"Nos han vendido la milonga de que si no estás en las plataformas, no eres nadie", opina a este periódico sobre el funcionamiento actual de la industria musical. Una industria que se conoce al dedillo tras varias décadas en las que ha sido su hábitat natural. De ahí a que reivindique que actualmente se prime "ofrecer canciones tras otras, en vez de discos". Y que llame a la unión entre los artistas para hacer frente a una dinámica en la que son ellos quienes "siempre" salen perdiendo.
Compuso Florent y yo en plena pandemia y, aunque el disco no habla específicamente de esta, sí que resuena su sentir. ¿Siente que ha habido muchos cambios desde entonces?
La gente tiene un poco más se sensibilidad y consciencia de que todo puede cambiar en cualquier momento. De que el sistema que funciona y en el que cada uno cumple su función se puede venir abajo en cualquier minuto y hacernos volver prácticamente a la Edad de Piedra. Ese punto apocalíptico y del fin del mundo lo vivimos todos, fue una distopía brutal.
Espero que después de haber estado encerrados tengamos más conciencia de muchas cosas, tanto a nivel personal de dar más valor a las relaciones, al darte un paseo, disfrutar de la naturaleza... Luego la realidad es apabullante y el tiempo hace que nos olvidemos. Volvemos al día a día, a internet y a la monotonía que tenemos que nos oprime.
¿Cómo se lleva con su voz? ¿Cambia la relación que se establece con ella con el tiempo?
Bien, siempre he sentido el timbre de mi voz muy cercano, tiene un punto melancólico. Es curioso que en el panorama musical lo que llama la atención cuando aparecen grupos nuevos es la voz y la letra. Ese factor del primer disco que es impactante, llama la atención. En mi caso también. Supongo que sí que cambia la relación con el tiempo.
Los cantantes que conozco van perdiendo tonalidad, van bajando los tonos porque cuando eres joven tiene ese ímpetu y energía que te hace llegar a tonos muy altos. Es más punk, más agresivo. A lo largo del tiempo, que no te cuidas, fumas, bebes... La voz de la persona pierde unos matices, pero gana otros.
Apaga el móvil por favor es una declaración de intenciones desde su propio título. ¿Qué se pierde por tenerlo todo el día encendido?
Es una llamada de atención a la conducta humana. Estamos invadidos, absorbidos y controlados con el móvil. Yo vengo de la época en la que no existían los móviles y han venido para quedarse. Todo se canaliza a través de él y es curioso porque no deja de ser un aparato. Y llevarlo a veces va contra natura, sobre todo por cómo erosiona las relaciones personales sin quererlo. Produce que los niños no salgan a la calle, las relaciones personales se ven tocadas... Quise hacer una canción sobre ello y decir: "Apágalo ya y préstame más atención, vamos a mirarnos, vamos a hablar, vamos a pasear".
Los móviles son un ejemplo de cómo la tecnología lo impregna todo. ¿Cómo está afectando a la música?
Sobre todo la gente joven busca la inmediatez. No escuchan un disco de pe a pa. A la industria musical le interesa más ofrecer canciones, y una tras otra. Se pierde el concepto de álbum, que es importantísimo porque el elepé es una obra de arte, tanto por el contenido que hay dentro como las portadas. No creo que se pierdan, pero la gente tiene otro modo de consumir música, a través de canciones, de tal forma que si a los diez segundos una no te gusta, pasas a otra. Es una cosa a tener en cuenta. Me preocupa. Mi disco tiene un recorrido desde la primera canción a la última. Luego puedes escucharlas sueltas, que me parece perfecto, pero si lo escuchas en orden tiene un sentido.
¿Ve esta situación reversible?
Habrá gente muy minoritaria que siga comprando vinilos o cedés. Pero a la gran mayoría, sobre todo con la música comercial, no le interesa ese formato, sino el de la canción que pega el pelotazo. Y si no lo pegas tú, lo hará otro, que además va a sonar igual que tú, con el mismo ritmo. Lo único que me agrada de la música latina es que por lo menos se ha comido el mercado a la música anglosajona. Eso me parece fantástico. Era un imperio absoluto porque ese negocio lo inventaron ellos. Tenían el poder.
La música latina pegó un subidón a partir del 2000. Hubo ventas millonarias y salieron cantantes muy potentes. Lo valoro y aplaudo. Otra cosa es la copia de la copia de la copia de lo mismo. Eso me agota porque todo suena igual, tiene el mismo efecto de voz, el mismo ritmo. Me cansa. Rosalía sí me gusta. Es una artista que ha sabido conjugar el flamenco tradicional con la música actual. Otra cosa es que la escuche todos los días, que no; pero no quita que reconozca que es una crac.
¿Cuánto dificulta su trabajo este contexto que obliga a tener que petarlo con un tema?
El rocanrol nunca ha sido música comercial. Siempre ha estado relegado al underground, un submundo con una cultura muy fuerte a nivel mundial. Cuando Nirvana pegó el pelotazo en 1992, se dieron cuenta de que podía ser un negocio interesante y montones de grupos de rock empezaron a ocupar las listas comerciales. Ahí estuvimos nosotros [Los Planetas]. Fichamos por Sony. Apostaron por este tipo de música porque veían que tenía un público. Poco a poco, ha ido degenerando.
Lo latino ha ocupado ese espacio que tenía el rock y el rock ha vuelto no al ostracismo, pero sí al underground. En los festivales de ahora ves sobre todo bandas de rock y pop-rock de España, aunque están empezando a meter más urbana. Es algo que ya he vivido. Cuando hace 20 años estábamos en el underground absoluto no existía ningún festival. No había circuitos. Solo podíamos tocar en fiestas de pueblos y alguna que otra sala.
Con el paso del 'imperio' de los vinilos y cedés al de la plataforma, ¿los artistas salen ganando o perdiendo?
Siempre salimos perdiendo. Las plataformas viven del contenido musical que hace el artista, que soporta todos los costes. Una vez tienes hecho el tema, lo subes. Y de cada canción, la plataforma te da una miseria. Si fuera por mi, quitaría todas mis canciones de las plataformas. Es un negocio que no me renta nada.
Lo que genera económicamente se lo llevan las grandes compañías que llevan los catálogos. El artista se lleva una ínfima parte, ridícula te diría. A menos que seas Rosalía o alguien muy potente, que tiene millones de reproducciones, que entonces sí. Si no, nada. Lo único que te ofrecen es promoción. Estoy muy en contra porque no lo veo justo. No se reparten nada bien esos derechos. Pagan muy poco a los músicos.
Sin embargo, desde fuera, la sensación si escuchas mucho a un artista, le tiene que estar repercutiendo, para bien.
Ellos se llevan millones. Si los artistas nos uniéramos y tuviéramos una conciencia más colectiva de lo que está pasando, de que los que ponemos los contenidos nos llevamos muy poco; y revirtiéramos eso un poco... Antiguamente, ni la radio ni las televisiones pagaban royalties por poner la música de los artistas. Pero entre los 80 y 90 se pusieron de acuerdo y al final lograron que se pagaran. Si aunáramos esa fuerza, quitando todo nuestro catálogo de ahí por ejemplo, otro gallo cantaría. Se acabaría el negocio o tendrían que negociar de otra manera.
¿Es una utopía?
Lo de la televisión y la radio lo era, y se logró. Hay que luchar. Que los propios artistas creen una plataforma en la que los costes de esa plataformas se paguen con un porcentaje destinado a eso, pero que lo que se genera de ahí se reparta equitativamente para todo el mundo. Solo pido un reparto equitativo justo, no lo que hay ahora.
Además, el cambio se ha dado en muy poco tiempo.
Nos han vendido la milonga de que si no estás ahí, no eres nadie. Que puede que tengan razón, porque el modo de escuchar música es a través de plataformas. La gente que va a comprar discos es muy minoritaria. La gente a la que le gusta la música comercial no es una gente que gaste dinero en música. En todo caso conciertos, festivales y poco más.
La música comercial está hecha para que la escuches, te guste, y sea escuchada de forma muy inmediata porque dentro de nada va a haber otro hit, que sustituya al tuyo, lo supere en visitas...
¿En qué punto deja esto a quienes hacen música comercial?
La música comercial tiene millones de escuchas. Ahí sí que ganan pasta. Lo que pasa es que esos artistas son muy pocos. Bad Bunny gana muchísimo dinero porque tiene muchísimos millones de escuchas. Esa es una puerta de poder para negociar tus contratos y tus condiciones de Spotify. Entonces sí tienes poder. Pero la gran mayoría que nutre los catálogos de las plataformas son gente normal que no tiene tantas visitas. Esos son los que pierden. Yo apoyo a esa gente porque pertenecen a la cultura musical del momento que vivimos y eso tiene un valor.
¿Qué opina sobre la imposición a los artistas de tener que posicionarse políticamente?
En mi caso, espero no llegar al punto en el que me tenga que posicionar porque me lo exija la gente o porque si no lo hago, esté dando a entender que soy de una u otra manera de pensar. Me parece injusto. Y al que va con la palabra "soy un demócrata" y que me señale porque de pronto yo me posicione le diría: "Háztelo mirar". En la música puede pasar de todo. Cada persona, grupo y compositor tiene libertad para utilizarla como llamada de atención y crítica, que se puede hacer de muchas formas, muy sibilina o muy explícita. Para eso están los punkis, que son los más explícitos. Pero hay otra forma de decir lo mismo, como Berlanga con la censura de los 60, que hacía películas críticas pero parecían de humor. Me interesa más ese punto.
La música y el arte siempre tienen que tener espíritu crítico. Esa función es vital porque el arte reside en la verdad absoluta, en la belleza absoluta. Lo que se salga de ahí es manipular. Una función del artista es ser ese punto de anárquico porque dice la verdad y señala a todos. No a una parte, a todos. Eso es lo interesante, ese trascender, pero hacia todo. No a lo que me interesa, porque si no el discurso que estás queriendo ofrecer está viciado por como tú piensas. Que me parece perfecto, pero yo no te lo compro. Prefiero al artista íntegro, crítico. Que la gente joven que lo escuche sienta que sí que le está contando la verdad, no la televisión.
En Un buenísimo plan defiende: “El tiempo es nuestro”. ¿Hay margen para que realmente lo sea? Da la sensación de que hemos perdido el control sobre él.
Vivimos en una sociedad en la que los tiempos están ya marcados. Tienes que levantarte, trabajar, recoger a los niños si tienes hijos, comer… Y así todos los días. La monotonía es inevitable. Hay mucha gente que sin ella no sabe qué hacer. Se aburre en vacaciones. Están acostumbrados a ella y luego no saben disfrutar de su tiempo libre. Se agobian, se ponen nerviosos. La canción habla sobre que el tiempo es nuestro, pero implica romper con muchas cosas. Decir “voy a hacer lo que yo quiera” es muy duro. Es una forma muy aventurera y valiente de tomar decisiones. Hay cierta rutina que no diriges tu vida, te la dirigen; y eso es agotador a veces.
La última canción del disco tiene el silencio como protagonista, ¿es la noche el único momento del día en el que lo experimentamos?
La noche, cuando estás en casa y vas a relajarte, llega ese momento de silencio en el que tú mismo empiezas a interiorizar las preguntas que te has hecho a lo largo del día. Es un momento de sugestión personal que a veces no te deja dormir. Y dices: “Tengo que parar”. Quise reflejar cómo el silencio está ahí como si fuera un compañero que te perseguirá toda la vida, para lo bueno y para lo malo. Muy poca gente valora el silencio. Fue la última canción que hice y que grabamos; y tenía que ser la última.