Ojalá la respuesta fuera “varias”, no solo porque es cierto, sino también porque mostraría una sensibilidad hacia la riqueza lingüística que todavía hoy en día existe en todo el mundo. Sin embargo, muchas veces, por propio desconocimiento, se suele responder que en Francia es el francés; en Chile, el español; y en Japón, el japonés. Sin embargo, todos estos países son multilingües; en ellos, se hablan lenguas que pertenecen a familias diferentes, como el bretón (celta) o el occitano (románica) en Francia; a filos distintos como el rapanui y el aimara en Chile; e incluso lenguas aisladas, de esas de las que no se sabe aún de dónde proceden como el euskara en Francia, el mapudungun en Chile o el ainu en Japón.
Y ahora viene la pregunta de reflexión: ¿por qué se tiende a mencionar solamente una lengua por cada territorio?
Una de las muchas razones que pueden explicar la relación una lengua-un territorio es la de equiparar la existencia de lenguas a la de “lengua-oficial”. Y lo pongo entre comillas y con un guion, como si fuera un compuesto, porque el estatus de oficialidad tiene que ver muy poco con lo que realmente es una lengua, es decir, la manifestación concreta del lenguaje humano.
Una “lengua-oficial” es aquella que se reconoce de manera jurídica como propia de un determinado territorio para su uso general y en contextos administrativos y educativos. Ese estatus jurídico es realmente el único criterio que comparten las diferentes “lenguas-oficiales” repartidas por aquellos territorios donde sus legislaciones contemplan el concepto de oficialidad; noción esta, por cierto, que no solo puede recibir diferentes nombres (lengua nacional) y contemplar diferentes grados (lengua tradicional, lengua propia), sino que puede aplicarse, además de a diferentes tipos de territorios, a organizaciones como, por ejemplo, la Unión Europea o la Unión Africana.
En contra de lo que muchas veces se da por hecho, no existen criterios homogéneos para determinar qué lenguas se pueden convertir en “lengua-oficial” en un determinado lugar: ni el número de hablantes, ni el ser una lengua autóctona, ni la distribución por todo el territorio, ni siquiera el propio hecho de ser una lengua desde el punto de vista filogenético. Como se suele decir, para gustos, los colores, pues en el caso de la oficialidad de las lenguas, para variedad de criterios, los de la “lengua-oficial”.
Pongamos, con sus legislaciones incluidas, algunos contraejemplos a estas características que persisten en el imaginario colectivo. Lenguas minoritarias que son oficiales frente a las mayoritarias: el caso del irlandés en Irlanda (Art. 8.1, Constitución 1937). Lenguas que no son autóctonas, pero son oficiales: fácil, solo hay que escoger cualquier país fuera de Europa donde el inglés, el francés, el portugués, el español… sean lenguas oficiales y se hallarán ejemplos. Respecto a la distribución de una “lengua-oficial” en un territorio, pues hay de todo. Por una parte, casos como el de India, un lugar con más de 750 lenguas donde hay dos lenguas oficiales en todo el país, el hindi en escritura devanagari y el inglés (Ley de lenguas oficiales, 1963), y otras veintidós que lo son en algunos estados como el telugu en Telangana, el marati en Maharashtra, el bengali y el kokborok en Tripura, entre otras. Por otra parte, hay casos como el mirandés en Terra de Miranda en Portugal (Ley 7/99, 29/01/1997), en los que la oficialidad se circunscribe a una comarca.
La misma diversidad se encuentra en el número de “lenguas-oficiales” de los territorios: desde las que tienen solamente una, como el caso de Francia (Art. 2, Constitución 1958) o de Bulgaria (Art. 3 y 36, Constitución 1991), hasta las que reconocen 37 lenguas, como Bolivia (Art. 5, Constitución 2009), pasando por otros casos como el de Zimbabue y sus 16 lenguas oficiales para toda la nación (Art. 6, Constitución 2013).
Y no se vayan todavía, porque aún hay más. Hay casos donde una variedad dialectal es oficial, como el alemán luxemburgués o Lëtzebuergeschen en Luxemburgo (Art. 1, ley 24/02/1984), o donde una lengua criolla, es decir, que procede de una lengua creada por contacto entre culturas (pidgin), pero ya con hablantes nativos, también tiene el estatus de oficialidad. Un ejemplo es el del tok pisin, una lengua criolla melanesia de base inglesa, que junto al hiri motu y al inglés se reconocen como lenguas nacionales en Papúa Nueva Guinea (Art. 2, Constitución 1975), el lugar con mayor diversidad lingüística del mundo con más de 850 lenguas pertenecientes a filos y familias diferentes.
Ahora que tienen esta lista de “no-criterios”, ¿qué opinan de utilizar el concepto de “lengua-oficial” para describir las lenguas que se hablan en un determinado territorio?
Les hago esta pregunta porque a menudo, incluso en círculos de especialistas, parece que solo existen las lenguas con un determinado rango de oficialidad. Miren, por ejemplo, el mapa de España publicado en el Archiletras número 17 a colación de la expresión “Te quiero”. No aparecen otras lenguas y variedades autóctonas como, por ejemplo, el aragonés o el catalán en Aragón, a pesar de estar reconocidas como “lenguas y modalidades lingüísticas propias” en sus respectivos estatutos y leyes (Art. 7, Estatuto de Autonomía de Aragón 2007; Ley 2/2016, 28/01). Ni tampoco se mencionan otras “lenguas-oficiales” como el occitano, en su variedad aranesa, en el Valle de Arán (Art. 6.5, Estatuto de Autonomía de Cataluña, 2007). De hecho, si se dan un paseo por la legislación española, comprobarán que a la hora de establecer qué se considera una “lengua-oficial” hay un poco de todo: lenguas minoritarias, mayoritarias, variedades dialectales, zonas de oficialidad, una o varias en un mismo territorio…
Pero, de nuevo, aún hay más. Y es que, más allá de ese reconocimiento jurídico, la lista de lenguas y variedades que se hablan en España no se acaba en la oficialidad. Estoy pensando, dentro de las autóctonas, en el erromintxela, la fala o el extremeñu, o en la lengua de signos española o la de signos catalana, pero tampoco me olvido de toda la diversidad lingüística alóctona que, al día de hoy, existe en España: chino [wu], bereber [rifeño], árabe [marroquí], wolof, fula, mandinga, soninké, quechua, alemán, francés, rumano, búlgaro...
Y se preguntarán, ¿por qué insisto tanto en mencionar las lenguas? Pues porque detrás de una lengua siempre están los hablantes. Yo tengo la suerte (aunque no olvidemos que es un derecho) de que mis lenguas, el euskara y el español, son oficiales. Por eso, aunque aún hay que sortear las, llamémosles “barbaridades pseudolingüísticas” que todavía circulan por ahí, al menos, “existen”. Pero, ahora pongámonos en el lugar de los hablantes de esas otras “lenguas-no-oficiales”, retomemos esa pregunta de “¿qué lengua se habla en…?” y sintamos su “inexistencia”.
Espero que, tras este ejercicio de empatía lingüística, cuando nos pregunten por las lenguas de un territorio, antes de responder de manera precipitada y de dar por hecho que solo hay una, nos paremos a pensar en sus gentes. Al fin y al cabo, desconocer todas las lenguas de un lugar puede entenderse; sin embargo, olvidarse de sus hablantes y ocultarlos, no.