¿Se ha encontrado a muchos Sixtos en tu vida?
Sí. El personaje está construido a partir de varios. Tú seguro que también te has encontrado a alguno. Me entusiasma fascinarme con ellos. Observarlos desde el respeto, desde la admiración con cursiva: son generadores de narrativa. Me he encontrado Sixtos pero no a tantos, porque he trabajado pocas veces en empresas, lo que me ha traído periodos de verdadera hambre. También debemos considerar para quién hemos sido, y cuándo nosotros mismos, el Sixto de alguien. Me llama mucho la atención imaginar a Sixto en su casa, o en su cumpleaños.
Algo parecido a eso está en la novela. Cuando el protagonista ve a Sixto con sus hijas. Eso lo humaniza.
Ha sido fácil escribirlo cuando imaginas esos momentos tiernos. Ahí es cuando ves ese más allá de Sixto. Para hablar mal de él ya hay tiempo. Hay que imaginar cómo es la postal del día del padre pintada con Alpino que le regalaron, ahí es cuando dices ‘me está gustando escribir esto’. Cuando estás escribiendo sobre esos detalles de alguien odiado es cuando sabes que esa novela la vas a acabar.
¿Sixto es mochufa?
No necesariamente. Si eres Sixto tienes papeletas para ser mochufa como un fumador para pillar un enfisema, pero son esferas conductuales diferentes. Molaría pensar en un Sixto que fuera la antimochufa pero eso me parece imposible. Sabes qué pasa, que mochufa somos un poco todos y Sixtos pues casi que también.
Se habla de burbujas digitales, pero las analógicas proliferan. ¿Hay un poco de bunkerización, de gente que se cita a sí misma, tanto en la mochufa como en Sixto?
Los asquerosos iba de alguien que rechazaba esa burbuja social o que, de hecho, se construía una él solo. Sixto sí está bastante integrado en una de esas burbujas. Pero hace mucho que no tengo contacto con gente bunkerizada y eso me gusta. Sin perjuicio de que hay una legitimidad, quizá no estética, pero sí etológica en el hecho de que tendemos a juntarnos unos con otros. Me gusta pensar en las razones que llevan a la gente a hacer cosas que a mí no me gustaría hacer. Por qué alguien coge y se va a vivir a una urbanización. Que no me entiendan a mí me da igual, pero sí quiero entender a gente que hasta cierto punto no es de los míos. Tampoco quiero entender injusticias políticas que son defendidas por según quien. Una vez conocí a un tío que cometía el que para mí es el pecado puro. Decía Borges que era la delación, para mí es llevarse libros de una biblioteca. Era uno que se hizo encargado de una biblioteca y, desde ese puesto de poder, se llevaba a su casa libros que me pega que después nunca abría.
La palabra moral tiene mala fama. ¿Le molesta si le dicen que sus novelas tienen trasfondo moral?
Es que lo hay. Las mejores novelas y películas lo tienen. El enunciado moral puede ser ‘no tiene nada de malo el trabajo esclavo infantil’, uno con el que no estemos de acuerdo. Una novela puede llevar la moralidad de un hijo de puta, esas son las peores. Todas tienen ese juicio, y si no, es que el autor o la autora no sabía muy bien qué estaba contando. Di una película.
La noche del cazador.
Esa está clara. No hagas el mal en general y, sobre todo, no se lo hagas a la gente más débil. Así dicho parece que estemos en misa, pero la película es gloriosa. Claro que en Tostonazo hay mensaje. Daniel Torres, un amigo que sabe mucho de narrativa, me dijo que conviene poner en una hoja, antes de empezar a escribir, la máxima moral que quieres enunciar. Nunca transcribirla luego en el contenido. Yo lo hago siempre. Cuando estoy leyendo un libro que no puedo dejar es porque alguien ha planteado una máxima de comportamiento con la que puedo estar de acuerdo o denostarla, pero que está clara. La moral es muy útil para la narrativa. Incluso, hay quien diría que lo que se busca en cualquier relato es una enseñanza moral. Pero ya te digo que la palabra está desprestigiada de cojones porque siempre nos han soltado la misma moralina. Y luego está claro que de una máxima puede salir una cursilada o una obra que prohibiría un tribunal constitucional.
¿Va sobre el valor de hacer las cosas bien?
Sí, qué demonios. Te lo dice uno a quien muchas veces eso no le ha salido. Me han salido cosas muy mal, pero había intención de hacerlas bien y sin trampas. Me admira que un grupo humano se una por un objetivo, la gente que trabaja con un empeño común sin tenerlas todas consigo. Siempre me gustó La gran evasión. Pero ojo, con todo esto no quiero decir que yo haya hecho siempre las cosas bien, ni muchísimo menos.
¿El personaje de Pacomio es un retrato de lo que se ha dado en llamar cuñado ultraconservador?
Sin duda. Ha sido una gozada escribir sobre él. Tengo la impresión de que el auge de ciertas posiciones tiene que ver con ese cabreo infantil de adscribirse, en vez de a ideas, a eslóganes. Para mí son una panda de jetas y una cohorte de enfadados sin muchas luces. Tienen otra característica fundamental, que además es muy cómica: para ser tan patriotas, suelen utilizar fatal el castellano.
¿Cansa que le pregunten cómo es vivir en una aldea de 17 habitantes?
Para nada. En el campo se está muy bien. Para mí es flipante venir a la ciudad. En 2020 apenas fui dos veces a Madrid y en 2021 ni un día.
¿No sale mucho de allí?
No. No sé conducir y me da un poco de miedo salir. A Segovia sí, pero bueno, eso es como si vivieras en Nueva Jersey y fueras a Nueva York, es un poco el mismo espectro espiritual. Y a Valladolid, que me gusta ir desde jovencito. Cuando te quieres dar cuenta, hace meses que no vas a una gran ciudad y cuando vienes te pasa como con algunos sobrinos, que los ves de tanto en tanto y notas su variación. Es como no tener tele y en la del bar ver lo que hacen en publicidad o informativos y ser capaz de saber lo que es nuevo. Creo que cualquier ciudad es más agradable que una regida por gente como la que rige Madrid ahora mismo. Me disgusta más andar por allí que por ejemplo por aquí por Barcelona.
¿Escribiría diferente si viviera en un piso de ciudad?
Se hace mucho mejor aquí. Muchísimo mejor. Pero no se trata de escribir, se trata de estar a gusto. Yo parto de la base de que si escribes en el campo todo va a ir o más lento o peor, pero no lo cambio.
Puede haber quien piense que vive en el campo para escribir.
No, no, no. Qué va. Siempre escribí y en el campo solo llevo diez años. Me resultaría muy sospechoso un tío que para escribir necesitase un fondo icónico o ambiental así. Me suena a tío que no tiene nada que contar. Se escribe mejor en ciudades. Te salen cosas todo el rato. Creo que me saldrían mejor las novelas si viviera en capitales, pero no pienso hacerlo. Ya lo siento, habría que devolver un euro a cada comprador del libro porque habría podido ser mejor (ríe).
¿Le ha cambiado en algo el éxito de Los asquerosos?
Me pilló con el pie cambiado. Imagínate que calculaba vender 2.500 copias. Los asquerosos fue un error del sistema. Lo que estoy es muy agradecido. Es un libro del que se han dicho y se dicen cosas muy emocionantes, con comentarios mejores que muchas de mis frases. Creo que tampoco he cambiado mucho. No me he comprado un Mercedes ni nada raro. Si no sé ir en bici. Sigo rechazando las propuestas de dar charlas o de escribir en prensa porque soy muy malo para las fechas de entrega. No me ha dado por hacer nada que antes no hacía. Sigo viviendo en algo que mucha gente llamaría cutrez pero que a mí me resulta muy satisfactoria.