Consciente de las múltiples ramificaciones del tema tanto como de su extrema gravedad, el autor acaba de publicar en España un nuevo trabajo, La oscura huella digital, también de la mano de Errata Naturae y traducido por Elena Pérez San Miguel, motivado por la importancia del cambio climático, tal y como afirma en la entrevista concedida a este periódico: “Cuando te das cuenta de la envergadura del reto al que nos enfrentamos y de las dificultades con las que tendremos que vérnoslas, es difícil olvidar esa preocupación”.
En este libro, Squarzoni profundiza en el impacto medioambiental de las tecnologías digitales, internet y los diferentes dispositivos que usamos, atendiendo especialmente a las acciones de las denominadas GAFAM: Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft. El autor no desliga el discurso ideológico del económico, consciente de que las soluciones deben ser políticas. “Creo que los gobiernos tienen que desempeñar un papel regulador muy importante. Pero es complicado. De momento, los gobiernos les han requerido algo de calderilla a las multinacionales de las nuevas tecnologías. Porque, en cierto modo, es lo más fácil de hacer. Devolver unos cuantos millones de dólares cuando están obteniendo miles de millones de beneficios es incluso una buena publicidad para estas empresas”, asegura Squarzoni.
El autor apunta a un modelo de negocio basado en el libre acceso de los usuarios, con el fin de recabar información sobre sus hábitos de consumo que luego puedan rentabilizarse mediante la publicidad. “Es una lógica profundamente consumista —explica— porque cuanto más tiempo pasas en Internet, más rastros dejas que pueden utilizarse para segmentarte. Y más probabilidades tienes de recibir una publicidad dirigida que se convierta en una acción de consumo. Así que, tanto en términos de uso digital como de lógica de consumo, lo que subyace a esta nueva economía es lo de siempre: puro capitalismo depredador. En otras palabras, exactamente lo contrario de la sobriedad que necesitamos para mitigar los efectos de la crisis climática”.
Estos son los datos que Squarzoni recoge en su ensayo gráfico: las tecnologías digitales acaparan ya el 10% de la producción mundial de electricidad, y liberan el 4% de las emisiones totales de CO2. Embarcados en una carrera irreflexiva por conseguir cada vez más velocidad de streaming y conectar a internet hasta los objetos cotidianos más sencillos, el problema, dice Squarzoni, es que se ha instaurado el mito de que la tecnología digital es “verde”. Mucha gente tiene la impresión de que la información almacenada en 'la nube' no ocupa lugar, pero nada más lejos: existen ya miles de gigantescas centrales de datos por todo el mundo. “Lo primero que hay que hacer es desmontar ese mito”, propone el autor. “Tenemos que demostrar que la nube significa cada vez más máquinas, equipos, cables, ancho de banda, terminales, etc. Esta materialidad del mundo digital, la cara oculta del iceberg, es inmensa y crece a un ritmo extraordinario”.
El ensayo de Squarzoni pone el foco en una paradoja: nunca ha estado tan presente en el debate público la emergencia climática, pero jamás se ha producido y consumido tanta tecnología. Un ejemplo: según el autor, la media de teléfonos móviles que tiene un joven francés antes de cumplir los 18 años es de cinco dispositivos. La obsolescencia programada, pero también las inercias consumistas, nos llevan a comprar y producir cada vez más aparatos tecnológicos, con el consecuente impacto medioambiental. “Esta contradicción está en el corazón del problema ecológico”, señala el dibujante. “La cuestión es tan grave y tan difícil de resolver porque existe una profunda contradicción entre nuestro estilo de vida y lo que el planeta puede soportar en términos de perturbación. Como sociedad, emitimos gases de efecto invernadero por todos los poros de nuestra piel colectiva. Todo lo que hacemos para consumir, viajar, disfrutar de nuestra vida cotidiana e incluso alimentarnos contribuye al problema”.
Así, el autor de La oscura huella digital no elude la responsabilidad individual: “Todo el mundo puede tener un pequeño margen de maniobra, tan solo con echar un vistazo crítico a su propia relación con la tecnología digital”. Pero, al mismo tiempo, tiene claro que los estados deben actuar ya. “Las verdaderas soluciones vendrán (o no…) de la regulación estatal, que podría sacarnos, si hubiera voluntad real, de esta imposible disyuntiva individual entre nuestras preocupaciones y nuestros usos cotidianos”.
Squarzoni es moderadamente optimista en las conclusiones de su ensayo, y aboga por soluciones razonables, alejadas del catastrofismo. Sin embargo, también es consciente de que el tiempo se acaba y que, de seguir así, el planeta sufrirá daños irreversibles. “El tiempo apremia y solo estamos abordando los problemas más sencillos: la primera capa de emisiones que hay que reducir. Los menos dolorosos. Pero tenemos que cambiar de marcha, y rápido, porque la ventana de oportunidad para reducir nuestras emisiones se está cerrando”. Sin embargo, para el autor hay otra cuestión fundamental. “Los cambios que hay que hacer deben debatirse y elegirse democráticamente. Sin prisa y sin pausa. Porque eso es lo que intentamos salvar: formas imperfectas, pero democráticas, de organización colectiva. Si las abandonamos para salvarnos, habremos fracasado igualmente”, concluye.