Desde la independencia, labrando año a año su propio camino, Córdoba lleva incidiendo en la danza desde su primera pieza, allá por 1991, Las ciudades invisibles. Su influencia como creadora es inversamente proporcional a la relevancia que le han otorgado instituciones y festivales. Algo nada inusual, por otro lado. Córdoba surge del movimiento de danza U.V.I. - La Inesperada en los años ochenta, posiblemente el movimiento más relevante de la danza contemporánea de este país. Sus integrantes revolucionaron la danza, la poesía de la gran Mónica Valenciano, el acercamiento a la pieza artística de La Ribot, la incursión del audiovisual en los lenguajes del cuerpo de Olga Mesa. Ahí es nada. La Ribot y Mesa tuvieron que emigrar, y Valenciano, al igual que Córdoba, sigue en los márgenes de las instituciones.
Pero si hay algo claro es que la danza contemporánea, y por extensión la escena española, es inentendible sin piezas de Córdoba como Sin correa (2000), Los negocios acaban a las diez (2002), El amor y la herida (2010) o Soy una obstinada célula del corazón (2014). Ahora, esta coreógrafa, con 61 años, lo ha hecho de nuevo. Y pareceremos árboles es la sabiduría de la bailarina vieja de la vanguardia patria. Una pieza en la que movimiento, espacio, palabra, luz y sonido se dan la mano para rebelarse contra lo más humano. El miedo a olvidar, el miedo, en definitiva, a desaparecer.
Y pareceremos árboles comienza con Córdoba en escena diciendo un texto en primera persona en el que cuenta cómo una vez pudo contemplar un cerebro humano en un táper. Córdoba manifiesta su desconfianza ante que sea esa masa informe y gelatinosa la que deba albergar nuestros recuerdos y confiesa que ha comenzado a olvidar, que se le presentan recuerdos sin tiempo y sin nombre, aunque tengan temperatura, olor e imagen. Y ante tanto olvido, espeta: “Hemos decidido, de común acuerdo, volvernos madera (…) porque todos los que tienen piel van a olvidar, todos los que tenemos cerebro recordamos para olvidar. No me toques y así no me olvidas”.
Córdoba se retira, quedan en escena María José Pire (el álter ego de Córdoba, presente en casi todas sus obras desde que se conocieran en París en los años ochenta para buscar una formación que en España no había), Jesús Rubio Gamo (uno de los bailarines más relevantes de la danza española, de un movimiento donde parecen unirse cuerpo y mente y donde uno intuye, como en la danza butoh, al propio Rubio fuera de su cuerpo viéndose bailar) y Clara Pampyn (animal escénico que pisa las tablas como muy pocas, de ese modo donde la técnica se olvida y solo queda presencia). Un elenco agraciado que ya trabajaron juntos en la pieza anterior, Criaturas del desorden (2021). Córdoba siempre ha tenido elencos impresionantes, bailarines irrepetibles como lo fue Montse Penela o performers difíciles de olvidar como Patricia Lamas o Carlos Fernández.
En esta ocasión, el elenco lo completa Luz Prado, una de las artistas sonoras y escénicas más interesantes de la nueva generación surgida de ese movimiento malagueño que tantos frutos está dando. Prado une su canto y su violín junto con sonidos industriales pregrabados para hacer una banda sonora inclasificable. La pieza se completa con las luces de Carlos Marquerie y la creación de imagen y vídeo de uno de los técnicos más finos del panorama nacional, David Benito. La creación de imagen en directo donde el rastro de movimiento que dejan los bailarines va, al mismo tiempo, persiguiéndolos es una de las creaciones digitales más asombrosas de los últimos años.
Y pareceremos árboles llega después de años de investigación sobre el cuerpo humano, de labrar un camino donde ciencia, cuerpo y poesía confluyen. Años que configuraron Anatomía poética, un ciclo que consta de nueve piezas entre 2009 y 2014 y que nunca se cerró, “reaparece constantemente como metodología y pensamiento”, afirma Córdoba en conversación con este periódico. Luego llegaron dos piezas claves en el camino de esta coreógrafa, Soy una obstinada célula del corazón (2014), en la que comenzó "a trabajar sobre la descomposición del cuerpo y la materia, ahí entró la botánica”; y El nacimiento de la bailarina vieja (2018), en la que Córdoba comienza a trabajar con microscopios, estudiando la descomposición de las plantas: “Hallando similitudes entre mi cuerpo ya viejo y lo que veía en el microscopio", explica esta bailarina que confiesa que sigue bailando todos los días pero “de una forma completamente diferente, tienes que ir abandonando la idea de fuerza, de impulso". "Hay algo de mi propio cuerpo que se va alejando. Ese debate de hasta cuándo y esa falta son algo que está permeándolo todo desde entonces”, explica.
En Y pareceremos árboles el encuentro entre la anatomía humana y botánica es completo, “el encuentro responde, sobre todo, al deseo que tenía de empezar a trabajar sobre el sistema nervioso. Al preguntarle sobre esa metodología de trabajo, Córdoba explica que las relaciones entre los estudios fisiológicos o botánicos y la danza son estrictamente de movimiento: “El estudio es una puerta, una puerta a la materia para poder trabajar poéticamente. Aunque te pueda contar que en una determinada obra he trabajado sobre los depósitos de grasa o sobre una cicatriz, o sobre los hombros, lo que vas a ver es otra cosa. Como decía Anna Teresa de Keersmaeker, trabajamos con algo que, aunque sea abstracto, aunque lo miremos de mil formas, siempre devuelve algo profundamente humano”, concluye.
Y pareceremos árboles tiene estructura en espiral, una espiral que irá desde el movimiento quieto e íntimo hacia un cuerpo que va desplegándose en danza. Una espiral que además se contrapone y lucha en clara oposición con el texto. Mientras el texto incide en la decisión de no moverse, de convertirse en árbol, de quedarse inmóvil para poder ganar tiempo, la escena corre en dirección contraria. El movimiento se convierte así en decisión suicida, en acto de pura vitalidad aunque conlleve la muerte. Mientras el texto grita “Quédate tumbada, pero quédate. Queda quieta, pero quédate. Quédate rígida, pero quédate. Quédate seca, pero quédate. Quédate caída, pero quédate”, los cuerpos giran y se desplazan produciendo una tensión que convierte la escena en una seguiriya macabra, en un quejío donde combaten vida y muerte.
Y es en ese baile al borde del precipicio donde Córdoba, la coreógrafa que repudió la composición coreográfica, va haciendo que los bailarines vayan componiendo una coreografía primigenia. Al preguntarle por esa composición tan ausente en sus otros trabajos, Córdoba confirma que “es verdad que hay una búsqueda por profundizar en el lenguaje coreográfico, hay una cierta escritura hecha a través del cuerpo, soy consciente”. Pero no le es fácil explicar el porqué, “desde que cristalizó, cuando era joven, mi pensamiento sobre el cuerpo siempre ha predominado una danza que le importa mucho más lo que al cuerpo le sucede que las formas que produce. Durante muchos años he trabajado así. Hay coreógrafos que trabajan a través de lo que ves del cuerpo. Yo siempre he trabajado con un subtexto más hacia dentro del cuerpo. Pero ahora estoy pensando en desarrollar un lenguaje abstracto a partir del cuerpo en movimiento. Esta pieza es un primer paso”, concluye.
La creación de un artista está llena de vericuetos, de idas y venidas que poco tienen que ver con la linealidad. Córdoba es buen ejemplo de ello. Quizá sea más apropiado hablar de obsesiones, de herramientas que van perfilándose para ser más certeras unas veces, para mutar otras. Y pareceremos árboles es el resultado de esa alquimia. De un grupo humano que lleva trabajando desde hace más de cinco años junto, del equilibrio entre la palabra dicha y el cuerpo tantos años buscada, de la manera obsesiva con la que trata Córdoba opuestos como vacío y trascendencia, vitalidad y muerte, y de ese acercamiento personal a mundos en principio disímiles como son el pensamiento científico y el artístico.
Ahora Córdoba está trabajando en una nueva pieza junto a David Benito y Luz Prado. Pieza que se estrenará en el Festival Citemor, un evento que se realiza en un pequeño pueblo portugués del Baixo Mondego y que apuesta por el contacto y la comprensión del artista y rehúye del estreno y la mera exhibición. A principios de mes, el festival se abrió con Angélica Liddell, que presentó La hora llegó, primera aproximación escénica de la pieza que esta creadora llevará al festival Temporada Alta, VUDÚ (3318) Blixen.
Córdoba presentará Ay. Jacinto, un trabajo sobre el jacinto de agua, una especie invasora que ha colonizado el río Mondego transformándolo en un paisaje vegetal. “Es increíble, en ese río que yo visité tanto con mis hijos ya no se ve el curso del agua. Sentí un vértigo enorme al buscar el río y no encontrarlo, no puedes ni verlo, tan solo ves ese paisaje vegetal de esa hermosa planta que al mismo tiempo se muestra poderosísima”, explica sobre este proyecto que creará junto con David Benito y Luz Prado.
Pero al mismo tiempo Córdoba se ha enrolado en una nueva aventura. Durante años ha trabajado como asesora de cuerpo y ayudante de dirección de diferentes artistas como Silvia Pérez Cruz o Pablo Messiez. Este último le ha propuesto estar en su nueva obra, Los gestos, como actriz, no como bailarina: “Me asusta mucho, me asusta cada día que voy a un ensayo. Pablo es un director de actores maravilloso y yo no dejo de ser una persona que viene del movimiento. Hay algo que para mí es muy diferente”, confiesa sobre este director conocido por tener en sus elencos grandes actores capaces de trabajar el texto con una facilidad y una profundidad pasmosa.
En esta pieza, Messiez cuenta con actores como Fernanda Orazi, Emilio Tomé, Manuel Egozkue o Nacho Sánchez. “Lo pienso y me pongo a sudar”, exclama Córdoba, “pero confío en Pablo, con muy poca gente sería capaz de dar este paso. Además, Pablo es capaz de generar cosas muy bonitas y potentes en el grupo humano con el que trabaja. Es una pasada. Estoy acojonada pero es de los retos más bonitos que me han pasado”, concluye.