El propio artista se encargó de confrontarlas, incluso desafiarlas, al poco de comenzar el setlist. “Convirtamos este aquelarre antifascista en una noche que dure años”, propuso, remezclando el título de una canción de Ovidi Montllor. Fue decirlo y empezar posiblemente a cumplirse para los miles que ya estaban de pie en la zona de grada, los que no iban a tardar en levantarse y quienes empezaban a saltar con los primeros compases de un concierto largo. Generoso. Físicamente exigente para Muguruza y su banda, dos horas y media de derroche que el público recogió sudando a juego con los músicos.
Antes de todo ello, la tarde había empezado con “puntualidad revolucionaria”. No lo era, pero podría haber sido un guiño del grupo Tremenda Jauría a aquella máxima de los militantes contra las dictaduras del siglo pasado, cuando no existían los teléfonos móviles. Aquella disciplina de llegar siempre a la hora exacta a una cita clandestina con un camarada para no exponerle a una espera en la que la policía podría sospechar de él y detenerlo. Las teloneras madrileñas de Fermin Muguruza, con una amistad forjada con él desde su versión merengue del tema de Kortatu La línea del frente, no se limitaron a cumplir el trámite. No solo la puntualidad puede ser revolucionaria; también el entusiasmo. Con un buen cargamento de este, Tremenda Jauría calentó a un personal que poco a poco llenaba el que muchos, por edad, llamarán siempre Palacio de los Deportes.
“Aquí hoy se hace historia”, predijeron las Jauría. Como si de impartirla quisiera encargarse la banda de Fermin Muguruza, salió al escenario con la intro de la canción dedicada al pueblo originario chileno Maputxe. Urrun, el primer tema con la presencia del protagonista principal de la noche, siguió las coordenadas didácticas con sus referencias a los bombardeos de Irak y Yugoslavia mientras en pantalla aparecían Iñigo Cabacas, seguidor del Athletic Club muerto en Bilbao por disparos de pelotas de goma de la Ertzaintza, y Aitor Zabaleta, aficionado de la Real Sociedad asesinado por ultraderechistas antes de un partido en el antiguo estadio Vicente Calderón. La sola mención de su nombre en la ciudad, coreado por buena parte de los asistentes, tuvo algo de cicatrizante.
Temas de las etapas de Muguruza en solitario y de Kortatu se sucedieron: Eguraldi lainotsua hiriburuan, Hay algo aquí que va mal, Balazalak, la celebrada La línea del frente, Berlin-Ulrike Meinhof, In-komunikazioa, Desmond Tutu, Newroz, Big Beñat o un A la calle convenientemente hilado con La familia Iskariote. Para entonces, además del apartheid sudafricano y el año nuevo del golpeado pueblo kurdo se había mencionado sobre el escenario a Carlos Palomino, otra joven vida segada por el odio en las calles de Madrid. El recuerdo al hermano de Fermin fallecido en 2019, Iñigo Muguruza, además de en Bizitza zein laburra den, tomó forma de guiño a su papel como cooperante en aquella esperanzada Nicaragua sandinista.
Las caras en las primeras filas parecían satisfechas, pero si alguien echaba en falta un extra de intensidad, iba a tardar poco en recibirla. Es muy probable que, entre los seguidores más hardcore de la trayectoria de Muguruza, el momento central de sus conciertos en esta gira sea el más especial. Todo comienza con el interludio Aiako Txikito, un collage hecho a base de Curtis Mayfield, Steve Cropper y Funkadelic que desemboca en la gran dinamo de la noche, Hiri gerrilaren dantza. Ahí el pabellón se convierte en un gran muelle. Los saltos dan a parar a otros tantos botes con Bidasoa fundamentalista y a la tensión contenida en B.S.O. y soltada después en Itxoiten (dedicada al movimiento feminista), ambos temas emblema de Negu Gorriak.
Begoña Bang-Matu, una de las pioneras de los sonidos jamaicanos en nuestro país con bandas como Malarians, prosiguió el turno de invitados. Y uno de los momentos mágicos de la noche tuvo el sello de Jon Maia. El bertsolari, letrista de conocidas canciones para artistas vascos, decidió innovar y hacer sus versos en castellano esta vez: “somos Angela Davis contra el trumpismo; somos Pepe Mujica ante el abismo”. Entre sus alusiones glosando el Madrid de García Lorca, La Pasionaria o Lucrecia Pérez, hubo sitio para alguna más desenfadada, aunque cargada de significado, como la del futbolista Mikel Labaka vistiendo la camiseta del Rayo Vallecano.
El rush final de un concierto de Muguruza se corresponde con la artillería de quien cuenta con una carrera de cuatro décadas a la espalda. Zu atrapatu arte, con Carlos, vocalista de los mostoleños oi! Non Servium, es solo un ejemplo. Radio Rahim sirve de oportunidad de denunciar la situación en el Congo, Yalah, yalah, Ramallah! la de Palestina y Líbano y El último ska para presentar a una banda que funciona como un reloj vasco, catalán y cubano: los vientos de Jon Elizalde, Aritz Lonbide e Igor Ruiz “Fino”, la trikitixa de Xabi Solano, la guitarra de Lide Hernando, la batería de Gloria Maurel, las percusiones de Gerard “Chalart 58”, la voz de Miryam “Matah” y el bajo de Víctor Navarrete.
La actriz Itziar Ituño, junto a Tremenda Jauría, subidas de nuevo al escenario, cerró la multitudinaria fiesta con Sarri, Sarri. Una canción desenfadada cuyas notas sencillas salían de los altavoces para conformar una simbólica resistencia en el centro de una ciudad a la que en ocasiones Fermin Muguruza se ha referido como el “corazón de la bestia”. Ahora el músico vasco y su público ya cuentan con su particular gran noche madrileña. Así lo demostraban, al encenderse las luces, las caras exhaustas y felices en las puertas de salida a un mundo con peleas necesitadas de banda sonora.