Un contexto voraz, insano y opresor del que habla desde la cárcel, donde fue encerrada tras, como ella misma describe, "volverse terrorista" y "rebelarse contra la institución y la democracia".

Esta joven es la protagonista de Solo quería bailar, el firme, desazonado y rotundo debut en la novela de Greta García que, más que escrito, parece haber sido vomitado. "Totalmente", confirma la autora a este periódico sobre cómo se sintió durante su creación. La irrupción en la literatura de esta bailarina, payasa, directora teatral y circense es un lúcido bofetón que empuja a reflexionar, invita a la acción, descorazona, hace reír, da asco, atrapa e irrita. Por lo real que es, por cómo abraza lo escatológico, por lo explícita que es independientemente del tema que aborde; ya sea el deseo sexual, el hartazgo hacia el poder o la sinsentido de la prisión.

"Que nos metan en la cárcel es lo peor que nos puede pasar en España institucionalmente. Que te encierren, no puedas salir y te priven de tu libertad es de las peores violencias", afirma García. Prisiones que, sin embargo, no ocupan todas las clases sociales. "La mayoría de la gente que está dentro no tiene recursos", lamenta. "La unidad está en la precariedad, eso nos une. Porque una rica paga y se va a su casa. Una rica le come el coño con presbicia a su amiga la rica que se lo come a su amiga la jueza y le da jamón y ya está (...). Una rica tiene que ser una pringá pa estar aquí dentro", afirma el personaje en el libro.

El encierro de su protagonista en prisión permite ahondar en lugares que forman parte de los márgenes y a los que raramente se asoma la cabeza para narrar cómo es la vida dentro de ellos, qué dinámicas se generan, quiénes están ahí, qué sienten o si incluso se enamoran. "La sexualidad forma parte del ser humano", recuerda la escritora, "porque estés en la cárcel no dejas de tener sentimientos. Eres una persona como cualquier otra. Al estar ellas allí ni las pensamos, como están ahí lejos, las olvidamos".

Una coyuntura que aplica al orden de las ciudades. "Hay zonas que no pisamos y gente a la que ignoramos de un modo cruel. Lo malo lo metemos debajo de la moqueta para verlo todo limpito. Que la mierda se vaya acumulando lejos de la urbe", expone.

El punto de partida de Solo quería bailar fue su conocimiento de la danza y, a partir de ahí, comenta que "Pili se fue elaborando en base a lo que quería que ocurriera y qué tipo de persona podría hacer lo que hace en la novela". "También desde un placer personal de poder hacer todo lo que me diera la gana. Reivindico la diversión en el acto creativo", añade. Eso sí, deja un claro espacio para "la rabia y el enfado, cosas que han nacido de escenas horribles que, a través de un libro, se convierten en un acto de venganza muy divertido. A través del humor se llega mucho más lejos y lo convierte en algo mucho más humano".

García es bruta en su escritura. Su protagonista grita por escrito; leerla desahoga y hasta libera. No le importa decir tacos, ser basta e incorrecta, ni abogar por no limitar su sinceridad. En una comparación de la vida en la cárcel con la de un convento, se pregunta: "¿Qué hacen las mojas de clausura realmente? ¿Se masturban entre ellas? ¿Se meten en el coño la patita del niño Jesú? ¿Eso será pedofilia? ¿Soy yo zoofílica por haberme restregao con el osito de peluche cuando era chica?".

La autora defiende que lo escatológico también tenga cabida en los libros. "La precariedad nos une igual que la mierda. Es algo supernatural que se esconde y de lo que no se habla. La mierda, el sexo y las cosas más brutas", argumenta. Del mismo modo, condena el pudor: "Los complejos te limitan, te coartan, te prohíben socializar y hacer cosas que te gustaría hacer".

García ha apostado además por escribir en andaluz. En un primer momento lo usó únicamente para los diálogos, pero aquella mezcla se le terminó haciendo "extraña" y apostó por unificarlo todo. En su caso, lamenta que "el andaluz siempre ha estado estigmatizado con que es lo cateto", dice. "Y para nada. Ahora sí que tengo a más compañeras que lo escriben", incide. "Que en un país haya miles de acentos le da mucha riqueza. Son elecciones estéticas y políticas. Estoy muy a favor y animo a que la gente lo haga", defiende.

El tercer rasgo característico de su estilo es lo explícita que resulta al describir las situaciones. Los trastornos de la conducta alimentaria cuentan con su propio capítulo. "No comer me reventó el organigrama menstrual. Es increíble lo poco que he comío durante mucho tiempo y lo viva que estoy. Qué ascazo me daba comer. Cada mordisco me hacía sentir terriblemente mal", reconoce Pili en la novela. García tuvo claro desde el primer momento que estas enfermedades estarían presentes en su debut literario: "Al hablar de danza clásica lo vi muy de la mano. El machaque es constante, es muy cotidiano que te sientas mal comiendo".

Dentro de su ámbito, afirma que "se potencia con muchos profesores horribles. Y después trabajando. Si trabajas con tu cuerpo es eso con lo que se te juzga, y al final hay unos cánones de belleza impuestos por gente malvada y aburridísima que al tener un sueño, si tus referentes son de un tipo y te estás pidiendo unas cosas para alcanzarlo, vas a tirar por ahí". Sobre la frase "una etapa de anorexia no le viene mal a nadie", asegura que es algo que ella misma ha escuchado en clase "muchas veces".

"Te puedes reír cuando te lo cuentan pero se te queda hasta la médula", critica, se premia a la más delgada. "Ahora hay un movimiento de body positive que defiende los cuerpos diferentes, pero la realidad aplastante es que todavía parece que a más delgada, más bella, y mejor te va a ir en la vida". García sostiene que debería formarse de manera distinta: "Hay que educar en la diversidad y potenciar lo mejor de cada persona, no intentar que todas sigamos un patrón ni que una manera sea la correcta. Hay muchísimas maneras de conseguir objetivos. Hay que dejarse sorprender porque si no vamos a ir anulando a las personas desde crías diciéndoles cómo hay que ser".

Otro aspecto en el que la escritora ahonda en su texto es lo estrechamente relacionada que están la frustración y la infelicidad con la aplastante exigencia que gobierna en, prácticamente, todos los ambientes. Incluida cada persona consigo misma. "Lo de lesionarse va intrínseco a ser bailarina. Si nunca te caes quiere decir que nunca te arriesgas, no vas al límite, no avanzas, te acomodas y se te queda el cuerpo flojingangui", describe Pili, que comenta que los moratones son concebidos como "medallas". García reflexiona sobre el sufrimiento como validación única con la que aprobar el esfuerzo: "Es muy católico el 'para presumir hay que sufrir'".

La promoción de su debut en la novela ha coincidido con sus ensayos para la siguiente obra de esta multidisciplinar artista, el espectáculo Hacer el amor que lidera junto a su compañera artística y amiga Laura Morales en su proyecto conjunto Hermanas Gestring. Ambas bailarinas sevillanas unieron sus caminos en 2013 para crear juntas. Diez años después, han decidido celebrarlo con este espectáculo que podrá verse los próximos 16, 17 y 18 de marzo en los Teatros del Canal de Madrid. "Siempre hemos trabajado en torno a la muerte y temas oscuros. Pero aunque seamos muy gore teníamos ganas de darle la vuelta a la tortilla porque el mundo necesita amor, la gente está fatal", avanza con ironía.