Cuando el columnista conservador Vaco Piludo Valente usó por primera vez la expresión jerigonza, el actual primer ministro portugués, António Costa, todavía estaba concurriendo a la primarias del Partido Socialista (PS) para derribar al anodino António José Seguro. Meses más tarde, Paulo Portas, todavía líder del CDS (derecha), recuperó la palabra para describir al nuevo gobierno de izquierda. Un gobierno que tenía, de hecho, una composición extraña. Era del PS, que había quedado en segundo lugar en las elecciones, pero apoyado por el Bloco de Esquerda (BE, aliado de Podemos) y por el Partido Comunista Portugués (PCP). Era la primera vez, en la democracia portuguesa, que un partido que no había vencido las elecciones lideraba un gobierno.
Desde la revolución de 1974, la izquierda nunca se había entendido para gobernar. Hubo otro apoyo conjunto a candidatos a las elecciones para presidente de la República, alguna coalición en municipios. Muy poco, en definitiva. La gran división, con el nacimiento de la democracia portuguesa, se produjo entre socialistas y comunistas. Esa ruptura, más que la división entre la izquierda y la derecha, es la fundadora del régimen. Superarla era de una dificultad enorme. Solo condiciones extraordinarias podrían haber conducido a este paso histórico que, hasta que las negociaciones terminaron, era considerado improbable por los medios de comunicación.
Sin embargo, este entendimiento estaba escrito entre líneas en la campaña electoral. PS, PCP y BE sintieron, en las calles, la presión de los votantes para que se entendiesen. Ni un solo día más con Passos Coelho, primer ministro de derecha que prometió ir más allá de la troika, decían los votantes de izquierda a sus candidatos. Todos sintieron que no se les perdonaría si las tradicionales disputas entre los partidos de izquierda impidiesen una solución política alternativa. En un debate entre Catarina Martins, líder del Bloco de Esquerda, y António Costa, líder del Partido Socialista, la primera puso cuatro condiciones para participar en un gobierno. Casi todas asequibles. En el congreso del Partido Socialista, antes de la campaña, fue el propio António Costa quien defendió que la alternancia en el gobierno no podía continuar vetada a los partidos a su izquierda.
Pero hasta la noche electoral no se empezó a constatar que, esta vez, la cosa podría ir en serio. La coalición de derecha había ganado, con un 38,5%. Eso sucedía porque habían concurrido en coalición, mientras que la izquierda, que en conjunto había obtenido el 51% de los votos y 122 de los 230 diputados, se había presentado por separado. Esa noche, los medios de comunicación y los líderes de la derecha, siguiendo la tradición, dieron como segura la continuidad de Pedro Passos Coelho como primer ministro. Pero, ante el resultado, Jerónimo de Sousa, líder de los comunistas, pronunció la frase que marcó el futuro: "El PS no forma gobierno porque no quiere". Comenzaba a nacer la jerigonza.
Solo una alineación única de los astros permitiría esa solución: un pueblo machacado por la austeridad e intransigente ante la posibilidad de más desencuentros entre la izquierda, un PS con la posibilidad de gobernar pero debilitado por no haber quedado el primero, un líder socialista que necesitaba llegar inmediatamente al poder, la dirección del PCP presionada por sindicalistas y alcaldes para que no permitiese que la ofensiva mediática y de austeridad continuase y el hecho de que este entendimiento solo era aritméticamente posible si el PCP y el BE entrasen a la vez en la solución. Si lo hiciese antes uno de ellos, podría haberse dado un impasse.
Aprovechar la oportunidad¿Cómo se explica que la derecha haya conseguido, tras las brutales dosis de austeridad que suministró al país, alcanzar el 38% de los votos? Fue posible porque la recuperación económica comenzó en 2014, siendo todavía primer ministro Passos Coelho. Y comenzó como efecto de la recuperación europea y del crecimiento del turismo. Este es el primer mito que es necesario deshacer para comprender la situación portuguesa: que fue a izquierda la que recuperó, por sí sola, la economía. Decirlo es repetir un error que destruyó al PS cuando la crisis explotó: fue responsabilizado, sin tener en cuenta la situación externa, de la bancarrota nacional. No fue José Sócrates (primer ministro en 2011) quien hizo quebrar el país, no fue Passos Coelho quien impuso la austeridad, no fue António Costa quien recuperó la economía. En todos esos momentos Portugal seguía, a veces solo con un poco de retraso, las tendencias europeas.
La diferencia residió en cómo cada uno de ellos se enfrentó con el contexto externo. Así como la derecha añadió dosis de austeridad a lo que ya venía de fuera, el gobierno de la jerigonza aprovechó el momento de recuperación de forma muy diferente de lo que habría hecho Pedro Passos Coelho. Las restituciones de salarios y derechos sociales y laborales fueron mucho más rápidas y profundas. Y no fueron acompañadas por la liberalización de las leyes laborales o privatizaciones, como aconsejan siempre las instituciones europeas y el FMI. Al contrario, los cambios en las leyes laborales, aunque muy tímidos, fueron para favorecer a los trabajadores. E incluso se anuló la concesión a empresas privadas de los transportes públicos de Lisboa y Oporto y se revirtió parcialmente la privatización de la aerolínea TAP.
La lista de conquistas en estos cuatro años es especialmente impresionante cuando se compara con lo que sucede en Europa. Algunos ejemplos: aumento general de las pensiones; aumento del abono de familia; eliminación de los recortes en el subsidio de desempleo; textos escolares gratuitos; reducción de las tasas universitarias; 35 horas semanales en la Administración pública y devolución de muchos recortes que habían sido realizados a trabajadores del sector público y privado; nuevos tipos fiscales y fin de recargos; aumento de impuestos sobre patrimonio inmobiliario de mayor valor; drástica reducción del precio de los abonos sociales para los transportes públicos (medida con enorme impacto social), y aumento del 20%, por fases, del salario mínimo nacional.
Este conjunto de medidas ha sido posible gracias a una situación externa muy favorable pero, al mismo tiempo, aceleró la recuperación, ya que aumentó las rentas disponibles, el consumo interno, la confianza económica, el empleo y los ingresos fiscales. Por ello, permitió combinar recuperación económica, devolución de derechos sociales y equilibrio de las rentas públicas a niveles nunca vistos desde la entrada del euro. El PIB creció a un ritmo desconocido desde comienzos de siglo, el desempleo cayó del 14%, en 2014, al 6,5%, en 2019; la inversión está cerca de la de los años anteriores a la crisis y el déficit presupuestario continúa su camino hacia llegar a ser nulo, lo que se debe a los grandes superávits primarios.
Una vez más, es necesario tener cuidado con algunos equívocos. Desgraciadamente, estos cuatro años no han sido suficientes para demostrar que las políticas expansionistas en un país periférico de la UE permiten casar recuperación económica con el complimiento de las metas europeas. En un periodo de crisis, sería altamente improbable que todas estas medidas pudiesen tomarse con superávits primarios nunca vistos en Portugal. Fue la recuperación externa lo que lo permitió. Como las cuentas se comportaron bien y las instituciones europeas confiaron en que ningún elemento estructural de sus dogmas ideológicos sería puesto en cuestión por un gobierno apoyado por comunistas y radicales, el rating de la deuda subió, los niveles de interés descendieron y el Gobierno se ahorró más de mil millones de euros en pagos de deuda. No es poca cosa.
Como la situación era buena, hubo menos resistencias por parte de los agentes económicos y de Europa a los aumentos de los salarios mínimos (aun así, hubo algunas), la Comisión Europea no rechazó los presupuestos (llegó a amenazar con ello) y el clima político y social fue, en los primeros dos años, inusualmente favorable para un gobierno de izquierdas. Todo esto hizo que las relaciones entre los tres partidos fuesen mucho más fáciles y la capacidad de la derecha de hacer oposición, mucho más difícil.
Cuando se cumplieron los dos primeros años de gobierno, el contenido de los acuerdos, que incluía la restitución de los salarios y los derechos, se agotó. Y navegando a ciegas, comenzaron las fricciones. Cuando el mandato llega a su fin, las fricciones se han convertido en enfrentamiento. La retirada del PS de la negociación de una nueva Ley de Bases de Salud que restaría poder a los grupos privados llevó a un fuerte desencuentro con el BE y a acusaciones mutuas de deslealtad. Y, ante la aprobación, con el voto de la derecha, PCP y BE, de la contabilización completa del tiempo de servicio de los profesores, que fue congelado durante la crisis, el primer ministro amenazó con su dimisión. Muchos observadores han considerado que esta simulación de crisis forzada tenía fines electorales. El PS estaba cayendo en las encuestas debido a un escándalo relacionado con el nombramiento de decenas de familiares de ministros para cargos gubernamentales y en la Administración Pública. Esta dramatización contra una ley que mostraba "irresponsabilidad presupuestaria" permitía recuperar votos hacia la derecha.
Con esta crisis, el PS se ha recuperado un poco. Una buena parte del crecimiento del PS se ha producido a costa de la derecha, gracias al equilibrio de las cuentas públicas impuesto con mano de hierro por Mário Centeno, el Cristiano Ronaldo de las Finanzas. Un equilibrio que, incluso en un buen momento económico, se ha conseguido a costa de la inversión pública más baja de las últimas décadas y de una degradación de los servicios públicos, sobre todo en Sanidad y en el transporte público. Ese es el reverso de la moneda del milagro portugués: la restitución de los servicios fundamentales no se ha visto acompañada por una inversión en la calidad del Servicio Nacional de Salud y de los transportes.
¿Adiós a la 'Jeringonza'?Con la aproximación de las elecciones europeas ha quedado claro que la estrategia a largo plazo de António Costa ya no pasa por la jerigonza. António Costa se ha alejado de Pedro Nuno Santos, el principal activo de todas las negociaciones con la izquierda y ascendido recientemente a ministro de Fomento. El joven rostro del ala más a la izquierda del PS es un defensor, en Portugal y en Europa, del refuerzo de un bloque a la izquierda que rivalice con las corrientes neoliberales. Sin embargo, el primer ministro sintoniza cada vez más con Augusto Santos Silva, ministro de Asuntos Exteriores. El confeso seguidor de la tercera vía y de Macron ha defendido que la alianza imprescindible deberá ser entre europeístas, para luchar contra la izquierda euroescéptica y la extrema derecha. Este rumbo, con el refuerzo de la alianza con los liberales, incluyendo a Macron y a Ciudadanos, es evidente en la estrategia que el PS ha definido para Europa. Hay quien dice que Costa sueña con una carrera en Bruselas. En el estado en el que se encuentra la izquierda en Europa, se exigen nuevos aliados.
Todo indica que, en este momento, António Costa quiere deshacerse de la jerigonza. Para ello, tenía tres posibilidades. Una mayoría absoluta, una alianza solo con el PCP y un gobierno en minoría, con acuerdos puntuales a izquierda y derecha. Los resultados de las últimas elecciones europeas han hecho que todas estas posibilidades sean improbables. El PS alcanzó el 33,5% de los votos y, a pesar de hay algunas encuestas optimistas, nada indica que sea posible repetirlos. El PCP obtuvo el peor resultado de su historia en unas elecciones que, por presentar menos abstención, suelen favorecer bastante a un partido que tiene un electorado más fiel. Y los dos partidos de derecha fueron arrasados. Rui Rio, líder del Partido Social Demócrata (centro-derecha), abierto a acuerdos hacia el centro, deberá retirarse después de las elecciones legislativas de octubre. Y quien venga deberá endurecer la oposición.
La caída del PCP y la subida del BE, en estas europeas, son datos importantes para un análisis riguroso. El PCP parece estar sufriendo el abrazo del oso. Su electorado, con muchos pensionistas y funcionarios públicos, parece estar sufriendo el abrazo del oso. Desde que comenzó esta solución política, ha perdido tres elecciones consecutivas: presidenciales, municipales y europeas. Y nada indica que se deba a que a sus electores no les guste el gobierno que ellos apoyan. Puede que les guste demasiado. El fin del cordón sanitario con los socialistas está costándoles votos. El BE, más joven, con más peso entre trabajadores del sector privado y más maleable, ha conseguido mantener su fuerza electoral o incluso ampliarla, dependiendo de los candidatos. Es un partido que comparte muchos votantes con el PS y la porosidad entre ambos puede beneficiarlo. Eso, y una evidente dificultad de diálogo, llevan a António Costa a querer verse libre del BE. El sueño de gobernar solo con los comunistas cayó por tierra en las europeas. El PCP jamás aceptaría mantener una aventura a dos con un Bloco de Esquerda creciendo sin freno.
Pero en las europeas se ha abierto una puerta. El PAN (Personas, Animales, Naturaleza), un partido muy particular que entró en el Parlamento hace cuatro años, que no es ni de izquierda ni de derecha, que está casi exclusivamente compuesto por veganos, que tiene en los animales el centro de su acción política pero en los últimos meses ha conseguido transmitir la idea de que es ecologista, ha alcanzado el 5% de votos en estas europeas. Parece que no es un efecto secundario y los ojos de António Costa brillan. Esta sería una alianza sin costes. Al ser un partido de nicho y pequeñas causas, sería suficiente con darle algunas victorias simbólicas y estaría garantizado su apoyo en todo lo importante, desde la economía a las leyes laborales.
La aritmética de los votosSea como sea, el futuro de la jerigonza dependerá de la aritmética de los votos. Esa es la gran lección de estos cuatro años: las alianzas que pueden cambiar el rumbo de un país (o, por lo menos, entorpecer temporalmente el rumbo hacia las políticas neoliberales que dominan gran parte de Europa) dependen más de la correlación de fuerzas que de la buena voluntad de los políticos. E incluso después de que los votantes de izquierda hayan creado, consciente o inconscientemente, las condiciones para que los acuerdos sean inevitables, los partidos no cambian de un día para otro. El PS continúa queriendo tomar las mismas decisiones que han llevado a sus pares europeos, en Alemania o en Francia, a una creciente irrelevancia. El PCP, a pesar de ser uno de los pocos partidos comunistas ortodoxos que ha sobrevivido en Europa, continúa viviendo en sus anacronismos. El BE, como partido nacido después de la crisis de los partidos de masas, continúa siendo inconsistente. Y los límites impuestos por una Europa donde los equilibrios políticos son muy diferentes a los que vivimos en Portugal y España, continúan siendo los mismos. Asimismo, será con la misma moneda, tan desajustada a la realidad de los países periféricos como en 2009, con la que tendremos que enfrentarnos a una nueva crisis, cuando inevitablemente llegue. La deuda continúa insostenible, los límites del tratado presupuestario continúan siendo absurdos, la economía portuguesa continúa con una fragilidad que asusta.
En Portugal no ha sucedido un milagro. Ha sucedido una victoria circunstancial y limitada de los que quieren un gobierno más virado hacia la izquierda. Una victoria que ha dependido de la presión de los votantes y solo puede volver a depender de ella. Y que, si nos olvidamos de los mitos y la observamos con frialdad, ha sido lo mejor que la izquierda podía haber hecho dentro sus posibilidades. Es eso lo que se le exige: no perder oportunidades.