La cuestión es que, comparada con un corto que también llegó hace poco al streaming, Érase una vez un estudio, no había grandes diferencias en cuanto al pobre aparato formal y la lógica escaparatista de encadenar guiños en pantalla a la larga trayectoria de la Casa del Ratón. Esos guiños reaparecen en Wish: El poder de los deseos, la película que —esta sí de verdad—, ha sido concebida para celebrar los 100 años que han transcurrido desde que Walt Disney y su hermano Roy fundaran la empresa allá por 1923. Peter Del Vecho, productor, justifica estos guiños. “Desde el principio quisimos que fuera una historia original, eso era importante. Algunos de los guiños encajaron de forma natural en la narración pero, una vez sentadas las bases, pudimos divertirnos añadiendo otros guiños al pasado”.
Chris Buck, director de Wish junto a Fawn Veerasunthorn, justifica así la decisión de que los créditos finales del filme incluyan dibujos pertenecientes a los 59 clásicos Disney anteriores. “Así podrás ver los 100 años de animación de Disney, con sus diferentes estilos”. No obstante, el parentesco más notable de Wish con la memoria de la compañía se ubica en el mismo argumento. “Una constante en varias de nuestras películas es tener personajes que le piden deseos a las estrellas, y esa fue nuestra principal guía”, asegura refiriéndose a Tiana y el sapo o por supuesto Pinocho, cuya canción When You Wish Upon a Star ha servido habitualmente de melodía para presentar el logo al inicio de cada nuevo clásico Disney.
When You Wish Upon a Star también suena en Wish, meses después de que Disney+ volviera a ser el depósito privilegiado para el desembarco de una obra de carácter historicista: el remake en acción real de la propia Pinocho, a cargo de Robert Zemeckis. Otra película horrenda, impropia del prestigio del estudio al igual que Chip y Chop, sobre la que Disney ha querido correr un tupido velo para centrarse en Wish y asegurar con firmeza desesperada que esta es la película-celebración definitiva. “Sentimos que Walt nos susurraba al oído que esta película debía tratar sobre los deseos”, insiste Buck.
“Para esta película hemos querido inspirarnos en el mismo estilo artístico que inspiró a Walt”, revela la directora Veerasunthorn. “Con lo que volvimos a esas hermosas ilustraciones de acuarela, propias de libro de cuentos”. Wish tiene, en efecto, un aspecto distintivo frente a películas recientes de Walt Disney Animation. “Pero en lugar de hacer exactamente lo que se hizo en el pasado, ahora podemos emplear una tecnología capaz de introducir al público en ese mundo. Así que quisimos honrar nuestro legado mientras mirábamos al futuro”.
Veerasunthorn razona así el rasgo más llamativo de Wish: esa mezcla de animación 2D y 3D, que parece surgir a horcajadas de una fiebre contemporánea en la animación estadounidense por ajustarse a la hibridación. Es lo que trajo consigo Spider-Man: Un nuevo universo y suele conocerse como animación NPR (Non Photorrealistic Rendering), aunque no hay que olvidar que fue la misma Disney la que contribuyó a popularizar la técnica con su corto ganador del Oscar en 2012, Paperman. Un año antes, la Casa del Ratón había estrenado el que sería hasta la fecha su último largometraje de animación tradicional, Winnie the Pooh.
Desde entonces los dibujos 2D solo han reaparecido dentro de un largometraje de Disney para un segmento concreto de El regreso de Mary Poppins, y ni están ni se les espera en Wish. Del Vecho sostiene, a pesar de todo, que “el 2D sigue muy vivo en el estudio" y "claramente" les influyó en Wish. “Esta película toma lo mejor de la animación dibujada a mano, sin dejar de ser enteramente CGI. Lo que queríamos era desarrollar un aspecto y un estilo que recordara a las películas clásicas”, añade. Por otra parte, está el hecho de que originalmente Wish sí iba a ser un largometraje de animación tradicional, justificado por su carácter de homenaje, pero ya iniciada la producción los responsables cambiaron de idea y optaron por la mezcla.
El aspecto visual de Wish evidencia este volantazo. La animación en tres dimensiones que hoy por hoy aún es norma en la industria estadounidense tiene preeminencia, así como el característico diseño de personajes que esta trajo según Disney se introdujo en dicho campo (particularmente entre Enredados y Frozen). Como este no ha cambiado, ni ha habido un pensamiento aglutinante desde el principio, el NPR termina antojándose más bien como un maquillaje, que en el mejor de los casos pasa desapercibido o, en el peor, inyecta una molesta sensación 'filtro de Instagram' a la expresividad de los rostros.
A ese nivel, Wish es el alumno menos convincente de una escuela que verdaderamente—y dejando de lado los abusos laborales— está siendo muy beneficiosa para el medio en términos creativos, y palidece frente a la contundencia de la reciente Ninja Turtles o El gato con botas: El último deseo. Esta última tiene un vínculo nítido con Wish, pues partía igualmente de las ilustraciones de libro de cuentos. La diferencia es que aquí se actualizaba el diseño de los personajes de Shrek para corresponder a la decisión, algo que Wish no hace por preferir un regreso a coordenadas más cosméticas que finalmente determinantes.
Es lo que nos lleva a la publicitada relación de aspecto de Wish. El 2:55:1, un rutilante formato panorámico que Disney no empleaba desde La bella durmiente en 1959. Título a cuya ambientación medieval también pretende recordar Wish. “La bella durmiente fue la gran influencia, claro”, confirma Veerasunthorn. “Este formato es ideal para una experiencia en el cine, y desarrollamos la película específicamente para esta relación de aspecto. Queríamos resaltar la belleza de cada plano, cada diseño y cada textura, asegurándonos de que la composición sirviera a la experiencia”. Son planos efectivamente amplios e inmersivos pero, ¿sirven de algo cuando lo que encuadran no es tan estimulante como se pretende?
Wish nos sitúa en un reino imaginario, Rosas, inspirado levemente en la península ibérica. El Rey Magnífico gobierna a la población mediante un enrevesado sistema de deseos cumplidos o por cumplir: un sistema que la joven Asha descubre como amañado y se rebela contra él. Según aparece una estrella que puede conceder deseos de forma mucho más anárquica que el malvado Magnífico, Wish da paso a un desfile de animales parlantes que cantan, hacen chistes y en general ponen cuerpo a la mayor parte de los guiños a la tradición Disney.
Entre ellos destaca la cabra Valentino, cuya irregular comicidad da cuenta del encorsetamiento en el que parece que Wish se ha querido meter voluntariamente. Los lugares comunes son pues una constante en la película de Buck y Veerasunthorn, y subrayan lo derivativo de un conjunto a mucha distancia de la excelencia de recientes producciones de Disney como Encanto, Raya y el último dragón o Frozen 2. Lo que no quiere decir que la película carezca de puntos de interés o eficacia, garantizada por las oportunas actualizaciones de la fórmula Disney que la factoría ha ido implantando de un tiempo a esta parte.
Asha, de este modo, es una princesa Disney en la senda de Elsa y Anna de Frozen. “Lo que distingue a Asha es que no tiene miedo de ser ella misma”, apunta Veerasunthorn. “Está cómoda en su propia piel y es capaz de cuestionar al rey si ve una injusticia”. Funcionando Asha razonablemente bien como heroína, el gran acierto de Wish reside en su villano: un arrogante Rey Magnífico que bebe de los manierismos de su intérprete original Chris Pine, y viene a enmendar la ausencia de antagonistas de peso en las últimas producciones Disney. “Había ganas de crear a otro gran villano”, admite Buck.
Y, junto a un gran villano, vuelven las “canciones de villano”. El número musical ¿Así me lo agradecéis? es absolutamente memorable, con capacidad de aguantarle la mirada a los soliloquios de Úrsula o Scar (en La sirenita y El rey león) y en sintonía a un aspecto innegable de Wish: su solvencia como musical. El tan añorado Renacimiento de los años 90 en Disney cuajó entre otras cosas por amoldarse a los estilemas del espectáculo Broadway, y películas posteriores han sabido mantener su atractivo con relecturas puntuales, asociadas a las mutaciones propias de la escena neoyorquina. Ahí está la insoslayable presencia de Lin-Manuel Miranda (Hamilton) en las bandas sonoras de Vaiana o Encanto.
Miranda no trabaja en Wish, sin embargo. Es Julia Michaels la compositora principal: alguien que es “muy fan de Disney y creció con todos sus grandes musicales”, apunta Del Vecho. “Pero ella escribe música más contemporánea, con lo que de nuevo era una combinación perfecta: respeto a todas las películas que nos precedieron, pero también mirada al futuro”. La música brilla en Wish, pero al igual que el rey Magnífico queda eclipsada por las deficiencias formales y narrativas de la propuesta, y por la sensación general de que no es tanto que los animales cobren vida como que es el catálogo de Disney+ quien lo hace.
De ahí que, sopesando aciertos y fallos, chispazos de creatividad en medio de inercias corporativas, Wish termine cumpliendo igualmente su propósito de representar los 100 años de Disney, y ofrezca una imagen compacta de lo que es hoy por hoy la compañía. Podría ser una imagen más bella o más prometedora, pero es la que es.