España entró hace poco en el club de países europeos con parlamentos fragmentados y, de momento, no ha conseguido superar con éxito las primeras pruebas. Ante el bloqueo y la imposibilidad de formar gobierno y llegar a pactos, los líderes políticos en España han optado por repetir elecciones. El resultado: cuatro elecciones en cuatro años.
Otros países llevan décadas lidiando, con mayor o menor éxito, con la falta de mayorías. En Dinamarca, ningún partido ha conseguido mayoría absoluta desde hace más de un siglo, pero en los últimos 30 años nunca han tardado más de tres semanas en formar gobierno. En Italia, el diseño del sistema ha puesto el entendimiento por encima de los principios (han tenido 66 gabinetes en 72 años).
En 1947 Italia venía de sufrir una especie de contienda civil. Había caído derrotada en la Segunda Guerra Mundial, pero también se desangraba en el conflicto interno que supuso la división entre fascistas y partisanos. Aquel año el país aprobó una Constitución con la que se adentró en la democracia y dejó atrás regímenes totalitarios pasados.
Italia configuró un sistema que propiciaba parlamentos fragmentados para que nadie pudiera volver a apropiarse de las instituciones. Quiso evitar el retorno del fascismo, pero también se palpaba el miedo a que el poderoso Partido Comunista Italiano (PCI) se convirtiera en hegemónico. Se instauró un modelo basado en el "bicameralismo perfecto", que otorga los mismos poderes a la Cámara de Diputados y al Senado.
El resultado fue una inestabilidad crónica convertida en modo natural de gobierno. Desde 1947 hasta hoy ha habido 66 gabinetes. En el país de Maquiavelo, todos los actores políticos eran conscientes de que era necesario pactar con quien fuera y cuando el experimento dejara de funcionar, vuelta a empezar.
El partido Democracia Cristiana (DC) gobernó durante décadas con el apoyo de pequeñas corrientes. En ocasiones en coaliciones de cuatro o cinco partidos. Sobrevivió siempre a la eterna amenaza del ‘sorpasso’ del PCI, que nunca llegó. En 1976, sin embargo, los comunistas estuvieron cerca de conseguirlo y se quedaron a unos pocos escaños de la DC. El país entró en un bloqueo sin precedentes, pero para eso estaba Giulio Andreotti, el fontanero mayor de la democracia italiana, que se entendió con Enrico Berlinguer, líder del PCI.
Ambos partidos se repartieron la presidencia de las cámaras y los comunistas se abstuvieron para favorecer el Ejecutivo de la DC en lo que se bautizó como "el Gobierno de la no desconfianza". La decisión le costó la vida dos años más tarde a Aldo Moro, que ejercía anteriormente como primer ministro y al que se le consideró uno de los artífices del pacto con los comunistas. Moro fue secuestrado y asesinado por el grupo terrorista Brigadas Rojas (todavía hoy se especula sobre una posible implicación de la CIA).
Desparecido el fantasma comunista, los democristianos siguieron gobernando hasta 1993, cuando estalló el escándalo conocido como ‘Tangentopoli’ (‘tangente’ significa soborno en italiano), por el que se demostró la existencia de una corrupción endémica que afectaba a todos los partidos. Aquel ‘big bang’ acabó con todas las formaciones políticas y la hegemonía de la DC. Fue el momento de la aparición de Berlusconi, que utilizó la televisión como método para sustituir la cultura política por el personalismo. Se crearon nuevos partidos, mucho más débiles que los anteriores, y el presidente de la República ganó peso como garante institucional.
La democracia cristiana desapareció hace casi tres décadas, pero no su cultura. Italia sigue sobreviviendo en un sistema en el que el interés político se basa siempre en el entendimiento antes que en los principios. Así, en las anteriores elecciones, la ultraderechista Liga de Matteo Salvini no dudó en abandonar su pacto con las otras derechas para gobernar con el Movimiento 5 Estrellas (M5S). Y cuando Salvini rompió recientemente la alianza, el M5S se entregó a los brazos de los socialdemócratas del Partido Democrático. Todo en poco más de un año.
Dinamarca, más de un siglo sin mayorías absolutasDinamarca celebró elecciones generales el 5 de junio. El partido más votado fue el Socialdemócrata, hasta entonces en la oposición, que consiguió 48 de los 179 escaños del Folketing, como se conoce al Parlamento danés. El gobernante Partido Liberal, de centroderecha, quedó en una ajustada segunda posición con 43 diputados electos.
A pesar de la fragmentación y del elevado número de actores, 179 diputados divididos entre 14 partidos, Dinamarca formó Gobierno en tan solo tres semanas. La socialdemócrata Mette Frederiksen fue nombrada jefa de un Ejecutivo en minoría tras llegar a un acuerdo, plasmado en un documento de 18 páginas, con el Partido Social Liberal, el Partido Popular Socialista y la Alianza Roji-Verde.
Esas tres semanas fueron el periodo de negociación poselectoral más largo en Dinamarca desde 1988, cuando duró un par de días más. Y eso que desde 1909 no se da una mayoría absoluta en el Parlamento.
"(Cuando me mudé aquí) me llamó mucho la atención la calidad intelectual y también moral de muchos políticos", comenta Lucas Ruiz, un malagueño de 54 años escritor y profesor de español e historia, que en 1994 se trasladó a Dinamarca. "Un elemento fundamental de diferencia es el sentido práctico de la política danesa. Los escenarios que se han planteado en España de, ‘Gana un partido, no es capaz de formar mayoría y al final se acaban convocando elecciones’, son impensables en Dinamarca".
En 2015, el partido Socialdemócrata fue el más votado, pero como el conjunto de partidos progresistas no le aseguraba una mayoría, su líder renunció a tratar de formar un gobierno el día siguiente a los comicios. El segundo partido con más escaños fue el Partido Popular Danés, que apenas contaba con apoyos. Por lo que fue finalmente el Partido Liberal, el tercero más votado (solo 34 de los 179 diputados), el que acabó formando un gobierno en minoría. Y todo este proceso se completó en sólo 10 días desde las elecciones.
Portugal: 2015, año de una excepción históricaPortugal no cuenta con la misma tradición pactista que Dinamarca, sin embargo, en sus 45 años de democracia solo ha tenido cinco mayorías absolutas. Sin pactos y sin mayorías absolutas, el resultado es que solo seis de sus últimos 20 gobiernos (sin contar con el actual, formado tras las elecciones del mes pasado) han logrado terminar la legislatura. Los otros 14 han acabado dimitiendo o perdiendo una moción de censura.
En solo dos ocasiones desde la caída de la dictadura en 1974 se han formado gobiernos de coalición que han logrado mayoría absoluta y que han terminado su mandato. En 1995 será la primera vez que un gobierno en minoría logra completar los cuatro años de mandato. Este hito lo consiguió el actual secretario general de la ONU, António Guterres, del Partido Socialista. El partido de Guterres fue el más votado y obtuvo 112 escaños, a tan solo cuatro de la absoluta.
La hazaña no se volverá a repetir hasta 20 años después, en 2015, pero en este caso era todavía más complicado. El Partido Socialista había quedado segundo con 86 escaños y un acuerdo de gobierno inédito con el resto de formaciones de izquierdas –incluido el Partido Comunista, tradicionalmente enfrentado a los socialistas– le permitió hacerse con el mando del país. Será la primera vez que no gobierne el partido más votado.
El experimento, calificado despectivamente por sus rivales como ‘chapuza’ (geringonça), no solo consiguió formar un ejecutivo progresista que revocó buena parte de los recortes impuestos tras la crisis, sino que completó su mandato, algo poco habitual en Portugal. Ahora, muchos en Europa ven en el modelo de la ‘geringonça’ un ejemplo para la izquierda europea ante parlamentos cada vez más fragmentados.
El experimento de 2015 fortaleció al Partido Socialista en las elecciones del mes pasado, pasando de 86 a 108 escaños. Como es habitual, no logró la mayoría absoluta y en esta ocasión no han repetido la ‘chapuza’. Ahora, el Partido Socialista se tendrá que ganar los apoyos necesarios para cada medida que quiera sacar adelante. Sobrevivir no será fácil. En Portugal, cuatro años de gobierno es mucho tiempo, pero 2015 podría marcar el inicio del cambio en la gobernabilidad portuguesa.