"Macron dice lo que muchos pensamos, pero en Europa no puedes ir así por la vida porque para cambiar las cosas necesitas alianzas y su actitud no ayuda". Es la reflexión de un dirigente popular europeo sobre el presidente francés, quien añade: "Ojalá Chirac no hubiera acabado con las presidencias de siete años; habría que volver a ello, para que los líderes pensaran a largo plazo. Además, todo el mundo sabe que hablar de Europa no sirve para ganar elecciones en Francia".
Emmanuel Macron lleva dos años y medio en el cargo. Llegó al Elíseo en mayo de 2017 tras ganar en la segunda vuelta a Marine Le Pen, escindido de los socialistas, con colaboradores reclutados del centroderecha y sin partido, abanderando un populismo tecnocrático afín a las élites del país –de donde él venía: fue asociado en la banca Rotschild–.
Y en este tiempo ha tenido que lidiar con las protestas de los chalecos amarillos, que le obligaron a rehacer los presupuestos y, por ello, recibir un toque de Bruselas. En estos días vive una huelga general por su anunciada reforma de las pensiones mientras se pelea en la OTAN con Donald Trump.
Según una encuesta del instituto Odoxa-Dentsu publicada recientemente por el diario Le Figaro, siete de cada diez franceses creen que la protesta está justificada. Y un sondeo de Kantar concede a Macron una aprobación del 27% y una desaprobación del 70%. Es verdad que en Francia, con el sistema de dos vueltas, Macron podría aspirar a la reelección con un 27% de los votos en la primera vuelta si se mide, como en la última vez, con quien ganó las elecciones europeas el pasado 26 de mayo: Marine Le Pen.
Pero, mientras eso pasa en Francia, Macron intenta presentarse en Europa como un referente. En su primer discurso como presidente, en mayo de 2017, ya dijo que "Europa será refundada y relanzada" porque "protege" a los ciudadanos y "lleva por el mundo nuestros valores".
El presidente del PP europeo y expresidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, decía en una entrevista con varios medios europeos que en España ha publicado El País lo siguiente sobre Macron: "Es una esperanza para el futuro de Europa y uno de los mejores defensores de la democracia liberal, pero soy crítico con algunas de sus nuevas ideas y opiniones, en especial, las últimas sobre la OTAN. Estamos en un momento muy delicado de la relación transatlántica, con un presidente de EE UU que, por primera vez en la historia de la UE, está claramente en contra de la Unión como socio. Si Macron quiere ser uno de los líderes más importantes de la UE, su obligación es proteger nuestros lazos con EE UU. Hace falta que Macron se sienta responsable de la UE como conjunto y no solo de Francia para que podamos tratarle como un futuro líder de toda Europa. Esa fue la principal ventaja de Angela Merkel. Siempre estuvo dispuesta a pensar en Europa y a sacrificar intereses nacionales para proteger a todos".
Es cierto que Tusk es de una familia política distinta a la de Macron: Tusk es popular y Macron se encuadra en la familia liberal europea. Pero también es verdad que el dirigente polaco ha tratado de cerca a Macron en los últimos dos años y medio, en los que el francés lanzó su concepto de la "Europa que protege", como explicaba en su Carta a los ciudadanos de Europa en marzo pasado:
"Libertad, protección, progreso. Sobre estos pilares debemos construir el Renacimiento Europeo. No podemos dejar que los nacionalistas sin propuestas exploten la rabia de los pueblos. No podemos ser los sonámbulos de una Europa lánguida. No podemos estancarnos en la rutina y el encantamiento. El humanismo europeo exige acción y por todas partes los ciudadanos están pidiendo participar en el cambio".
Pero, por debajo de un mensaje que aspira ejercer un liderazgo europeo como hacía tiempo no existía en Francia, llegan los hechos, las negociaciones con el resto de los líderes, los procedimientos, los Consejos Europeos, las mesas camillas y las reuniones a puerta cerrada.
Y en los últimos tiempos Macron ha cosechado éxitos para Francia, pero también ha erosionado su figura. El presidente francés sabe que Reino Unido se está yendo de la UE, y que desde el referéndum del Brexit hace tres años y medio, ha dejado de ser un polo de poder comunitario. También sabe que Merkel está de retirada, que ha dicho que lo deja y la locomotora alemana tira menos de la UE. En realidad, hay vacíos, y quien primero se mueva es que mejor los ocupará.
Pedro Sánchez lo intentó este verano, como representante de la familia socialista europea para la renovación de los cargos principales de la UE. Y parecía entenderse con Macron, y parecía que a los dos les tejían una alianza frente a la hegemonía popular de los últimos 15 años en Europea. Pero, en el último minuto, Macron cambió de bando: se sacó de la manga el nombre de Ursula von der Leyen para la presidencia de la Comisión Europea y se quedó con la presidencia del BCE con Christine Lagarde.
En 24 horas, Macron cambió la renovación política de Europa por la presidencia del BCE, una presidencia de la Comisión alemana pero francófona y un belga –también francófono– al frente del Consejo Europeo. De la alianza entre socialistas y liberales a la alianza entre populares –alemanes– y francófonos.
"Hace falta que Macron se sienta responsable de la UE como conjunto y no solo de Francia para que podamos tratarle como un futuro líder de toda Europa", decía Tusk –interesadamente–.
Y es que Macron, en ese proceso, arruinó el amago democrático del sistema de candidatos para la elección de la presidencia de la Comisión Europea, los célebres spitzenkandidaten, que sólo ha triunfado una vez, en 2014, con Jean-Claude Juncker. Es un mecanismo pactado por las familias socialistas y populares de la mano del Parlamento Europeo. Pero el presidente francés lo hizo saltar por los aires en julio. Y el Parlamento Europeo se lo hizo pagar después, tumbando a su candidata a comisaria europea en septiembre –Sylvie Goulard– por sus sobresueldos con think tanks estadounidenses.
El Parlamento Europeo se la guardó y se la cobró, a su manera. Eso sí, al final Macron ha conseguido colar como comisario europeo de Mercado Interior a un exCEO de una gran multinacional de las telecomunicaciones.
Pero las tensiones de Macron con sus socios europeos se acumulan en los últimos meses. Además de los cambios de aliados en la elección de los cargos de la UE –lo cual, también, evidencia su poder en tanto que socio necesario para casi todo–, Macron ha bloqueado y amenazado con bloquear varios asuntos clave.
Por ejemplo, el Brexit: el presidente francés siempre se ha mostrado reacio a las prórrogas con Reino Unido y, si acaso, quería concederlas cortas. Eso sí, los británicos se tenían que haber ido el 29 de marzo de 2019 y, como pronto, lo harán el 31 de enero de 2020 y después de tres prórrogas duramente arrancadas a los franceses.
Otro ejemplo: la ampliación de la UE. Los presidentes del Parlamento Europeo, la Comisión y el Consejo escribieron una carta a favor de que Macedonia del Norta y Albania comenzaran las negociaciones para su ingreso en la UE. Parecía que ese documento significaba un síntoma de amplio consenso. Pero no, Macron lo bloqueó en la última cumbre de octubre, y se ha pospuesto abrir las negociaciones por el no de Francia, ante el enfado del resto de socios, que entienden que dar la espalda a los Balcanes les lleva a girar la cabeza y mirar hacia el Este: China y Rusia.
Y la OTAN: Macron quiere un "diálogo fuerte" con Rusia en la OTAN, pero critica que Turquía compara misiles al Kremlin y su intervención unilateral en Siria, lo que le llevó a diagnosticar "muerte cerebral" en la Alianza Atlántica. El presidente francés habló así en una entrevista con The Economist, donde también se refería a "una fragilidad extraordinaria de Europa que, si no se piensa como potencia en este mundo, va a desaparecer porque va a ser objeto de un golpe".
"Hay una crisis interior europea: una crisis económica, social, moral y política que ha empezado hace 10 años", sentenciaba Macron en la entrevista. Una crisis que, por otro lado, puede terminar de catapultar a lo más alto en Italia a Matteo Salvini, con un libretto opuesto al de Macron, pero con las mismas aspiraciones que el francés: la hegemonía política en Europa. Pero no desde el populismo tecnocrático, sino desde el populismo de extrema derecha.