Luiz Inácio Lula da Silva, expresidente de Brasil, se compromete a liderar la oposición contra el líder ultraderechista Jair Bolsonaro, con quien su país está viviendo una regresión, una marcha atrás de los logros conseguidos con mucho esfuerzo. "Bolsonaro ya ha dejado claro qué es lo que quiere para Brasil: quiere destruir todas las conquistas democráticas y sociales de las últimas décadas", sostiene Lula en su primera entrevista a un medio extranjero desde su liberación hace dos semanas.
El expresidente asegura que ahora su misión es "luchar por la democracia". "¡El Partido de los Trabajadores se está preparando para volver a gobernar este país!", exclama dando un golpe sobre la mesa.
Este exlíder sindical, que nació en la miseria de las tierras semiáridas de Brasil, llega a las oficinas centrales del Partido de los Trabajadores, ubicadas en el centro de Sao Paulo y saluda a una docena de personas con apretones de manos y besos.
Han pasado casi 40 años desde que Lula lideró las huelgas de trabajadores del metal en los suburbios industriales de Sao Paulo durante la dictadura militar, pero su energía y su pasión por la política siguen sorprendiendo.
Cuando habla de Bolsonaro –que apoya la dictadura militar brasileña y admira la Chile de Pinochet, así como a líderes autoritarios actuales como el húngaro Viktor Orbán–, Lula no se guarda nada. "Esperemos que Bolsonaro no logre destruir Brasil. Esperemos que haga algo bueno por Brasil…pero lo dudo", dice.
El expresidente se muestra consternado por los supuestos vínculos entre Bolsonaro y el crimen organizado. Desde el año pasado, cuando fue asesinada Marielle Franco, una popular concejala de Río de Janeiro, han salido a la luz varias fotos del presidente posando junto a los sospechosos de matarla, que están presuntamente vinculados a oscuros grupos paramilitares. "En una época era raro hablar de grupos paramilitares… Hoy vemos al presidente rodeado de ellos", afirma Lula. Y Bolsonaro no sólo se equivoca en su política interna, dice Lula. "Su sumisión ante Trump y Estados Unidos es algo que da vergüenza", remarca.
La opinión de Lula la comparte una generación de diplomáticos que está horrorizada por el daño que se está causando al poder blando de Brasil bajo el gobierno de Bolsonaro, cuyo ministro de relaciones exteriores, Ernesto Araújo, cree que el cambio climático es un invento marxista. "En este momento, la imagen internacional de Brasil es realmente negativa. Tenemos un presidente que no gobierna y que se sienta a hablar de noticias falsas las 24 horas del día", asegura. "Brasil debe tener un papel en la escena internacional".
Lula dice que está "emocionado" de ver que Argentina y México han vuelto a tener gobernantes de izquierdas, pero se muestra muy triste por la crisis actual en Bolivia, donde Evo Morales fue forzado a renunciar en medio de acusaciones de fraude. "Mi amigo Evo cometió el error de intentar ir por un cuarto mandato como presidente", dice Lula. "Pero lo que le hicieron es un crimen. Es un golpe de Estado y esto es terrible para América Latina".
Lula pasó 580 días en la cárcel por una polémica acusación de corrupción que él siempre afirmó que era un plan político para impedir que se presentara como candidato a presidente en las elecciones de 2018.
Recientemente, han salido a la luz conversaciones de Sergio Moro –el juez que lo condenó– conspirando con los abogados de la acusación. Más tarde, Moro se convirtió en el ministro de Justicia de Bolsonaro. "Espero que algún día Moro sea juzgado por las mentiras que dijo", dice Lula.
Lula afirma que ha podido sobrevivir a su detención gracias a las decenas de seguidores que acamparon frente a la sede de la policía en la ciudad de Curitiba, donde estuvo preso. "Salí de prisión con el corazón más grande. Gracias a los activistas, no me he amargado por dentro", asegura.
Tras su liberación, Lula habló frente a decenas de miles de seguidores en Recife, un bastión del Partido de los Trabajadores en la región nordeste del país. Este viernes se canceló otro evento en Sao Paulo en el último momento por mal clima, pero están previstos más mitines para el año que viene.
Lula dejó el Gobierno en 2011 con un índice de aprobación de casi el 90% tras ocho años de notable crecimiento e inclusión social en uno de los países más violentos y desiguales del mundo. Sin embargo, sus años en el poder también se vieron manchados por escándalos de corrupción que involucraban a figuras de todo el espectro político y le abrieron paso a la extrema derecha.
Bolsonaro, que antes era una figura política marginal, ascendió al poder en medio de una tormenta perfecta de recesión económica y crisis política tras el encarcelamiento de Lula. "Nadie predijo la elección de Bolsonaro. Ni siquiera él mismo", afirma Lula.
Los años que precedieron a la implacable campaña electoral de 2018 –durante la cual Bolsonaro fue apuñalado por un hombre con problemas mentales– estuvieron marcados por una polarización en aumento. "Me apena que Brasil se esté convirtiendo en un país donde el odio forma cada vez más parte de la vida cotidiana de la gente", señala Lula.
"Yo soy seguidor del Corinthians, pero no me voy a pelear con un fan del Palmeiras. Tengo que aprender a convivir con él", añade, utilizando la rivalidad entre los dos mayores equipos de fútbol de Sao Paulo para ilustrar cómo "aceptar y respetar las diferencias entre nosotros".
Lula descarta las afirmaciones de que su regreso a la arena política pueda polarizar aún más la situación. "En su mayoría, la gente votó por Bolsonaro porque Lula no era candidato", advierte. "La mejor forma de recuperar esos votos es hablándoles mucho".
El Partido de los Trabajadores sigue siendo el partido más popular de Brasil por bastante margen, a pesar de haber sido acosado y manchado por los escándalos. Pero también es el partido más rechazado –después del Partido Social Liberal, el antiguo partido de Bolsonaro–: casi el 40% de las personas encuestadas afirmaron que nunca votarían por el partido de Lula. "Por supuesto", se ríe Lula. "Pero la gente habla más de Pelé que de los otros jugadores".
Traducido por Lucía Balducci