Iribarne es al mismo tiempo un biopic del político gallego y una revisión de la historia de la Transición española que se convierte en una exhumación sin remilgos, frontal, y en donde el público, a quien se llama “el pueblo”, es interpelado constantemente. La obra está dividida en tres partes. La primera recorre desde la infancia del gallego hasta su llegada a ministro de Información y Turismo con Franco en 1962 y su mandato hasta 1969. En la segunda, vemos a Fraga desde que deja de ser ministro hasta que se erige como jefe de la oposición en las elecciones de 1982 tras la caída de Adolfo Suárez. En la tercera, la obra se centrará en Galicia y el mandato de Fraga como presidente de la Xunta desde 1990 hasta 2005.
“La primera parte la llamamos de 'chapa y pintura', vemos cómo Fraga intenta reformar sin que nada cambie. A nivel de dramaturgia tratamos esta parte con un código teatral más antiguo, más convencional”, explica a este diario la autora, que también está en escena actuando como una especie de narradora llamada Corifea. “En las otras dos partes se van introduciendo códigos más contemporáneos para acabar en la etapa de Fraga en Galicia, que yo llamo la del Imperio, en la que se trabaja en una especie de Ubú Rey (la conocida obra de Alfred Jarry) donde yo paso a interpretar a Fraga”, dice la autora, conocida por su anterior montaje en el CDN, Supernormales, ahora de gira, y por un espectáculo que se podrá ver en el Teatro Fernando Fernán Gómez de Madrid en noviembre, Lo único que verdaderamente quise toda la vida es ser delgada.
La primera parte de la obra es fulgurante, coral, todos los actores interpretan a Fraga. Rápidamente dejamos la infancia y lo vemos ya en el Ministerio, como la nueva figura del reformismo franquista. Un ritmo trepidante en el que vemos al político que promulgó la Ley de Prensa en el 66 y la Ley de Secretos Oficiales del 68, ideadas por él, la represión de la huelga de Asturias en el 62, las sentencias a muerte de Julián Grimau (“ese caballerete”, diría de él Fraga), Francisco Granado y Joaquín Delgado en el 63 o el asesinato de Enrique Ruano Casanova en la Puerta del Sol en el 69. Vemos cómo Fraga va acometiendo esa doble labor, la de tapar un régimen duro y asesino al mismo tiempo que comienza a realizar estrategias de propaganda para dar la imagen de aperturismo que quería el régimen. Llegan el “Spain is different” y el turismo, o las operaciones en Eurovisión para impulsar triunfos como el de Massiel o Salomé.
Pero después de la citada muerte de Franco, ese ritmo frenético de escenas se convierte en una sátira feroz donde Carrodeguas comenzará interpelando a la platea: “Un dictador fascista se muere y nos callamos, lo honramos (como pueblo), silencio (…) ¿Es el episodio más cobarde de la historia de España? ¿El más vergonzoso de la historia de España? Lo enterramos en el Valle de los Caídos, ¿en serio? ¿nadie va a decir nada? Silencio”. A partir de ahí, veremos a Adolfo Suárez representado como el perrito faldero del rey, a Arias Navarro con un cuchillo de carnicero o a la primera versión de Alianza Popular, en1977, con esos tildados siete magníficos (Cruz Martínez Esteruelas, Federico Silva Muñoz, Laureano López Rodó, Enrique Thomas de Carranza, Gonzalo Fernández de la Mora, Licinio de la Fuente y el propio Fraga) engullir una mariscada como si fuera España.
No se salva ni la imagen de Dolores Ibárruri y Rafael Alberti en el Congreso de los Diputados, tratada como campaña de imagen, ni la postura de Santiago Carrillo y el Partido Comunista al aceptar la monarquía, la bandera y la unidad de España. Momento, este último, que se representa con Carmen Díez de Rivera, más conocida como Mari Carmen y sus Muñecos, donde Adolfo Suárez es su muñeco. En este caso más el Rockefeller de José Luis Moreno que Doña Rogelia. Dice el muñeco: “¿Carrillo se va a hacer puto monárquico? (...) Joder, Carmen, eres una puta crack”. Llegarán las elecciones y veremos a un Felipe González maquiavélico transar y aceptar al mismo tiempo que una de las actrices encarna a la bandera española y amenaza en quemarse a lo bonzo porque la izquierda no la quiere.
Otro de los momentos más crudos sobre este periodo es la Ley de Amnistía de 1977. Otra vez Carrodeguas interpela a la platea: “Silencio, entra el rey porque vamos a firmar el SILENCIO, le llamaremos AMINISTÍA, a partir de ahora tenéis que olvidar toda la obra anterior (…) la has pedido tú, la has aceptado en referéndum, ahora olvida, es lo mejor para todos, por el bien común”. Al preguntar a la autora por el posicionamiento político de la pieza, argumenta que el relato de la Transición “quizá fuera necesario, pero personalmente, a nivel vital, no estoy de acuerdo con ese 'es lo que se podía hacer', creo más en lo que hay que hacer, en lo que queremos hacer. Y si bien no viví la Transición, nací en 1979, cuando miro atrás me da pena y rabia que no se hiciera hasta donde se quería”.
Al preguntarle por la crudeza con la que se tratan los hechos históricos y las figuras políticas, la autora razona que “es mucho más gráfico poner a Adolfo Suárez como un perro correteando en los bajos del rey que simplemente decir que Adolfo Suárez era un perro lameculos. Esto es teatro y cuando ves a Suárez así representado por un actor de carne y hueso es más potente, más irreverente”, explica para luego afirmar que “si vas a dar un martillazo, si lo das suave no es un martillazo”.
La obra deja pocos huecos para quien no esté cerca del pensamiento político que se esgrime durante todo el montaje. Fraga, al final, queda lejos, desdibujado, y reina en escena una autopsia de una sociedad que no quiso cambiar, que aceptó “pulpo”, es decir, continuación del régimen franquista, como “animal de compañía”, es decir, como democracia. La metáfora se utiliza varias veces en la obra.
Cuando este diario le pregunta por los resquicios que el montaje deja para encontrar al otro, al que piensa diferente, Carrodeguas argumenta que no ha tomado un solo punto de vista. “He hecho un esfuerzo bastante alto por empatizar con mi protagonista, es más, lo entiendo, comprendo sus razones. Pero el proyecto es un proyecto claramente antifascista y antifranquista. No hay espacio para espectadores que no tengan ese pensamiento”, razona para luego afirmar que en la Transición nunca se hizo el esfuerzo por “construir una España antifranquista y antifascista y la obra reivindica eso mismo”, concluye.
“Puede haber gente que se sienta atacada por mis discursos, pero es que yo me siento atacada por otros. Cada día oigo cosas que me enervan. Hay un teatro que me enerva profundamente, por eso no voy a verlo. Quizá esa gente no debería venir a ver esta obra”, argumenta la autora para concluir que ella cada vez que pone la televisión le enervan los programas y las series que ve, “así que, que se enerven otros un rato". "La ideología más rancia, al ser más convencional, parece que la aceptamos mejor. Pero cuando lo que no es tan conservador entra en juego nos parece más extremo. A mí lo extremo me parece lo otro”, concluye.
La última parte de este montaje que dura tres horas está dedicada a Galicia, donde hace más de dos años comenzó el proceso de creación. La obra la dirige su compañero Xavier Castiñeira. La protagonizan Xurxo Cortázar, Jorge de Arcos, Mónica García (de la compañía Chevere), Anxo Outumuro, Lidia Veiga y la propia autora. Todo el elenco es gallego en esta obra coproducida por el CDN, la compañía de Carrodeguas, ButacaZero y la Mostra de Teatro de Ribadavia. Un elenco en el que también destaca el espacio sonoro y las creaciones musicales que se coreografían a todo trapo de Berto (conocido por ser miembro del grupo gallego Verto). Uno de los temas de la obra, Who the f*ck is Iribarne?, es todo un hit en redes, incluso la gente se refiere a la obra cambiándole el más aséptico título de Iribarne por el de la canción.
En esta última parte Carrodeguas pasa a interpretar al emperador y se nos relata cómo Fraga muta, se vuelve federalista de pro y lo que haga falta para conseguir consecutivas mayorías absolutas. Todo en un sistema en el que reina entre gaiteradas descomunales en la plaza del Obradoiro y construcciones faraónicas como la Cidade da Cultura de Galicia que costó más de 400 millones de euros y hoy vive infrautilizada. Vemos cómo el político es capaz de seguir afilando ese sistema que comenzó a aplicar como ministro de Franco y se apropia de símbolos en un proceso de disolución de la verdad donde cabe visitar Cuba, fotografiarse con Castro, abogar por el bilingüismo armónico o apropiarse de figuras como Alfonso Rodríguez Castelao, padre del nacionalismo gallego, diputado en Cortes de la República española y parte del Gobierno de la República en el exilio. Entre medias, llegará el desastre del Prestige, que lo sacará en 2005 del poder.
La voz de la autora y la de Fraga se van confundiendo en esta última parte. Tesis y personaje se superponen. En un momento dice Fraga/Carrodeguas: “Galicia es un pueblo con una raíz extrema, pero no es un pueblo que pueda tener un fuerte sentimiento independentista: un pueblo que se cree pobre (…) jamás se va a querer independizar (…) de quien cree que le da de comer”, para luego afirmar: “Ay, Galicia, tierra de caciques y contrabandistas (como todas las tierras pobres). En tierra de pobres se adora al que tiene, se calla porque conviene y se presume de 'Eu voto ao Cacique', si estás al lado del cacique algo siempre rascas”. Una visión dura. El montaje después de Madrid hará una larga gira por Galicia el año que viene. Se están ultimando fechas. Al preguntarle sobre si esta visión está extendida en Galicia, la autora lo tiene claro: “La tesis que planteo no está en absoluto extendida y dudo que siente bien”.
Al final, veremos a Fraga Iribarne solo, arrastrando sus más de ochenta años en el Senado. “Aznar me debía muchos favores”, dice el personaje en la obra, donde también se escucha que se le buscó un lugar donde no se pudiera encausarle. Los senadores son inviolables, dice la autora en boca de la nieta del propio Fraga, que afirma: “Nadie de todos los que le tenían ganas (que eran muchos, sobre todo en Euskadi) podía sentarlo en el banquillo mientras estuviese en el Senado”.
En definitiva, Iribarne es un teatro que se debate entre la confrontación con lo heredado y la reivindicación de otro relato, pero que corre el riesgo de solo poder entablar conversación con los ya convencidos. Una obra larga, con mucha doctrina, un elenco entregado y uso frenético de la sátira que ya está agotando las entradas.