Álvaro Carmona, por El tratamiento; José Pozo, por Plastic Killer; Beatriz de Silva, por Tula; y Santiago Requejo, por Votamos; sacaban la cabeza en representación de una industria que también ha vivido un 2022 pletórico. En ‘el gran año del cine español’, tan cacareado por todos, el corto también fue parte activa, aunque no tan mediática. No solo por los cuatro cortos nominados. También un cortometraje español, Cuerdas, de Estíbaliz Urresola, estuvo en el festival de Cannes, y solo hay que echar un vistazo a los nominados a los Goya para terminar de ver el nivel de la producción actual.
Es la explosión de algo que se viene construyendo desde hace años. Ya en 2022 un corto animado (El limpiaparabrisas, de Alberto Mielgo) ganó el Oscar, y han sido varios los directores que lograron la nominación en el pasado, como Rodrigo Sorogoyen, con Madre, o Esteban Crespo, con Aquel no era yo. Parte de este resurgir viene del aumento del apoyo desde las instituciones públicas. Los datos del Instituto de la Cinematografía (ICAA) son claros. Hasta 2019 se dieron, al año, 600.000 euros para la producción de cortos. Desde aquel año se han ido aumentando progresivamente hasta llegar a la cifra de un millón de euros de 2022. Un 67% de aumento que hace que se produzca más y mejor.
Mario Madueño, presidente de la Asociación de la Industria del Cortometraje (AIC), confirma que lo que se está viviendo son “los frutos del esfuerzo que se está haciendo desde las administraciones públicas, que cada vez lo tienen más claro, hay que apostar por el audiovisual y por el cine”. Muchos no lo hacen por convicción, sino porque “han visto que es un negocio”, pero cree que ese “cambio de postura de algunas administraciones y algunos partidos hay que aprovecharlo para potenciar a los creadores, productores y directores nuevos”.
El aumento de la financiación pública ha sido clave, y desde AIC recuerdan esa pelea constante que han tenido para llegar al ansiado millón en las ayudas al cine para el corto. “Para los cortos la inversión pública es definitiva, pero también ha sido fundamental que han aumentado la intensidad de las ayudas. Antes, una ayuda podía suponer un 60% del presupuesto del corto, y eso se ha aumentado hasta el 85%, lo cual ha ayudado, porque ahora la financiación pública está muy bien, no solo a nivel estatal, sino también autonómico, pero eso no es suficiente, porque tenemos un problema con la inversión privada”, apunta Madueño que también subraya que las cantidades invertidas para cortos en España siguen lejos de las de los países de nuestro entorno.
Señala otros factores importantes. Los festivales de cortos en España, las escuelas de cine, y algo que es intrínseco al corto, que es “el formato donde se evidencia esa mirada fresca, ese cambio permanente de creadores”. “Se ve cómo una generación va pasando, pero viene otra que está empujando fuerte. Ahora tenemos esa mezcla de nombres más consolidados, con otros más jóvenes, y eso es fantástico y creo que eso hay que potenciarlo. Potenciar la diversidad y la creatividad del cine español en general, que creo que es lo que nos diferencia del resto”.
A esa nueva generación con ganas pertenece Beatriz de Silva, que con 25 años se ha colado en la shortlist de los Oscar gracias a Tula, un trabajo en el que habla de la educación sexual. Todavía se encuentra recomponiéndose de la sorpresa, pero apunta al mismo factor clave, las ayudas al desarrollo de cortometrajes. “Si das más ayudas y más financiación, se va a hacer más cantidad y va a haber más calidad, eso suele ser matemático. El hecho de que haya más ayudas favorece la calidad”, explica y saca a la palestra otro elemento: los referentes.
“Ver que en muchos casos la gente ha empezado con un corto y luego ha dado el paso al largo hace que los directores y directoras pongan mucho cariño y mucho interés en sus cortos, como si fueran una carta de presentación muy interesante para luego hacer sus películas. Además, estamos viendo que año tras año estos directores tienen éxito con sus cortometrajes y eso anima a que al año siguiente haya otra persona que desarrolle su proyecto. Si un país no le da importancia a sus cortos, primero porque no se les da dinero, y luego además no se les da importancia, pues a la hora de preparar un proyecto igual la gente no piensa en nada. Pero aquí hemos visto a directores como Pérez Sañudo, el año pasado. Tenemos influencias, y referentes”, dice Beatriz de Silva, que debuta en la dirección con este trabajo. De hecho, tanto Carla Simón como Pilar Palomero o Carlota Pereda empezaron en el corto y rápidamente destacaron con sus óperas primas, muchas de ellas basadas en esos primeros trabajos.
Santiago Requejo ya había debutado en el largo con Abuelos (2019) antes de volver al corto en Votamos, el trabajo por el que opta al Oscar. Coincide en la importancia de las ayudas públicas, aunque también aclara que “indudablemente son insuficientes para todo el mundo que quiere hacer cine”, y que cuando un corto de un director ha logrado un recorrido en festivales, “es más fácil conseguir esas ayudas”. “Es difícil, no puedes depender de una ayuda para hacer un corto, necesitas mucho más”.
No le gusta ese término, corto. Prefiere decir que son “películas de ocho, diez o 20 minutos”. “El nivel actual es impresionante, y estoy convencido que si llegase al gran público a través de distribuidoras, la gente consumiría mucho este tipo de cine”. Su análisis es que se han juntado dos factores importantes, el primero, la evolución tecnológica que ha permitido democratizar el cine: “Gracias a Internet, contar historias es mucho más fácil que hace 15 o 20 años, donde teníamos que tirar de Super-8. Ahora mismo con los smartphones ves joyas hechas con muy poquitos medios. Se han democratizado los medios de producción y eso ha permitido que mucha más gente cuente historias y por tanto haya más volumen de historias”.
El segundo factor es que la gente ya no solo ve el corto como un paso para hacer un largo, sino que “es un formato que gusta y en el que la gente se siente cómoda”. “Cada vez es más una entidad propia como formato de expresión, y ahí tienes a Almodóvar haciendo un cortometraje, o a grandes directores que recurren al corto”, analiza y destaca la larga vida de los cortos en los festivales donde toda esta generación comparte sus trabajos y se conocen entre ellos.
José Pozo es de esos referentes que comentaba Beatriz de Silva. Ha dirigido varías películas, pero para Plastic Killer, con el que ha pasado a la shortlist de los Oscar, consideró que el mejor formato era el corto por el riesgo de esta historia que tiene a José Mota como protagonista. Cuando va a los festivales internacionales se está dando cuenta de que entre los seleccionados y finalistas siempre hay trabajos españoles, y eso es la prueba de que el nivel actual es “muy alto”. “Yo soy más veterano, no hago normalmente cortos. Este es el primero, pero me he dado cuenta de que hay mucha gente joven que está empujando”. Eso sí, espera que esta buena racha no sea una excepción. “El año pasado y los anteriores hubo una buena cosecha, pero este creo que es especial. De hecho, si te fijas en los nominados en los Goya, que ninguno está en la shortlist, son todos buenísimos. Creo que es un año especialmente bueno”, opina.
Entre esos nominados al Goya destaca Cuerdas, que estuvo en el Festival de Cannes. Una historia rodada por Estíbaliz Urresola, que ya ha filmado su debut en el largo de ficción, 20.000 especies de abejas. Urresola rompe la baraja y aclara que tiene “dudas sobre la categorización de cortometraje y largometraje”. “Por supuesto que hay diferencias que tienen que ver con lo financiero, con la dificultad de levantar unos y otros proyectos, pero en la esencia forman parte de la misma industria”. La del corto está “cada vez menos precarizada”, pero en el fondo tratan de lo mismo, de “contar historias”.
“Mis cortos suelen ser bastante largos, tienen narrativas que se me ha dicho que pueden ser cercanas al largo, pero yo soy defensora de que el corto puede ser un lenguaje propio y no una forma menor de contar historias, sino distinta, que permita otras exploraciones”, dice y deja claro que el gran año del cine español no distingue de cortos y largos, “es un gran año para la industria, sin entrar en categorías”. Un gran año que “tiene que ver con una profesionalización, un mayor aporte y apoyo de las instituciones y con mecanismos e instrumentos para atraer capital privado”. También destacan las medidas para apoyar a las mujeres en la dirección tomadas desde hace años por el ICAA: “Fruto de todos estos cambios de mentalidad, y de estos apoyos, están las medidas correctivas para garantizar que grandes ausencias históricas, como las mujeres en la dirección en el cine español, sean poco a poco revocadas, y todo eso hace que a día de hoy, podamos ver florecer esta industria de una forma tan llamativa”.
Urresola también cree que el corto no es solo cosa de jóvenes. Ese cambio generacional cree que estaba “tradicionalmente ligado a que el corto es la primera experiencia en el ámbito académico, e inherentemente las nuevas generaciones están ligadas a él”, pero también que “la línea divisoria ya no es tan clara”. “Vemos a profesionales que enganchan un largo, con un corto o con una serie. Es todo un terreno mucho más híbrido, con profesionales instalados y con gente que está empezando. Una mezcla entre esa fuerza primigenia estimulante y gente ya instalada, y eso lo hace muy interesante”.
A esa fuerza primigenia responde Jaime Olías, una de las sorpresas de la temporada de premios en el cortometraje con Chaval, nominado al Goya gracias a su electrizante plano secuencia que parece rodado por un veterano y que, en su caso, se ha hecho sin ayudas públicas. Con el corto ha viajado mucho fuera, y se ha dado cuenta del nivel del corto español. “Muchas veces vas a festivales extranjeros y te cuentan la cantidad de cortometrajes que les han enviado desde España y ellos mismos se quedan supersorprendidos”, cuenta Olías que sí que considera que, para muchos directores, “es la puerta de entrada al largo”. “En España tenemos muchas ganas de hacer cine y de hacer buen cine”, zanja.
Para ese salto cree que ha habido un cambio, y es que ahora “los productores nacionales saben la importancia del cortometraje”. “Muchos productores se asoman a ver cortometrajes de directores y directoras nuevos para encontrar nuevos talentos. Lo que no sé es si al público general le llega todo eso. Creo que dentro del circuito del cortometraje, dentro del mundo del cine, y dentro de las instituciones, se sabe el talento que hay en España y se sabe todo lo que se produce y lo importante que es, pero creo que al público no le llega”.
Aunque 2022 ha sido excepcional y pueda coronarse con un Oscar, quedan tareas por hacer. No se puede bajar la guardia, porque en cualquier momento las ayudas pueden recortarse o las instituciones dejar de ver en el corto una forma de invertir en futuro. Por eso, desde AIC intentaron que la criticada Ley Audiovisual les protegiera. “Nosotros redactamos una carta que firmaron todas las asociaciones de productores de España, lo cual no suele ser habitual, con una propuesta para que las televisiones públicas invirtieran un 1% anual de su obligación en compra anticipada de derechos en cortometrajes sobre proyecto. Un 1%, que es una nimiedad. Ahí quedó eso, porque evidentemente la vorágine de disputas y de peleas que hubo, hizo que se quedara flotando. Nosotros creemos que eso es lo que lo que ahora mismo hace más falta”, dice Mario Madueño de una medida que van a seguir peleando.
Santiago Requejo apuesta por la distribución como la asignatura pendiente del corto. Cree que ojalá hubiera “algunas distribuidoras valientes para juntar cuatro o cinco cortometrajes y llevarlos al gran público”. “Eso sería fantástico porque estaríamos llegando realmente a todo el mundo, porque parece que lo que se estrena en un cine es lo que marca un poco la tendencia”, añade. Beatriz de Silva apunta a las narrativas. Al guion. A ser originales y no “copiar mecanismos sobre todo de EEUU de cosas que funcionan”.
Estíbaliz Urresola es más contundente. Cree que al corto español le falta “respetabilidad”, un respeto que no nota cuando “hace no tanto, en un programa de máxima audiencia [se refiere a El hormiguero], se escuchaba cómo hablaban del corto de forma denigrante, y eso duele a todas las personas que hacen una película, es un descalificativo muy fuerte”. “Para un país, para un colectivo, es muy importante generar sus propias narrativas frente a la invasión que vivimos con esa factoría audiovisual que genera series sin parar y que responde siempre a modelos similares. Los cortos son la disidencia”, concluye.