El autor confiesa que su modo de trabajo tiene mucho de impulsivo, sobre todo en el momento de decidir cuál va a ser el próximo proyecto. “Cuando comencé a trabajar con Reservoir Books, tenía la sensación de que en algún momento aquello se acabaría; siempre crucé los dedos para que funcionara”, afirma González. Esta incertidumbre motivó que prefiriera que sus libros fueran independientes, pero el éxito de The Black Holes le dio seguridad para cambiar un tanto de estrategia: “Con Grito nocturno, perdí el miedo a ir dejando pistas para el siguiente. De hecho, hay una secuencia con el mismo pájaro azul que luego aparece en El pájaro y la serpiente, y la misma paleta de colores”.
Para las personas que se acercan por primera vez a la obra de Borja González, seguramente lo más llamativo es la ausencia de rostros. “Es verdad que nunca dibujo caras. Sin embargo, en mi último libro sí que aparecen en ciertos momentos, pero siempre intento esconder una parte de las cosas”, cuenta el dibujante. “Por ejemplo, te enseño un ojo pero te escondo el resto de la cara de un personaje. O aparecen máscaras venecianas terroríficas, o calaveras… Yo no le doy mucha importancia a este tipo de cosas, y no tienen por qué tener un significado real, solo son herramientas para generar emociones. Muchas veces es como un juego”, dice. La puesta en escena y la elección de planos es igualmente importante para un autor que reconoce como una de sus principales influencias el cine. “Me obsesionan desde siempre ciertas cosas formales del cine, descubrir los motivos de algunas decisiones. Por ejemplo, me hace gracia que los planos de Roman Polanski solían estar ligeramente contrapicados, y cuando lo explicaba, era algo tan sencillo como que él era muy bajito y ve así a la gente, un poco por encima”, explica. Borja González le da una gran importancia a la puesta en escena, algo en lo que también le inspira el cine. “Me gustan mucho Ingmar Bergman o David Lynch, directores que cuidan mucho su escenografía, el punto exacto donde tiene que estar cada personaje y cada elemento, pero también me interesa el cine italiano de los 70, los thriller, el terror y el giallo… Todo tenía este rollo casi surrealista en la elección de planos, hay un punto en el que se vuelven muy barrocos en la dirección, y eso me interesa mucho”, comenta.
Las atmósferas y los espacios, en consecuencia, son uno de los aspectos más cuidados en sus cómics. “Necesito que exista siempre esa atmósfera opresiva. Ese tipo de cosas, que disfruto mucho construyendo, quería que estuvieran más presentes aún en El pájaro y la serpiente, porque aquí tenemos una historia más visceral y agresiva y sabía que si me mantenía con los planos generales más neutros no iba a generar suficiente violencia”, asegura. Y añade: “Se trata de una búsqueda de una mirada concreta, con la que ser capaz de contar lo que quiero”.
El pájaro y la serpiente
En su libro más reciente, el dibujante abandona la ambientación noventera de Grito nocturno o The Black Holes y regresa a los ambientes medievales, en este caso muy cercanos al folk horror y al terror clásico: “Hay una película básica para entender el género —explica González— muy inspirada en La rama dorada de James Fraser, The Eye of the Devil (1966), con Sharon Tate, que trata de una familia aristocrática en un pueblo perdido de Gales, en el que cada cien años debe sacrificarse uno de sus miembros. Me flipa de esta película que por el pueblo pululan dos hermanos que claramente no pertenecen a esa época, con un aire feérico. Eso, como el rollo aristocrático decadente, tan propio también de las películas de la Hammer, me fascina, y fue el principal motor para El pájaro y la serpiente. Esa sensación ominosa de que todo va a acabar mal”.
Como en las anteriores obras, en El pájaro y la serpiente la narración está dominada por personajes femeninos, ya que los hombres del castillo se encuentran ausentes, embarcados en una cacería ritual. “Siempre me expreso a través de personajes femeninos, pero no me planteo cómo hablaría una chica de tal edad en tal época: simplemente escribo como hablo yo. No me coarta y me resulta muy fluido escribir estos personajes”, comenta González. Sin embargo, en esta ocasión, la necesidad de establecer lazos de parentesco entre los personajes le supuso una dificultad: “En esta historia necesitaba crear personajes secundarios, y unas relaciones de parentesco más o menos realistas; tenía que haber una madre, una tía, que hablaran como tales… Tenía que generar una distancia que yo no suelo mantener. Ha sido un libro difícil de escribir, y quizás por eso tenga menos diálogos”.
La combinación de temáticas, escenas y ambientes se siente como el clímax de esta trilogía atípica, ya que se trata de un libro que reúne todo lo que más le gusta al dibujante: “Chicas vestidas de época, castillos, bosques…”. “Hubo un momento en el que estuve a punto de meter la pata”, reconoce. “Tuve la tentación de irme a un estilo más exuberante y barroco, a lo Barry Windsor Smith o los prerrafaelitas, por disfrute personal. Podría haber hecho algo espectacular pero, al final, fui consciente de que eso no iba a funcionar bien. Con el color me pasó algo parecido: al principio pensé en meter más luces y matices, pero en este caso fue Mayte [Alvarado] la que me dijo que no lo hiciera”, recuerda.
Un cómic, como Borja González asegura, tiene que funcionar “a otro nivel”, y todo debe estar al servicio de lo que se está contando. “Si quiero ser virtuoso, puedo hacer una serie de ilustraciones”, explica. “Pero en un cómic lo más importante es no romper el ritmo. Esta es la clave. Lo primero que hago cuando planifico una escena es situar las viñetas en la página para ver qué ritmo marcan. Luego, sitúo a los personajes, y veo qué fluidez necesitan los diálogos, que disperso bastante: rara vez hay más de dos globos en la misma viñeta, y muchas veces hay una pregunta en una y la respuesta en la siguiente”, detalla el autor de El pájaro y la serpiente.
Acostumbrado a la vida tranquila y al trabajo solitario, Borja González reconoce que las últimas semanas han sido frenéticas. “Yo estaba mentalizado para dedicar varias semanas a la promoción de El pájaro y la serpiente”, comenta. “Pero cuando gané el Premio Nacional, esa promoción se multiplicaba… y yo, en realidad, ahora tendría que estar pensando en el siguiente libro”, dice. El dibujante es consciente de que la profesión que desempeña tiende a convivir con la precariedad —“Yo tengo que generar dinero, no puedo parar de trabajar”, dice—, pero la dotación económica del Premio Nacional (30.000 euros) supone un respiro. “Al final, pensé: ‘acabas de ganar un premio de 30.000: para un mes y disfrútalo’. Eché la vista atrás y me di cuenta de que llevo años sin parar”. El autor reconoce encontrarse “en un huracán”, con la inminente reedición de sus anteriores libros —incluyendo La reina orquídea, agotado desde hace tiempo—, la novedad de El pájaro y la serpiente, el próximo cómic en el que ya está trabajando y hasta un fanzine colaborativo con Mayte Alvarado. Todo eso le hace reflexionar. “Me siento afortunado, no me puedo quejar, pero en el mundo del cómic a veces perdemos la perspectiva sobre lo que hacemos. Cualquiera que haga un cómic, aunque sea un fanzine, es autor. Y puede ser el mejor de España. Pero, para mí, un profesional del cómic es quien se dedica a ello y sus ingresos provienen de ahí. En España hay casos contados”, lamenta.
Para terminar, preguntamos a Borja González por esa nueva obra que ya está realizando. Aunque piensa que no habrá grandes sorpresas para los lectores, anticipa que en esta ocasión no volverá a Teresa y el resto de sus personajes. “Necesito, por metodología de trabajo, que los personajes ya no se llamen igual”, detalla. Por otra parte, el autor también tiene la intención de volver a un tono más juvenil: “Tras dos libros muy oscuros y pesimistas, quiero recuperar esa parte que creo que se ha ido perdiendo de ilusión adolescente. Quiero divertirme, volver al humor, jugar con la fantasía sin coartadas”.