Agujero es su segunda novela, con la que ganó el premio Akutagawa, el más prestigioso galardón de literatura en su país, y que la editorial Impedimenta acaba de publicar en castellano, acompañada de otros dos relatos que conforman un tríptico literario. "Escribo sin haber pensado en el argumento o en el tema. Simplemente describo escenas que me interesan", advierte Oyamada antes de la entrevista, "y solo después empiezo a pensar en cómo desarrollar la historia. Todo el análisis sobre el texto lo realizo a posteriori, al releerla. En ese análisis influyen, por supuesto, las opiniones de lectores y críticos".
Igual que Asahi, la protagonista de Agujero, Oyamada se trasladó al campo para construir un relato fantástico que, sin embargo, nunca deja de ser sorprendentemente verosímil y comprometido con la experiencia de lo ordinario. Así, mientras Asahi se adentra en el bosque, descubre a una criatura sobrenatural y acaba atrapada en un extraño agujero, Oyamada nos habla de nuestra relación con el medio rural, de los roles y estereotipos de género o de la cultura productivista del capitalismo nipón.
He leído algunos textos que resumen su biografía y todos parecen reproducir una historia similar: escribió su primera novela mientras trabajaba en una fábrica y de la noche a la mañana se convierte en escritora. ¿Se siente identificada con este relato de superación?
Es una respuesta un poco larga. Nada más graduarme en la universidad empecé a trabajar en un pequeño medio local como redactora, escribiendo artículos y cubriendo eventos. Un día, un compañero más veterano que yo me dijo que mis artículos necesitaban mucha edición, que tenían un exceso de información poco relevante. Me dijo, con ironía, que si quería meter paja y rellenar el texto con cosas inútiles escribiera una novela. Y en ese momento me dije: voy a hacerlo. Así que empecé poco a poco a escribir una novela mientras trabajaba en una empresa problemática que no respetaba las jornadas laborales de sus empleados. Lo dejé y pasé a trabajar un tiempo en una óptica y después como temporal en una fábrica de automóviles. Un lugar gigante en el que no me sentía nada cómoda, me hacía preguntarme qué hacía yo en un lugar como aquel. Entonces empecé a plasmar esa incertidumbre y esa sensación de incomodidad en el libro que estaba escribiendo.
Por último, pasé a trabajar como temporal en una editorial de libros escolares, y entonces fue cuando terminé mi primera novela, La fábrica. Envié el manuscrito a una revista y ese fue el comienzo de mi carrera literaria. Así que no se trata tanto de que haya estado soñando con ser escritora toda mi vida y lo haya conseguido gracias a mi constancia, sino de que fue resultado de la buena suerte y del azar.
¿La escritura le ha permitido salir de la precariedad?
Después de lo que te he contado, seguí durante un tiempo con mi trabajo temporal en la editorial hasta que me quedé embarazada y tuve que dejarlo. Como consecuencia, me convertí en una escritora a tiempo completo. Si no me hubiera quedado embarazada estaría todavía trabajando en esa editorial, por lo que a día de hoy no puedo decir que ser escritora me haya permitido salir de la precariedad. Si tuviera la oportunidad me gustaría tener un trabajo con jornada reducida, pero también quiero dedicarme a la crianza y además la escritura va por oleadas; a veces estoy muy ocupada y otras no.
En Agujero, sin embargo, el escenario que resulta más perturbador es el contexto rural: parece incluso que los personajes cambian su carácter cuando no viven en la ciudad.
Yo misma soy de pueblo y estoy muy acostumbrada a la vida rural. Aunque en general me gusta, también siento a menudo una cierta asfixia y suelo preguntarme qué sentirá una persona que venga de la ciudad y es la cuestión que aparece en muchos de mis relatos. Lo que me resulta muy interesante del campo es que convivimos muy de cerca con algunos animales, como ranas, insectos o comadrejas, pero nos ignoramos mutuamente y no tenemos forma de saber lo que piensan, ni de controlarlos.
La transformación es especialmente notable en la vida de la protagonista, que pasa de ser una mujer trabajadora en la ciudad a la pareja de su esposo cuando viven en el campo. ¿Es un reflejo fiel de lo que ocurre en Japón?
Sí, sigue ocurriendo, el ideograma de nuera o novia está compuesto de mujer y casa. La nuera o novia, es decir, la persona que se ha casado con un hombre, pasa a ser un objeto de la casa. Antiguamente, las mujeres que se casaban en los pueblos eran abiertamente consideradas mano de obra funcional con capacidad de parir y todavía hoy se las sigue viendo así aunque sea de forma encubierta.
Formalmente, se supone que la mujer es capaz de autorrealizarse de muchas maneras, puede trabajar a tiempo completo, puede casarse o no casarse, tener hijos o no tenerlos; se supone que la mujer es libre de tomar sus propias decisiones y esta libertad se realza, teóricamente, como un valor fundamental en la sociedad. Pero hay un desfase entre la teoría y las creencias atávicas arraigadas en la gente y esto confunde a las mujeres y las hace sufrir. La protagonista de Agujero no se tiene que enfrentar a esa contradicción mientras trabaja en la ciudad, pero en el momento en que se muda a la casa de al lado de su suegra en el campo pierde hasta su nombre, y esto la confunde mucho.
De hecho, al convertirse en una mujer que no está dentro del sistema productivo ni tiene hijos, se siente tan culpable que se obliga a no gastar dinero, ni siquiera en un libro o en poner el aire acondicionado. Como decía, al no hacer nada, comienza a desdibujarse su identidad incluso para sí misma.
Así es. Si ella tuviera hijos estaría ocupada y formaría parte, en cierto modo, del sistema de producción, puesto que ha parido a los niños que constituyen la siguiente generación. Pero ella no tiene ni siquiera eso, ni creo que lo desee, y se encuentra ociosa, sin hacer nada, durante todo el verano. Además, no tiene ni intereses ni sueños, no sabemos si alguna vez los tuvo o si en algún momento de su vida los perdió y por eso lleva tan mal el tener tanto tiempo libre.
Y después se cae en un agujero y aunque consigue salir, su mente queda retenida en ese lugar. Parece que todo el ambiente opresivo invita al lector a pensar si lo que está sucediendo es realidad o fantasía. ¿Le interesa jugar en ese límite?
A menudo mis obras se describen como una mezcla de realidad y fantasía, o con términos como realismo mágico. Pero para mí forman parte de lo mismo. Lo real y lo fantástico, lo ordinario y lo extraordinario son indisociables. Aquello que hemos creído siempre ordinario y real también puede contener algo extraño y casi delirante. Por ejemplo, si coges una hoja de un árbol cualquiera y te acercas a ella con una lupa, terminas viendo formas que no habías visto nunca, a veces incluso siniestras. A lo mejor tiene un montón de ácaros pegados, o tiene unos pelos finos que no sabes ni para qué sirven. Yo me enfrento a la escritura de esta misma manera, como si las cosas extrañas, el animal negro que ella ve y los agujeros, fueran parte de una realidad que simplemente no vemos porque no nos fijamos en ella.
El tema del significado de la maternidad se pone aún más en evidencia en los dos últimos relatos del libro. ¿Dotar de un sentido a su vida aún es uno de los motivos por los que las mujeres tienen hijos?
Sí, se da el caso de que la mujer pierde su identidad porque se ha salido del sistema de producción y vuelve a recuperarla al tener hijos. O más bien, sería más exacto decir que la mujer, desde el principio, está condicionada por el propio sistema de producción como un ser que tiene hijos. En Japón ha habido un escándalo reciente en el que las facultades de medicina suspendían ilegalmente a las estudiantes que se presentaban al examen de ingreso con el fin de admitir a un mayor número de hombres. Todo bajo la excusa de que durante el embarazo, el parto y el posparto es común que la mujer deje de trabajar y deje de ser productiva. Por supuesto, ha habido muchas voces críticas, pero también hubo muchas otras voces defendiendo esta postura.
Pero la problemática que planteo en Sin comadrejas y Una noche en la nieve es algo distinta. Más bien, lo que los dos relatos reflejan es cómo el tener hijos parece ser el único rol que la sociedad adjudica a la mujer, cómo la decisión de tenerlos o no tenerlos, y de la crianza, es una responsabilidad que recae entera sobre ella, y cómo los hombres son insensibles ante este hecho cruel.
Por último, le da mucha importancia a la comida y la bebida típica japonesa en la narración, ¿qué significado tiene?
Me interesa mucho saber cómo se perciben los platos que aparecen en mis libros cuando se leen en otras lenguas, por ejemplo, el guiso de jabalí o el sushi de tofu frito con okara. Me encanta describir escenas de comida y el hecho en sí de comer; pero también, una vez entiendo cómo interactúan los personajes con la comida, qué platos les llama la atención y qué sabores les gustan, el relato se vuelve aún más profundo y yo también disfruto más escribiendo. A veces se da el caso de que lo que es un banquete para uno, es como comer basura para otro.
Traducción de la entrevista japonés / castellano a cargo de Tana Oshima.