Después de prisión, Miguel siguió militando en la transición vasca, y vivió con trabajos de ocasión. Después del del 23-F, reemprendió su vida profesional como productor de TV3 en el País Vasco, (Bilbao), comprometido con una visión diferente al de la televisión postfranquista (TVE). Ya en los 90, y en Madrid, fue directivo en Antena 3 Noticias, Vía Digital, Mediapro y Real Madrid TV.
Labores que compaginó con tareas de formación y como profesor en la UC3M, de la que hoy es profesor honorífico. Es esta vocación pesó mucho el recuerdo de su padre, profesor y “sus dificultades para enseñar por no refrendar al régimen franquista”, comenta Miguel.
Firma ‘Abajo la dictadura’ como Joaquín Lizarraga y de forma autoeditada. “No es por ningún secreto, es más bien un alias en el fondo porque Lizarraga es un párroco autor de varios libro en euskera alto navarro que está vinculado a mi familia materna”. Además, llama la atención que durante la novela sólo hay dos nombres propios: el de Larrain (protagonista de la historia) y el de Haizea (la chica más importante en la vida de Larrain). “En el imaginario colectivo no conocemos los nombres de muchos de los asesinados por la represión franquista; si ellos no lo tienen, el resto de políticos y personajes tampoco”, explica Miguel Ángel y añade que: “quise contar una historia bastante olvidada por la memoria histórica colectiva”.
Quedamos en el ‘Café Central’, un establecimiento que también sale en la novela, donde Larrain se enamora de una chica. “La historia de los personajes de '¡Abajo la dictadura!' tiene una experiencia política trágica tanto como sus amores”, señala Miguel Ángel Vázquez.
-Una vez se lee el libro y sabe un poco de usted surge automáticamente la pregunta: ¿Hay que leer sobre Larrain como si se leyese sobre su propia vida?
Esta historia es una novela de arriba a abajo. Tiene una estructura narrativa con planteamiento introducción-nudo-desenlace de los tiempos. Configurada pues, como una novela, no se corresponde con la realidad exacta. En esa trama que se inicia, uno puede incorporar aspectos de las biografías que conoces de las personas que te inspiran y particularmente también de las mías para ganar en verosimilitud. Si hubiera querido hacer un libro que se atuviera a la realidad del escrito quizá hiciese un ensayo histórico. La afición te da más posibilidades de entrar en historias de los símiles con las que es más fácil que el lector se identifique. Esta novela, no deja de ser una navegación interior, en la que domina un personaje concreto. El recurso de usar aspectos y testimonios de mi propia biografía está más motivado por el deseo de crear historias análogas, pero verosímiles. No he querido contar mi historia, he querido contar otras y he recurrido a la mía como una fuente de información. En este caso, me ha sido útil tener experiencias que me han permitido construir una historia verosímil y coherente.
¿Cuántos años le ha llevado escribir el libro?
Es una obra trabajada con mucho tiempo. Tiene una relación intensa con mi vida. He empezado en los años 90 y me costó casi 20 años escribirla mediante un proceso de catarsis personal muy fuerte. No soy un escritor que busque historias constantes, sino que es un trabajo más personal que quería contar sobre la agonía que vivieron los militantes políticos más revolucionarios del final de la dictadura. No quería ser ni superficial ni frivolizar los hechos.
La novela hace saltos temporales, empezando prácticamente en los más recientes, un efecto de “telescopio invertido”. ¿Lo hace para acercar el pasado al presente?
Es una obra difícil, pues recorre 40 años. Lo he hecho así porque fue como se me ha ido redescubriendo el pasado una vez me he puesto a recordar. Cuando quise escribir la novela tuve que desempolvar una memoria que yo había eliminado por razones de supervivencia y había querido desentenderme de ella. El proceso de redescubrimiento ha sido duro. Lo primero que recuerdas son las memorias más amargas, te preguntas: "¿Qué hay detrás de esto?".
Respecto a la pregunta, es justo eso. La novela trata de desvelar las claves que han transformado al protagonista en esa posición determinada, igual que a muchas otras personas en esa época. He preferido narrar hacia atrás porque me ha parecido una forma más consistente de recuperar el pasado, pero todo ello lo he querido traer a la memoria del presente.
Se habla de muchos de los asesinatos del final del franquismo, como los de Burgos o los del 3 de marzo en Vitoria. El propio Manuel Fraga fue responsable del ordenamiento de esos asesinatos en Euskadi y después presidente de la Xunta de Galicia (entre otros cargos). ¿Es también la obra una crítica a la impunidad hasta los días de hoy de estos hechos?
El contexto político de la obra es de la Transición y de los jóvenes obreros de inspiración revolucionaria que han combatido la Reforma de la dictadura. La Transición fue la llave que cerró el recuerdo y las injusticias cometidas por el franquismo bajo el señuelo de una reconciliación, lo que significa el dictamen de un olvido persistente. La novela también se dirige hacia el recuerdo y el homenaje de las víctimas que no debieron padecer este siniestro espectáculo de 40 años de lucha para saber dónde están o quiénes son. Cosas totalmente impensables en cualquier país democrático. La Amnistía fue falsaria, aún aceptando que es la no culpabilización de los crímenes no tienes por qué olvidar, despreciar o impedir el descubrimiento de las víctimas.
"La fundación de esta Reforma fue dolosa en sí misma", se indica en el libro.
Sí. Quizá resuma un poco el sentimiento de los militantes más rupturistas con el franquismo. Los principios de la Transición fueron dolosos de nacimiento. He escrito una novela y ello no me otorga predicamiento político, pero sí diré que quien vivió esta época se oponía al supuesto de que la Reforma era "la menos dramática de las soluciones" y que lo demás hubiera sido un caos. Larrain hace un planteamiento bastante diferente.
¿La revolución?
Sí. Así lo planteaba esa generación de jóvenes.
A la querella argentina contra el franquismo se añaden constantemente nuevas víctimas. También los de los torturadores y los herederos de la Brigada Político Social, de los que, por cierto, también hace referencia en el libro. ¿Qué significa para usted ver que esta gente heredó puestos de poder directamente desde el franquismo?
Es una de las derivadas negativas y vergonzosas de la Reforma política. Nunca debió ser así. Es uno de los fenómenos más espeluznantes junto al olvido y la ignorancia. Como se dice en el libro: "en la España del Toro de Osborne, se sabe más de los antepasados de Atapuerca que de nuestros padres y abuelos víctimas del franquismo".
¿A usted le torturaron?
Sí. Fui maltratado, violentado y apalizado. En aquellos años de la dictadura, también en los últimos, los malos tratos eran sistemáticos y casi universales. También las investigaciones y los interrogatorios durísimos mellaban mentalmente. No quiero ser un mártir, pero, ¿por qué iba a negarlo?
Se ha usado 'Patria' -primero como novela y ahora como serie- a modo de intento de novela hegemónica, unificadora y legítima respecto al conflicto vasco. ¿Cree que ambas partes han reconocido sus víctimas?
'Abajo la Dictadura' se registró hace ocho años, y yo tengo un testimonio propio muy distinto de vida, muerte y destrucción, hecho con perspectiva global, incluida la violencia política y su denuncia. Este drama mortal y su reguero de víctimas no podía dejar de ser contado y muy leído. En un terreno despoblado aún de autocrítica cabal, “Patria” fue contundente, y así fue justamente vista por sus muchos lectores. Sin embargo, creo que el atributo fatalmente criminal que esa novela endosa a la apelación patriótica (vasca, faltaría más) es abusivo, doctrinario. Sobre esta base sesgada, de poco sirve que se diga que narra crudos relatos como fueron en la realidad. Está, además, el contexto en que ciertas historias de víctimas y verdugos se escriben sin pestañear: el despiadado olvido de las multitudinarias víctimas del franquismo —el huevo de la serpiente— que la Transición hizo imperativo y que jalean ciertos devotos de las batallas por el relato siempre que añadan candados a la memoria del pasado. Mientras la omertà de la crueldad franquista, como de los crímenes parapoliciales de la democracia continúen, a la historia es difícil ganarla en un torneo editorial
Igual que se reconocen las víctimas por los asesinatos de ETA, ¿habría que reconocer con la misma importancia las de los GAL?
Naturalmente que sí. Todo lo que tiene que ver con la violencia y crímenes políticos debe ser objeto de investigación y de justicia, es indiscutible. Es el único mecanismo que veo para una reconciliación.
En el libro habla de que “los buenos periodistas son como ángeles llegados a Sodoma”. Como profesor en facultades de Periodismo, ¿cómo valora la responsabilidad de los medios de comunicación en el momento político actual?
El periodismo en España se encuentra en una situación muy delicada. Ha optado mayoritariamente por un compromiso sectario e ideológico. No me refiero a restringir la libertad editorial, sino del compromiso partidario y descarado de los medios. Unido a ello la falta de criterio independiente, el panorama es desolador. La prensa es hereditaria también de los males de la Transición, no se rompe con los problemas del pasado, sino que se hace un apaño general sin depuraciones, siervo de la constitución y de la monarquía. En el libro aparece el ABC, y es un ejemplo de que los medios no hicieron refundación de valores, ni autocrítica, ni refundaron sus principios deontológicos. No hubo una depuración de las prácticas atroces cometidas por la prensa franquista.
Además, con la debilidad estructural económica que padece quien quiere hacer periodismo independiente real, las condiciones bajo las que lo hace son muy delicadas.
Militó en la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) y posteriormente en la LKI, ¿se considera aún marxista?
La verdad es que estoy revisando en profundidad todo en lo que me he formado. Siempre apelé al marxismo como teoría política y económico-social, aunque nunca he sido un conocedor en profundidad del mismo. Todo esto, junto a las experiencias históricas y la evolución del marxismo revolucionario, las he sometido a un análisis crítico. Crítica en el sentido de recuperar lo que fue mi verdadera identidad y reencontrarme con ellas.
¿Y cuál ha sido la conclusión?
Aunque creo que es un proceso constante, la conclusión no es contraria a las tesis principales que me iniciaron en el marxismo. No he renunciado a ellas en el sentido de método de conocimiento (materialismo dialéctico) y método de análisis de la historia.
El propio libro sigue esa filosofía del “no arrepentimiento”.
El libro no apela a la teoría política del marxismo. Lo que sí se recoge de arriba a abajo es la prepolítica insurreccional y rebelde contra la injusticia social. Hay goteos de teoría política inevitable: la desigualdad entre clases, el injusto reparto de la riqueza... Pero no es un ensayo. En el propio Larrain existe la contradicción de haber sido militante de un partido cristiano. Aún así, los personajes, aunque derrotados, no están vencidos. Su mensaje no es derrotista, sino profundamente revolucionario: no importa la muerte, sino que la lucha por la justicia se mantiene viva.
Ha indicado que la obra le ha sevido como terapia, como catarsis personal. Como autocrítica; ¿qué faltó en esa época para “concienciar a la clase obrera y tomar el poder”?
Los militantes de esa época tenían un objetivo común: acabar con la dictadura. Sobre esa base se forman en diferentes teorías políticas. Apelan a teorías que les dan una perspectiva global de como sería posible el socialismo, pero de inmediato lo que quieren es acabar con la dictadura en la mejor de las condiciones, y la mejor de ellas era una destrucción radical de la misma, rompiendo con sus cimientos y aplicando una democracia radical directa. Esta es la lucha que refleja la novela como lucha dialéctica. Luego estaban los reformistas, que quieren el fin de la dictadura, pero están dispuestos a pactar una transición.
¿Y cuál es su balance? ¿Hizo falta esa revolución?
Nos atenemos a los hechos. Visto lo que ha significado, la decepción y lo que se descubre ahora sobre el pacto de la Transición y como ha evolucionado hacia un sistema político bastante repudiadio; sí. La razón estaba del lado de los rupturistas.
La LCR viene de la VI Asamblea de ETA; dejando de un lado la lucha armada. Has vivido la lucha armada, primero rechazada como método de activismo político y después como periodista durante 8 años. ¿Cómo la considera?
La propia LCR se desvinculó de la lucha armada. En el libro, Larrain la rechaza en varias ocasiones, igual que yo. Eso no quita que, bajo una dictadura militar como la franquista o la nazi, no puede negarse el derecho moral a la resistencia armada y no voy a ser yo quien la condene ni la cuestione en ese contexto concreto. Muchos militantes rupturistas de esa época rechazaron esa lucha aún siendo represaliados por ello sin practicarla, pero nunca la denunciaron. Aún así, por mucha justificación que pueda tener la lucha armada, desde mi punto de vista, tras la Transición no era el método que se debía llevar acabo. Fue algo que cuanto más tiempo pasó, aumentaba su crueldad y sectarismo y disminuía su apoyo social.
Además, buena parte de la izquierda abertzale también ha reconsiderado y revisado de modo autocrítico la lucha armada, pero hay que destacar también aquí la fuerte represión que sufrió quien la practicaba y también la violencia política ejercida hacia ellos.
“La melancolía aísla”, dice en un capítulo. Esto va también ligado hacia la clásica izquierda que no es capaz de superar las limitaciones ideológicas del pasado y hacer autocrítica que debería ir en ese ideal revolucionario?
El capítulo está ambientado en el año 89. El personaje se ve en una profunda amargura porque no resiste la presión de la militancia revolucionaria en la que el no encontró hueco. Fue aplastada por un lado por los defensores de la Transición y por otro por los de la lucha armada. Los problemas de fondo del Estado español se escondieron debajo de la cama y poco a poco se han conocido los fundamentos corruptos y podridos de prácticamente todas las instituciones, tocadas por la herencia franquista. Bajo ese título de "la melancolía aisla" se refleja la pérdida de control de esa persona que se siente desplazado de todos los lados y que lo único que le queda es revisar el pasado y hacerse preguntas como las que se hace al final: "¿Debimos acabar de otra manera la dictadura? ¿Acaso debieron de ser más los muertos?".
En el momento de la Transición el Partido Comunista tenía 1 millón de afiliados. Muchos lo criticaron por seguir ciegamente directrices de la URSS.
En el tiempo que Larrain es militante de la Liga Comunista Revolucionaria adopta sus principios, que son diferentes a la doctrina de los años 40 y su deriva poststalinista. Defiende la Revolución y el ciclo de Octubre, pero está en contra del régimen autoritario y del culto al líder que se vivió con Stalin. Por ello, él, como muchos otros es opositor al PCE. De hecho, el propio PCE, intentando alejarse de la URSS, pactó las tesis del eurocomunismo, que fueron excesivamente pactistas con los poderes gubernamentales y empresariales.
Sin el PCE no hubiese habido Transición, pero la sociedad rápidamente lo redujo al ostracismo. Es el precio pagado por ir en contra de una gran masa de sus militantes.
¿Por qué entró a la cárcel?
Entré con seis años de condena. Dos por desacato a la autoridad por un policía que me dio una paliza y cuatro años, dos meses y un día por propaganda ilegal. He estado en la cárcel de Pamplona, la de Martutene, la de Carabanchel y en A Lama (Pontevedra), igual que Larrain (risas). Tampoco me gusta ir de mártir, pero es lo que da verosimilitud al relato del libro.
Salvando las grandes distancias, el Estado español sigue reprimiendo a la disidencia política -véase el caso Hasél-. Juan Manuel Olarieta, abogado de una gran cantidad de presos políticos en España, considera que “el avance represivo” se da por "la actual falta de un movimiento revolucionario o político que cuestione y combata el poder al capital, a la vez que este gana las trincheras". ¿Está usted de acuerdo?
El "caso Hasél" es un caso de vulneración de la libertad de expresión, en la línea de las normas y leyes que restringen las libertades ciudadanas. Es algo totalmente injusto y deplorable. Respecto a lo otro, hay una involución ideológica muy fuerte en España. Tanto en el surgimiento de nuevas teorías críticas en la izquierda como por la oposición más reaccionaria que vemos en los días de hoy. En ese contexto, los poderes fácticos aprovechan para tomar posiciones que vayan cercenando en contra de la libertad política, tal y como es el caso del rapero. Cuando hay movimientos que cuestionan el orden establecido se ponen en práctica los aparatos represivos del Estado. Es una amenaza muy fuerte para el futuro, que permite pensar que habrá conflictos sociales muy importantes; las desigualdades a escala mundial son insostenibles y las minorías más ricas son cada vez menos y con una mayor concentración de dinero. A esta conclusión no lleda solo la izquierda revolucionaria, sino cualquier persona que se denomine demócrata. Además, la COVID ha acentuado esta tendencia.
Ha trabajado en cargos ejecutivos de Mediapro, Antena 3 o Real Madrid TV. El marxista italiano, Antonio Gramsci, considera este tipo de medios “reproductores del pensamiento hegemónico dominante”, además de representar ese “capitalismo monopolista” de los medios de comunicación en España, del que también se habla en el libro en palabras de Paul Baran y Paul Sweezy. ¿Ha tenido contradicciones internas por trabajar en estas empresas ligadas a su militancia?
En sentido estricto he tenido que asumir esa contradicción. Uno no puede vivir del aire. Tampoco fue algo fácil, es decir, no me produjo ninguna sensación de culpabilidad, pero alguna contradicción sí que he tenido. No quiero justificarme, pero siempre he trabajado desde la producción, nunca desde el punto de vista editorial, que es propiedad de gente de derechas. Aunque sé que no estoy exento de responsabilidad política de esos medios procuré eludirla en la mayor parte. Además, he procurado ser el mejor profesional y el más digno jefe de todos cuantos pudiera haber.
Hay teóricos que hablan de que en nuestra época, dado el alto nivel de individualismo y la filosofía posmodernista dominante, a los jóvenes les cuesta más organizarse y sentirse identificados con movimientos políticos concretos. En la izquierda, es raro que alguien se defina de forma directa en el marxismo, en el anarquismo o en el reformismo. Usted que es profesor universitario, ¿cree que los jóvenes de ahora son menos revolucionarios que en antaño?
Mi perspectiva es de una gran confianza por sistema a la juventud. Puede parecer irracional, pero lo creo sinceramente. Es la juventud quien está en condiciones de cambiar la historia y así ha sido siempre. Tengo una gran confianza en la generación que tiene ahora 20-25 años. Tras la pandemia han sufrido y han aprendido mucho. No quisiera compararla con otras generaciones como a los que nos tocó una irrupción revolucionaria como el mítico mayo del 68, pero creo que tienen sus posibilidades. Tienen una gran capacidad de entender el pasado para enfrentarse al futuro diferente que otras, más madura, por haber sufrido más que otras que lo han tenido más fácil.
Aún así, la crisis de la COVID ha agudizado los problemas de los jóvenes de clase baja, llegando a cifras del 40% del paro juvenil, una edad de emancipación de 30 años y graves problemas de salud mental. ¿Qué falta para transformar este descontento en acciones sociales que vuelquen la situación?
Como dice Larrain en el libro: "exisitir no puede ser en balde". No podemos estar aquí como meros transeúntes. Es una apelación al compromiso. Los jóvenes de ahora tienen un criterio más independiente y menos condicionado por las secuelas del pasado. Por ello deben comprometerse con la situación actual y buscar una justa retribución de la riqueza. Toda la historia de las rebeliones tiene que ver con esta lucha; la lucha de clases.
El propio Larrain habla de su preocupación con la transcedencia política. Esto le pasa a muchos jóvenes a día de hoy.
La tendencia general de los estudiantes es la de cuestionarse si fue correcta la lucha y de si sirvió para algo. Esa sensación de derrota les lleva a un contexto depresivo. Al final, llega a la conclusión de que por el mero hecho de luchar contra las injusticias y posicionarse son trascendentes. Comprometerse hace ser trascendental, yo no hubiera querido vivir de otra manera. No me arrepiento de nada, ni siquiera de haber estado en la cárcel. A mis alumnos intento trasladarles eso: que aunque fallen grabando una imagen o en una entrevista, valoren su propia identidad y sepan ser constructivos.