vivían dispersos en dirección a barrios superpoblados. El Mayor recibió a gran parte de la diáspora y las condiciones aquí no son las mejores. La localidad es un batiburrillo de viviendas improvisadas y viejas caravanas separadas entre sí por caminos de tierra y grava, alambre de espino y pinos a punto de caer por la acción de la sal.
El alcohol y las drogas, sobre todo el cristal, han tenido el impacto de una plaga. La prevalencia de la diabetes, el asma y el cáncer es alarmante. Los techos de lámina que el Gobierno entregó en 1979 estaban llenos de amianto y, pese a eso, cubrieron las viviendas durante tres décadas.
"No estamos acostumbrados a vivir así y estar tan juntos ha provocado celos y divisiones que nunca habían existido. La peor de las amenazas a las que nos enfrentamos es la del conflicto interno", explica Antonio González, que se dedica a enseñar la historia, música y danzas del pueblo Cucapá a los adolescentes con la intención de transmitirles valores más próximos a la madre naturaleza.
No obstante, no fue todo malo en los años de las inundaciones, cuenta la lideresa tribal. Inocencia cree que el exceso de agua sirvió para que el río fluyera hacia la Laguna Salada, una gran depresión de arena al oeste de El Mayor. Entonces, el agua dulce y los restos de las mareas del Golfo de California confluyeron, resultando en abundantes peces.
Después, cuando terminaron las inundaciones provocadas por la mano del hombre y la laguna se secó, los Cucapá se vieron obligados a pescar róbalos, conocidos por su ensordecedora llamada de apareamiento, en mar abierto. Estos peces se congregan en el Mar de Cortés, una lengua de mar entre la península de Baja California y el resto del continente.
Lo que supuso un respiro económico para los Cucapá no duró mucho. El róbalo, también conocido como corvina, no deja de disminuir. La pesca ilegal, la corrupción y la crisis climática no dejan de plantear nuevas amenazas para este pueblo.
Este año, Francisco Javier Gonzalez, propietario de la única tienda de El Mayor, está endeudado. No logró recuperar el dinero invertido en gasolina y equipo tras tres temporadas de pesca que no han dado fruto.
"El tratado [de 1944] fue una catástrofe para nosotros. Nunca se nos consultó y nadie ha pedido disculpas ni nos ha compensado por el modo en que nuestras vidas han cambiado totalmente al perder el río. Los Cucapá somos gente de río y no de mar. Y ahora también se nos está echando del mar".
Queda resquicio para el optimismo. Varios proyectos en marcha, entre los que está el dragado de algunas partes del río o los intentos de reforestarlo, están facilitando que parte de las mareas del golfo penetren en el delta del río y creen humedales que sirven, a su vez, para atraer a pelícanos y garcetas. Para los Cucapá, sentir que podrían estar regresando algunas de las conexiones entre el agua y la naturaleza que los vieron nacer podría significar también que su modo de vida aún puede salvarse.
Inés Hurtado, lideresa Cucapá de 52 años indica: "Los humedales traen pescado y el pescado nos sostiene. Tenemos que protegerlos".