Haga lo que haga, todo lleva un sello que es tan personal como diferente. Ya sea en forma de late show como Los felices veinte como en forma de un cine que no se parece a nada de lo que se hace en España.
Lo demostró con Los cronocrímenes, y así hasta llegar a Colossal, película sobre el machismo tóxico enmascarada en forma de kaiju feminista con Anne Hathaway como protagonista. Ahora estrena su nueva película Daniela Forever, una reflexión sobre el duelo que viaja entre el mundo real y el de los sueños, que están rodados en betacam. Es en esa dualidad en la que se mueve su protagonista, un Henry Golding que toma un fármaco para poder superar una pérdida, pero que acaba abrazando la dependencia.
No será lo único suyo que se vea este año. Todavía sin fecha, pero suya es Superstar, la serie producida por Los Javis sobre el mundo de Tamara, Paco Porras y compañía que promete mezclar dos universos tan particulares como el de Vigalondo y el de aquellas personas que la televisión utilizó y desechó para dar espectáculo.
¿Cómo ha sido este lapso de tiempo entre película y película?
He tenido la mínima tentación de decirte que he decidido estar unos años fuera de circulación para reencontrarme conmigo mismo. He estado a punto de mentirte.
Pero no es cierto.
La verdad es que no. De hecho, la primera versión del guion de esta película la tenía ya escrita mientras estaba paseando Colossal por festivales. Yo siempre tengo un proyecto disponible en el menú por si las cosas se tuercen, pero uno nunca sabe cuánto tiempo va a tardar en hacer la siguiente película. Y más asombroso todavía es que tampoco tiene que ver la relevancia o el éxito de la película anterior a la hora de acelerar la siguiente. Yo creo que de todas las películas que he hecho, la más conflictiva o la que más rozó con todos sus públicos fue Open Windows, y, sin embargo, Colossal salió casi inmediatamente después y tuvo un recorrido mucho más fructífero.
¿Ha habido muchos proyectos caídos también?
Yo siempre tengo una película que es la que deseo hacer y la que se acaba haciendo. Por otro lado, he tenido otros dos guiones terminados, uno de ellos era una adaptación de Stephen King que conseguimos los derechos para hacerlo, y que ahí se quedaron.
Tampoco debería lamentarme ante la sequía de proyectos, porque en realidad no he parado de rodar. Entiendo que hay una mística en torno al formato largometraje que hace que hasta que no hagas otro largometraje parece que no estás haciendo cine. Y es una mística en la que me dejo empapar. Por supuesto, yo también tengo unas ganas locas de volver a hacer una película y si tardo muchos años en hacer otra, como que noto que algo falta. Pero en realidad el día de rodaje es el día de rodaje y para mí rodar es un placer.
¿Y ofertas?, ¿siempre se habló mucho de una para hacer Supercrooks?
Si ahora te digo las cosas a las que me he presentado a concurso fliparías, pero no puedo decirlo porque entonces empezarían a saltar titulares, titulares muy mezquinos y muy deprimentes, porque son cosas que no han pasado. Pero esta historia te la va a contar cualquiera que haya metido la patita en Los Ángeles, en realidad no es tan especial. Por un lado, todos los directores están constantemente recibiendo ofertas y, por otro lado, Hollywood es un sitio que se define por la cantidad de cine que no hace, porque en proporción son muchas más que las que se hacen, en un número dramático.
¿Le asustó meter la patita y decidió quedarse aquí?
Es un sitio donde la calidad de vida es significativamente peor que aquí. A menos que estés cumpliendo un rol para el cual la ciudad está preparada: o eres mendigo o eres millonario. Se conciben esas dos realidades. Los Ángeles está diseñada para que estés buscando un espacio entre medias, pero ese sitio va a ser conseguir ser millonario o conseguir ser mendigo.
¿Es su película más melancólica, la más triste? Al final es una película sobre el duelo.
Claro. Imagino que sí, porque no es una película que hubiera hecho hace diez años. A mí la melancolía siempre me ha parecido un sentimiento muy atractivo de cara a la narrativa. Siempre he valorado que un texto tenga esa cualidad, porque no es exactamente la tristeza, no es exactamente el drama, es algo más delicado. Pero creo que el duelo no es melancólico. Creo que el duelo es devastador, es destructivo. No sé hasta qué punto uno puede invocar la melancolía a partir de una muerte próxima. Igual tienen que pasar unos años para hacer sonetos con ello.
En la película hay un fármaco que ayuda al protagonista a afrontar la pérdida, ¿es un reflejo de cómo uno se enfrenta al duelo en la vida real?
Sí. Yo no quiero ser moralista ante la gente que se automedica para superar una circunstancia tan trágica como el duelo, porque estás intentando gobernar tu propio cerebro. No eres tú quien decide. Es tu cerebro el que no quiere afrontar el duelo desde una posición madura. Igual tú ya al mes querrías volver a ser una persona funcional, pero es que tu cerebro decide que no, y si no tienes tanta suerte como los que pueden acceder a una consulta psiquiátrica o te puedes pagar un tratamiento a la altura del problema, pues a veces pasa que la gente recurre a soluciones más inmediatas y que desgraciadamente en un momento dado son más accesibles y más baratas que las que deberían estar al alcance de la mano.
La película tiene un juego de formatos, uno de ellos es el betacam.
Esta historia me encanta, no puedo dejar de contarla porque es divertidísima y tiene hasta su tercer acto y su clímax. Cuando escribí el guion, me estaba comiendo el tarro pensando en que la película es un zigzag. Es una ida y vuelta entre dos mundos. Es alguien que en su propia cabeza empieza a resetear una relación. Y en esa ida y vuelta los dos mundos empiezan a mutar. Yo lo que quería era una clave visual que le dijera constantemente al espectador dónde estamos. Yo necesito que esté clarísimo y no quiero que haya ambigüedades, precisamente para que luego pueda haberlas, pero necesito que esté todo claro.
En el guion yo puse blanco y negro y color, que es como la solución más de cajón, pero era lo único que encontraba, y nos dijeron que ni de coña. Los americanos, los socios, nos dijeron que no. No eres los Coen, no eres Eggers, no eres Iñárritu. Para las ventas internacionales el blanco y negro está prohibido. Tienes que ser muy famoso o muy de culto para que te dejen. Nos dieron esa noticia a poco de tener que empezar a rodar y entramos en pánico. Entre las cosas que se nos pasaron por la cabeza y una a la que me aferré, era utilizar una cámara exactamente igual a la que utilizábamos cuando hacíamos cortos antes de ir a la universidad, que es la Betacam SP. La analógica, la grande. Con cintas magnéticas en rigurosa definición estándar.
El duelo es devastador, es destructivo. No sé hasta qué punto uno puede invocar la melancolía a partir de una muerte próxima. Igual tienen que pasar unos años para hacer sonetos con ello
Entonces le propusimos a los americanos lo del Betacam y nos dijeron que sí. Yo reconozco que cuando le mandé el email tenía el culo cerrado y decía “esto es imposible, es que estamos ofreciendo algo mucho más loco que el blanco y negro”. Porque claro, el Betacam ya te recorta la ventana. Eso de que la película cuando Nicolás está despierto tenga un formato cuadrado no es porque nos gusten las películas de A24, que ahora está de moda, sino porque esa cámara es lo que da. No hay más.
Hay una cosa del personaje de Henry Golding que me recuerda a Colossal, y es que el personaje en un momento de su evolución acaba siendo posesivo, saca una parte oscura.
En Colossal era más fácil porque era el antagonista, pero aquí es el protagonista.
Es muy interesante que el protagonista, a priori un tipo estupendo, tenga esa parte. Justo en este momento vivimos un debate sobre si todos los hombres tenemos ese comportamiento. ¿Le interesaba hablar de eso?
Bueno, llevamos ya tiempo con ese debate. Hay gente que ha desarrollado como una alergia a que una película pueda hablar del término masculinidad tóxica. Sobre todo hombres que creen que el término masculinidad tóxica es ya meternos en un territorio donde vamos a estar dándole vueltas al mismo tema una y otra vez, cuando en realidad desde géneros antediluvianos como el cine negro se habla de la condición tóxica de los personajes masculinos. Evidentemente, ahora hay como un foco más grande debido a todo lo que hemos vivido en los últimos años.
Hace unas semanas Marta Nieto me decía que solo preguntamos a las mujeres por el Me Too, y que hay que preguntarle a los directores, así que recojo su guante y le pregunto como cineasta si realmente ha cambiado la industria.
Si miras todo lo que he hecho desde mis cortos, he estado siempre picando la misma piedra, incluso si revisas mi blog de El País. Yo, por ejemplo, en una película como Her, que es una película excelente y visionaria, siempre me quedo con la sensación de que cuando al personaje protagonista le comen los celos, la película no está del todo cuestionándole. En este tipo de cine con el que me he metido, porque el cuestionamiento del punto de vista no suele estar muy presente.
¿Y a nivel estructuras ha cambiado algo?, ¿sigue habiendo esas jerarquías que favorecían el abuso? ¿O la llegada de nuevos productores y esa mirada nueva que menciona ha hecho que cambie algo?
Sí que puedo ver cambios a través de los testimonios de la gente que me rodea. Yo, en realidad, mi experiencia personal es tan pequeña… es que yo en realidad tengo como una especie de vida de juguete como director. Yo he estado siempre producido por Nahikari Ipiña, mi socia. Hemos estado juntos siempre. Las películas que he hecho, incluso las que no lo parecen, siempre han sido como muy pequeñitas y entre rodaje y rodaje tampoco tengo una relación muy directa con la industria. No vivo en sociedad, por decirlo así. Los cambios los he percibido más en las conversaciones y en los intercambios entre peli y peli que en el propio rodaje.
Sí que tengo que decir que a veces, hablando con compañeras actrices, el tema es también lo poco que en realidad han cambiado las cosas y las tensiones que se siguen dando y las frustraciones que se siguen dando. Que ese cambio de un mundo a otro que aparentemente se ha dado, en la práctica no siempre se da. Aquí no puedo hablar de casos concretos, pero hablo de historias novísimas, de antes de ayer. Eso sigue pasando.
¿Cómo podemos favorecer ese cambio para que eso no exista? Desde todos, periodistas, industria, productores…
Pues yo creo que lo fundamental es que en el día a día los valores que defendemos se aprecien segundo a segundo. Que la persona que en un momento dado vende en redes una personalidad, transpire a través de ti segundo a segundo, o incluso que las ideas que transmites en tus películas te representen también como persona. No vale hacer una película sobre el valor de la empatía y el respeto a las mujeres si en cuanto la cámara se apaga tienes una conducta tóxica, no ya con las mujeres, sino con todo el resto del equipo. Entonces, yo creo que lo más importante es que si tienes una filosofía de la que presumes, que se aplique segundo a segundo en tu existencia sin que te parezca un sacrificio de nada. Parece una cosa elemental, pero si presumes de tener unos principios, que se apliquen en todo momento. No estoy diciendo una cosa tan extraña. No tengas dobles, triples o cuádruples caras. No compartimentemos diferentes personalidades…
Eso suena a lo de la persona y el personaje...
Es que no debería ser tan difícil. Creo que no es mucho pedir el que si eres un autor, lo que expresas y lo que eres estén en sincronía. Se puede ser coherente. Yo puedo simpatizar más con la persona que hace películas donde puedes percibir un grado de vileza y que esa persona también sea vil. Con eso no tengo tanto problema. Yo abrazo con más confianza el mal antes que las contradicciones. Las contradicciones me enervan.
Hace años le cerraron su blog en El País por un chiste en Twitter sobre el Holocausto. Justo hace unas semanas hizo el monólogo en los premios Feroz hablando de eso, de las redes sociales, de lo que se permite o no… ¿Cómo valora el momento actual respecto al que vivió entonces?
En ese momento yo sentía que se había decidido no entender el contexto en el que hice algo que era inequívocamente un chiste. No había ambigüedad de ningún tipo. Encima, si veías el tuit anterior, era la segunda mitad de un chiste que venía de antes. En su momento me sentí muy violentado. Tenía que haberme bajado un poco los humos porque aquello tampoco era tan relevante. Me parecía todo muy obvio y me parecía muy injusto, pero a la vez me estaba dando cuenta de que me estaba pegando contra una bola de piedra a lo Indiana Jones. Esto era sobre el último tema, el Holocausto. Algo que no se debería tocar. Debería haber un contrato social. No se pueden hacer chistes. Es como la n-word en Norteamérica y en todo el mundo. Hay una valla electrificada.
Reconozco que por aquel entonces me parecía discutible. Pensaba que si mitificamos algo, lo estamos sacralizando. Además, también había un halo de irreverencia, porque asociábamos todo eso al pasado. Ahora, diez años más tarde, pienso que ojalá esa bola estuviera ahí presente y ojalá esa mistificación y esa verja electrificada estuviera presente más que nunca. Porque los mismos agentes que hace diez años me decían ‘tolerancia cero’ ahora tiene ‘tolerancia cinco’. Todos sabemos que el gesto que ha hecho Elon Musk es real. Todos sabemos que está guiñando a los mismos, para los cuales menos de una semana más tarde hace un mitin en Alemania pidiendo que la gente olvide el pasado y lo supere. En un mitin en Alemania le dijo a los neonazis, porque es lo que son, que lo que hay que hacer es olvidar el pasado y mirar hacia el futuro y soñar con una Alemania libre de multiculturalismo.
¿Está preocupado?
¡Cómo no! Claro que me preocupa. La gente dice que esto es como Alemania en los años 30. No lo sé. No sé si es como Alemania en los años 30. No sé si hay que alarmarse. No sé si estamos siendo víctimas también del periodismo alarmista o de la retórica de redes. Porque tanto en la posición a favor como en contra, las exclamaciones son muy atractivas. Pero hay algo que para mí lo hace más grave, y es que en los años 30 la gente que se dejó seducir por el fascismo no tenía como precedente el Holocausto. No tenía esa historia trágica, definitiva, como referente de hasta qué punto las cosas podían salir mal. Ahora sí. Y eso como punto de partida es peor que el de los años 30. Espero también que la derecha no tan a la derecha vea que es el momento de posicionarse.
Vídeo de la entrevista completaVídeo: Javier Cáceres, Nando Ochando y Adrián Torrano