El mercado digital del arte ha desbordado todas las previsiones, en el año en que el mercado tradicional se congeló por coronavirus. Hace tres semanas, Christie's movió ficha y montó su primera subasta de obra digital. Y entonces todo saltó por los aires: cerró la venta de la pieza en 69,3 millones de dólares (58,2 millones de euros), titulada Everydays: the first 5.000 Days, una colección de ilustraciones y animaciones realizada durante cinco mil días sin parar por Beeple (Mike Winkelmann, EEUU, 1981).
Al otro lado de la subasta había 22 millones de personas siguiendo en vivo y en sus pantallas el desenlace de la histórica operación. Se convirtió en la tercera obra de arte más cara de un artista vivo, sólo superado por David Hockney y Jeff Koons. El propio Beeple, en declaraciones a The Art Newspaper, aseguraba que el Covid-19 ha sido clave en este frenesí: "La gente está sentada frente a sus ordenadores todo el día, encerrados y con pocas opciones. Sin el coronavirus, sinceramente, no creo que este espacio se hubiese acelerado tan rápido".
La operación que convirtió en multimillonario a Beeple se cerró con una criptomoneda, Ethereum, y con la tecnología NFT –tokens (unidad de valor) no fungibles–, gracias a la cual se verifica la autenticidad de la obra y, por tanto, se vuelve atractiva para el mercado de la originalidad. Es una revolución mercantil en todos los sentidos. Everydays es el inicio de un boom que va a sacar a los artistas de la precariedad. "A muchos, desde luego. Sobre todo a los artistas digitales, más que a los artistas que hacen una foto de su trabajo y la suben a su galería virtual", matiza Flan, artista y diseñador de espacios expositivos virtuales, que también vende su obra desde hace dos meses en una de las plataformas que funcionan como galerías tradicionales.
Explica que todo es tan reciente, que el dinero ha llegado en tromba desde que se dio a conocer la venta de Beeple. "Hay quien lo ve como una la fiebre del oro, como el boom de las aplicaciones. Hay muchos artistas e ilustradores que están haciendo dinero, porque lo que antes se vendía por 50 euros ahora tiene dos o tres ceros más", explica Flan.
En el último año, la NFT del arte se ha disparado: según un informe de L'Atelier BNP Paribas, su movimiento se triplicó en 2020, colocando su valor actual por encima de los 250 millones de dólares. ToxSam (Daniel García, 30 años), artista y creador de avatares, recuerda que cuando entró hace dos años en el mundo de las NFT lo máximo que se vendía era un Gif por 100 euros. "Ahora, las mismas valen 100.000 euros. Es un mercado que está en auge, pero no es una burbuja", sostiene. Aunque nadie niega el carácter especulador que también tiene este mercado. De hecho, el comprador de Everydays: the first 5.000 Days reconoció días más tarde que ni siquiera ha visto el archivo, pero que es una inversión que dentro de unos años se transformará en miles de millones de dólares.
Con la llegada de las NFT no va a desaparecer el arte físico ni las galerías. Los intermediarios siguen legitimando la calidad de lo que venden a coleccionistas que confían en su criterio. Pero en lugar de quedarse el 40% del precio de la venta, su cuota no supera el 3%. ToxSam vende desde hace un año en la plataforma Superare, una de las galerías de arte digital con más artistas y mayores ventas, y cuenta que para formar parte de ella tuvo que hacer una entrevista personal. La plataforma debía verificar que la obra que presentaba era suya. Durante la charla extensa hablaron sobre su trabajo y sus pretensiones creativas. En Superare recibían algunas peticiones semanales de artistas tratando de entrar a formar parte de la plataforma, pero "ahora reciben unos 10.000 correos electrónicos diarios", asegura Daniel. "Quiero que se suban al carro muchos artistas porque hay hueco", añade al respecto Arrés.
El espacio NFT ofrece posibilidades de ingresos sin tener que pasar por los circuitos tradicionales, en los que tan poco espacio hay para tanto artista. El acceso a la pieza es mucho más sencillo y directo, a través de sitios como el mencionado SuperRare o Makersplace, y se hace desde cualquier parte del mundo. Es el final de las fronteras y, sobre todo, de los desplazamientos. Los artistas ya no dependen de una galería en el extranjero para vender en un mercado con más recursos económicos que el español. Ahora pueden, en principio, llegar a cualquier coleccionista sin moverse de su casa ni esperar una oportunidad.
Y la transparencia. El mercado del arte tradicional es una fuente de tal opacidad que los artistas no saben qué ocurre con su obra una vez vendida. Y en muchos casos ni por cuánto se ha vendido. De esto da testimonio, de nuevo, Arrés, ganador de la Bienal de Arte de Londres de 2019, al que su galería londinense le entregó 10.000 dólares por la venta de una obra cuyo precio final no quisieron decirle, ni quién era el comprador. Frente a este tipo de situaciones, la tecnología NFT permite seguir con absoluta transparencia todos los movimientos de la obra, porque se guardan en el blockchain, que llega a ser un libro de contabilidad. Lo que se adquiere es un archivo con metadata, que incluye la fecha de creación, el autor y un link a la imagen, que está alojada en miles de servidores. "Es imposible que desaparezca por ciberataque", asegura Flan.
Los artistas son los grandes beneficiados de estas nuevas operaciones comerciales, porque suponen una nueva posibilidad a la complicada sostenibilidad de su trabajo en un país en el que el coleccionismo es muy limitado. "Con estas plataformas es muy fácil que te vean, al menos, una vez los grandes coleccionistas y otros coleccionistas medianos, que no son millonarios. A mí me compraban a 80 dólares y lo han revendido por 3.000 dólares", cuenta Javier Arrés.
La trazabilidad exacta de la obra de arte es importante para que el artista se nutra de los segundos y sucesivos beneficios de su obra cuando se revende. Es decir, los royalties generados después del primer mercado. El contrato que firma el artista le garantiza unas regalías del 10% del precio de la nueva venta de su obra. De esta manera, los artistas tienen garantizado por contrato el derecho de participación de piezas que sin estar en su poder sigan vendiéndose. Esto es el "derecho de participación" y hasta el momento se hacía muy difícil para los titulares de la autoría poder disfrutar de él.
"Hay fuerzas implicadas en la venta que son muy reacias a cumplir con este derecho y el artista necesita cualquier tipo de retorno de su trabajo para seguir trabajando", explica Javier Gutiérrez, presidente de la VEGAP. Sólo la gestión colectiva es capaz de seguir el rastro a las reventas de las piezas de arte tradicionales para reclamar el derecho de participación (artículo 24 de la Ley de Propiedad Intelectual). Gutiérrez adelanta que, por primera vez, este año se creará un fondo de ayuda social al artista con el dinero no reclamado por los titulares en estas reventas. Algo similar a lo que ocurre en la SGAE con las obras sin identificar.