“Me gustaba esa metáfora porque muchas veces cuando he estado agobiado con algo en mi vida, tenía el pensamiento mágico de que un libro me podría enseñar algún camino. A veces tenía un problema, se me estaba cayendo el mundo encima y abría una novela, buscaba su refugio. Quizás la pregunta 'para qué sirve la literatura' es un poco obvia y un poco tonta, pero yo trato de hacérsela a la gente en el libro, aún sabiendo que igual no hay una respuesta. Porque, si lo piensas un poco, el hecho de leer un libro en un mundo en el que todo tiene que tener un sentido muy específico es estúpido, ¿no? Yo creo que la literatura va muy en contra del mundo en que vivimos”, explica Ricardo Viel en conversación desde Lisboa, donde trabaja como director de Comunicación en la Fundación Saramago.

Viel había hecho muchas entrevistas en su vida profesional, y sentía que la tiranía de la brevedad en los medios de comunicación hacía que se perdiera un material valioso atesorado en las charlas con sus entrevistados. “En Brasil y después en España hice muchas entrevistas a escritores, y me sentía un poco defraudado porque igual pasaba dos o tres horas con una persona que me contaba muchas cosas y luego yo tenía media página en el periódico para hablar del libro que había escrito, o el premio que había ganado esa persona. Y sentía que había cosas mucho más interesantes que me habían contado, o de las que yo había sido testigo, como que estemos en un café y esa persona empiece a hablar con el dueño y a contarle historias. Eso no cabe en una entrevista para un periódico”, asegura.

Entonces empezó a pensar en hacer un libro de entrevistas. Viel no tenía editorial, pero se decidió a pedirle a escritores y escritoras que le dedicaran eso tan escaso: tiempo para charlar. “Les decía: no tengo prisa, pero necesito tiempo. Y entonces la gente me regalaba horas y días enteros. Por ejemplo, con Héctor Abad pasé dos días en Madrid, con Javier Cercas, me fui a Flaçà y estuve casi un día con él, con Rosa Montero estuvimos dos días aquí en Cascais, que es donde tiene casa. La única cosa que pedí a esa gente era tiempo”, cuenta el escritor. Para su sorpresa, todos los escritores y escritoras a los que se lo pidió le dieron ese lujo, tan alejado de los tiempos que se manejan en el periodismo del siglo XXI. “Los periodistas, cuando tenemos media hora con alguien, tenemos suerte. Y así es muy difícil intimar con los entrevistados. Les preguntaba '¿qué te gusta hacer?' Héctor Abad me dijo que le gustaba caminar, y salimos a caminar por Madrid, con Milton Hatoum quedamos para comer y estuvimos horas y horas charlando. Con Mia Couto nos tomamos un café en su casa, y con Javier Cercas salimos a pasear a su perra. Tener tiempo con esa gente es fundamental. A veces hay un silencio y no tienes nada que decir, pero observas. Ese es el sueño de un periodista: pasar un tiempo con la gente”, sostiene Ricardo Viel.

Cuenta en el libro Ricardo Viel que el escritor mexicano Jorge Volpi defiende la tesis de que la capacidad humana de ficcionar es un paso más en la adaptación del ser humano como especie. Viel hace suya esa idea: la capacidad de la literatura para proporcionar estrategias para sobrevivir en la Tierra, y suscribe la reflexión de Volpi acerca de que al permitir experimentar vidas ajenas y reconocerse en los demás, la ficción permite al ser humano “ser los demás”. “Tomé clases con Volpi en la Universidad de Salamanca, el curso fue más o menos sobre cómo funciona en el cerebro una obra de ficción. Me acuerdo de algo que nos contó en clase que era que los científicos concluyeron que no hay diferencia física en el cerebro entre vivir una situación de estrés o vivirla viendo una película o leyendo un libro. O sea que lo que se activa en tu cerebro es igual. Cuando lees algo o ves una película, de alguna manera te transporta a aquel mundo con la seguridad de no estar haciendo eso en vida real". Como dice Cercas, “mejor no mates a nadie y lee Macbeth o Crimen y Castigo”, recuerda el autor.

En su conversación con Ricardo Viel, cuenta Javier Cercas que la literatura sirve para transformar el mundo y no para simplificar la vida, sino para complicarla. Y explica cómo él cambió la religión por la literatura, que es también una mentira, pero no esclaviza, sino que libera. “A mí me gusta esa idea, porque al final yo creo que uno se agarra a algo. Puede ser una religión, un equipo de fútbol o algo que te dé sentido en la vida. Hay gente que lo encuentra en la literatura. Estoy convencido de que la literatura te puede hacer mejor persona. No es que sea obligatorio, hay gente que lee mucho, que es muy culta y es mala persona. Porque es un ejercicio de empatía, el ejercicio de ponerse en el lugar del otro, de entender que la vida es mucho más complicada de lo que parece y que, en general, la gente no es ni mala ni buena, las cosas son más complejas”, sostiene el periodista.

Las entrevistas del libro se hicieron entre 2015 y 2020, excepto la conversación con Eduardo Galeano en 2004, cuando Ricardo Viel y tres amigos veinteañeros se propusieron entrevistar al escritor uruguayo, al que admiraban. Viajaron un día entero en autobús de Florianópolis a Montevideo a reunirse con él, nerviosos porque solo uno de ellos había hecho una entrevista en su vida, y disfrutaron de dos horas de charla con Galeano en el famoso Café Brasilero de la capital uruguaya. Salieron hipnotizados por las historias y la cercanía del escritor que había aceptado hablar con cuatro estudiantes brasileños.

En esa charla Galeano les contó que solo había hecho un año de Secundaria, y que su universidad fueron las vinerías y los cafés de Montevideo, y el contacto directo con los grandes narradores orales, sobre todo viejos, que descubrió en ellos, y que ya han desaparecido. Allí, dice el escritor, se dio para él la revelación del magnetismo del poder de la palabra. “Y si te fijas, su literatura tiene mucho de eso, lees a Galeano y es como alguien que te está contando una historia. Fue muy especial la manera en la que contaba cómo era ese Montevideo. Galeano para nosotros era un referente literario, y también político, era un momento en el mundo en el que estaban los zapatistas, habíamos escuchado a Galeano en el Foro Social Mundial, en Porto Alegre y, de repente, estábamos ahí delante de él y no era una persona intentando dar una lección a otros, aunque éramos mucho más jóvenes. Estábamos delante de un ídolo, pero él nos hizo sentir como si estuviésemos en un café charlando, y claro, salimos de ahí encantados, y nos pareció que ahora era nuestro amigo y siempre conseguiríamos encontrarlo otra vez”, recuerda el autor.

En sus conversaciones con narradores, Ricardo Viel ha indagado en sus razones para escribir, que basculan entre la necesidad de expresión y la vía para sobrevivir. “Creo que, en general, la gente que abraza la literatura, ya sea para leer o para escribir, es alguien que no está totalmente contento o cómodo en el mundo. Recuerdo que hay tres o cuatro de ellos que identifican en la adolescencia algún momento muy importante y ellos, de alguna manera, se resguardaron en los libros. Después hay unos cuantos que intentaron estudiar Derecho y luego se fueron para la literatura. Hay un combate entre lo que la sociedad o tu familia quieren que seas y lo que a ti te gustaría hacer. Son autoras y autores muy distintos pero en general todos ellos comulgan con un desasosiego, algo que que les provoca buscar en la literatura quizá algo que les falte en la vida”, reflexiona Viel.

Ante la pregunta de si el ejercicio de escribir es para estos escritores placentero o produce sufrimiento, el autor lo tiene claro. “Creo que la mayoría sufre. Escribir es un trabajo. Saramago decía eso, que lo primero que tienes que hacer para escribir es sentarte, y si es en una silla cómoda, mejor. Creo que esa idea de que escribir es placentero no es real. Quizás romantizamos un poco la escritura, creemos que una persona está ahí esperando la visita de la musa. Pero no es eso, hay que trabajar. Tú puedes tener una buena idea para una historia para un cuento, pero ponte a escribirla y vas a ver que no basta con eso, tienes que tener un método de trabajo”, sostiene el periodista, que es coeditor del reciente libro Saramago. Sus nombres. Un álbum biográfico (Alfaguara, 2022).

Viel admite el privilegio de haber podido observar de cerca las rutinas y procesos de trabajo de los escritores y escritoras que admira. “Hay mucha disciplina. Por ejemplo, con Rosa Montero, fui a su casa aquí en Cascais y tenía en la pared del despacho unas pegatinas con nombres de los personajes, como una línea de tiempo. Hay gente que tiene muy programado todo lo que va a pasar en la novela, y otra gente que va un poco al azar. Mia Couto dice que va conociendo la historia mientras la va escribiendo, que ella no sabe qué va a pasar”, recuerda.

En Simuladores de vuelo, Rosa Montero cuenta que se pueden hacer entrevistas utilizando la intimidad, como defendía García Márquez, o por la vía de la confrontación, y que las dos sirven para abrir la coraza del entrevistado. Cuenta Ricardo Viel que él ha preferido intimar. “Lo de la confrontación me cuesta mucho, funciono más intentando buscar una cercanía con la persona. Yo intentaba no tener un guion, no tenía una lista de preguntas, dejaba que la conversación fluyera. Ya los había leído a todos y tenía algunas preguntas que me parecían importantes, las llevaba en un cuadernito, pero más que nada lo que hacía era dejar que la gente hablase”, explica Viel, que hizo la selección de escritores siguiendo sus gustos como lector. "Son gente cuyos libros me gustan, me interesan, y con los que tenía alguna cercanía para pedirles que me regalaran su tiempo. Y yo tenía el privilegio de, por ser periodista, poder preguntarles cosas que seguramente la gente que lee sus libros también tienen interés”, cuenta.

“Yo creo que me enamoré un poco de todos ellos porque en realidad ya estaba un poco enamorado de esa gente, de sus libros. Cada uno me enseñó algo, me quedo con una imagen o alguna frase de cada uno que sé que me sirve. Incluso hoy día, pasado tanto tiempo después de esas entrevistas, a veces me acuerdo de algo que me contaron. Por ejemplo, estos días yo había perdido algo importante en la vida, y me acordé de una frase de Valter Hugo Máe que decía que en la vida vamos siempre perdiendo, todo el tiempo estamos perdiendo gente, perdiendo salud, perdiendo cosas, y decía que quizás la literatura nos puede ayudar a eso, a enfrentar esas pérdidas. Al final creo que casi ha sido un libro de autoayuda para mí”, reflexiona.