Alejandra Fierro es una de las mayores coleccionistas de música afrolatina de todo el mundo, y la colección Gladys Palmera (sita en San Lorenzo del Escorial) tiene unas cien mil piezas entre vinilos, cd, cintas, posters, revistas, fotografías y libros. Poco a poco irán sacando libros para difundir y divulgar lo que la colección integra y esconde. José Arteaga es uno de los miembros de la radio Gladys Palmera, y ahora es el coordinador de la editorial que comparte nombre: “El libro nace como idea para ir dando a conocer el fondo de la colección de la radio. El chachachá es perfecto para empezar a divulgar lo que tenemos porque tuvo un papel muy especial como difusor de la cultura latina. ¿Quién se puede resistir a canciones como Me lo dijo Adela, El Bodeguero o Las muchachitas del Chachachá?”.
José Arteaga nos cuenta: “Estamos en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, ha habido millones de muertos y penurias escalofriantes. La gente necesita sentirse viva y salir a la calle. Bailar, ponerle color a la vida y sentir buena energía. El chachachá y el mambo se convierten en un boom internacional, pero el chachachá se baila como si fuese un vals, los pasos se deslizan y son marcados, y eso hizo que las asociaciones y las escuelas de baile lo incluyeran en las enseñanzas y en las salas. Eso hace que en Rusia, en Japón o en Estados Unidos puedas bailar chahachá sin tener swing latino de contoneo de caderas u hombros”.
El chachachá nació en La Habana, en la esquina de la calle Prado con la calle Neptuno. Enrique Jorrín fue el violinista y compositor nacido en Pinar del Río que dio con la tecla. En La Habana el chachachá lo tocaban las charangas (orquestas de flauta y violines) en el cruce mítico en el que la fiesta, el baile y la música era constante. Jorrín experimentaba con su violín melodías rítmicas sencillas, “con mínimas síncopas posibles e introduciendo en los montunos estribillos cantados por los músicos de la orquesta”. El chachachá nace sobre el 1951 y recibe el nombre porque justamente ese es el ruido que hacen los pies de los que bailan en el parqué de los salones.
El primer chachachá de la historia habla de una mujer, La engañadora, que con su sujetador de relleno (los push up de la época) aparentaba tener unos pechos más grandes de los que tenía. Dice la letra: “A Prado y Neptuno iba una chiquita, que todos los hombres la tenían que mirar. Estaba gordita, muy bien formadita, era graciosa y en resumen, colosal. Pero todo en esta vida se sabe sin siquiera averiguar. Se ha sabido que sus formas, rellenos tan solo hay. Qué bobas son las mujeres que nos tratan de engañar. Ya nadie la mira, ya nadie suspira, ya sus almohaditas nadie quiere apreciar”.
Tommy Meini lleva más de dos décadas investigando la música popular afrocubana, así como los ritmos tropicales, y es uno de los autores del libro que edita el sello Colección Gladys Palmera: “¿Es misógino? Tal vez. En todo caso, eso le pareció a la madre del compositor, fue por eso que tardó casi dos años en plasmarse en un disco la canción. La engañadora también podría ser una invitación a las mujeres a despojarse de las costumbres hipócritas para buscar su propia verdad en una sociedad profundamente machista. De ahí el chachachá como revolución musical acorde al deseo latente de cambio de toda una generación en los años 50”.
Al principio la flauta y los violines eran los únicos protagonistas de la música, la incorporación de los vientos, que tanto juego ha dado, se debe a cuando el chachachá se encontró con el Jazz al aterrizar en Nueva York. Las trompetas, los trombones, los saxos serían perfectos para que las bandas de música de chachachá tuvieran más efecto pegadizo. El libro narra como hasta los sacerdotes jesuitas fomentaban el baile en sus colegios para intentar alejar a chicos y chicas de las pandillas, las drogas y la mala vida en las grandes ciudades.
Y para escapar de las peleas un joven Lee Jun-Fan, nacido en San Francisco pero criado en Hong Kong, aprendió a bailar y convirtió este dote en su manera peculiar y astuta de ligar. Lee más tarde se convertiría en Bruce Lee y se obsesionaría con canciones como Mamá Inés. Hay cantidad de tomas falsas de películas como Karate a muerte en Bangkok o El juego de la muerte en las que practica pasos míticos como el basic, el crossover, el square o el mulligan. Bruce Lee ganó cantidad de concursos de chachachá e incluso, previamente a sus pelis de éxito, llegó a dedicarse a dar clases.
“En nuestra radio suenan las músicas alternativas latinoamericanas. No escucharás a Shakira o Maná sino a Lila Down, João Gilberto, Natalia Laforcade, Hector Lavoe o Eduardo Palmieri. Nos gusta mostrar el otro lado de la música latina. Tenemos más de un millón de escuchas anuales y en nuestro canal de YouTube más de ochenta millones de visualizaciones”, nos cuenta José Arteaga.
Los programas más populares y conocidos de la radio Gladys Palmera son por un lado Don't Kill my vibes, en el que pinchan mezclas de música electrónica latinoamericana (o que se conocería como folktrónica) y, por otro, La hora faniática, en la que se reconstruye disco a disco la historia del mítico sello de Nueva York Fania Records, casa de titanes como Willie Colon o Rubén Blades.
De chachachá se hicieron cientos y miles de discos que en ocasiones suenan en la radio. Solo en el libro podemos ver con lujo de detalles más de setecientas carátulas y siempre una constante en portada: buen rollo, colorido y cuerpos de fiesta en movimiento. ¿Qué es si no el chachachá?