En sus páginas se entrelazan reflexiones, conversaciones con los funcionarios y otros presos, los paseos diarios por el patio de la cárcel, enfado, hastío, miedo, tristeza, identidad y egos. Sus palabras atacan, pero también arropan y construyen un relato no oficial, y mucho menos imperante de la guerra. La suya es la primera persona de una mujer, joven, activista, feminista, que también convive con ella; pese a no ser soldada, ni haber sido herida, asesinada ni violada. La autora de Chicas e instituciones cita en uno de sus capítulos a Alla Gútnikova, poeta, investigadora y activista rusa que fue arrestada en 2021 por incitar a menores a “comportamientos peligrosos” por grabar un vídeo en defensa del derecho de los estudiantes a manifestarse en apoyo a Alekséi Navalni. Pasó más de un año en arresto domiciliario hasta que logró escapar de Rusia.
“Ahora comprendo cuando escribe que su arresto domiciliario no está tan mal comparado con cumplir condena en prisión. Pobres de nosotras, chicas, incluso en situaciones así nos sentimos impostoras que ocupan el lugar de otro. No, mejor dicho, que no ocupan un lugar 'verdadero'. Uno duro de verdad, a diferencia del nuestro. El lugar de la mujer en la cocina, el lugar de la mujer en la resistencia, el lugar de la mujer en la cárcel”, escupe en palabras Daria Serenko desde su celda. Al igual que Alla Gútnikova, ella también vive en el exilio. En 2022 marchó a Georgia y en 2023 se trasladó a Madrid, donde sigue residiendo. “No solo faltan voces de mujeres, faltan voces de las personas vulnerables y todas aquellas sobre las que la guerra tiene un impacto”, reclama la escritora a elDiario.es
La poeta rusa incide en la importancia de las narrativas que se generan en torno a las contiendas, por cómo estos relatos calan y son heredados entre generaciones. “En el colegio me enseñaron la guerra como una historia de victorias y derrotas, masculinas. Recuerdo que mi consciencia desconectaba con estos mapas en los que las víctimas no eran más que flechitas y números. Una especie de gamificación, la guerra se convertía en un juego”, reconoce. Contra este tipo de educación, defiende que el feminismo y el antimilitarismo deberían ser “las bases para un mundo en equilibrio”.
Daria Serenko critica que en Rusia se haya cultivado un mito en torno a la guerra como “valor social”, que provoca que se “romantice”: “Los niños juegan a la guerra, las niñas también. Crecen pensando en la guerra como una posibilidad”. Una opción que los medios de comunicación amplificamos, sin que esto, necesariamente, genere efectos positivos. A la poeta le preocupa que, pese a que lo que se presupone es que “despertara empatía” en la población, ocurre que llevan a “interactuar con estas imágenes como simplemente entretenimiento, como un producto más”. La autora señala que la manipulación cuenta con su propio papel en esta dinámica.
Teniendo todo esto en cuenta, la autora valora que los medios “pueden influir en el trabajo preventivo contra las guerras, pero no por sí solos. En colaboración con la cultura, la educación”. Unir todas las fuerzas posibles para “deconstruir la cultura de la guerra”. “Para mí transmitir la voz de los vulnerables es uno de los mecanismos que funcionan, porque lo que hacen es aterrizarte desde ese concepto casi mítico de la guerra a la realidad de lo que está ocurriendo”, opina. Y no dejar de hacerlo, pese a la posible sensación de que dentro de la que califica como “sobresaturación constante” de guerras, “no haya espacio para pararse y pensar cómo podría ser el mundo sin ellas”.
Un contexto que lamenta que se conciba como una utopía: “Por eso probablemente la tarea de los movimientos antimilitaristas es elevar ese umbral, ese horizonte, para que las personas no dejen de soñar”. La escritora compara esta percepción con la que se tiene sobre la existencia y permanencia en el tiempo de las contiendas. “Es completamente normal que tengamos la sensación de que la guerra es algo que está ahí y que no se puede cambiar. Sé que es algo horroroso, pero que comparten muchos rusos y ucranianos que están en contra del conflicto”.
La entrada en escena de TrumpDonald Trump regresó a la Casa Blanca tras ser elegido como presidente de Estados Unidos el pasado mes de enero. Las consecuencias de su llegada al poder, con las primeras políticas que ha ido poniendo en marcha, están repercutiendo a nivel global, incluyendo la guerra de Ucrania. De hecho, esta misma semana se ha reunido con Vladímir Putin. “Creo que van a entrar en conflicto por ver quién la tiene más grande y qué político es el más conservador del mundo. Como siempre, los hombres no tienen otra cosa que hacer”, afirma con ironía.
Daria Serenko opina a su vez que Trump se ve “como un político que acabará con las dos guerras [Ucrania y Palestina] y que se está apresurando mucho en hacerlo”. “Que tenga tanta prisa significa que, en lo que se acuerde, el bienestar de Ucrania le va a importar muy poco, y esto da miedo porque seguramente no le importe el precio que Ucrania va a pagar por la paz”, advierte.
La vida después de la cárcelQuince días fue el tiempo que Daria Serenko estuvo en la cárcel. Su salida se produjo un día antes de que dieran comienzo los ataques de Rusia. Visto con perspectiva, describe que “la experiencia de la migración y la guerra fueron bastante peores que un arresto de mierda de dos semanas”. “Preferiría que este libro no existiera, que yo no tuviera motivos para escribirlo”, asegura. La escritora comparte que prácticamente no recuerda el primer año tras estar prisión, pese al trabajo que llevaron a cabo desde el movimiento antimilitarista. “Algunas compañeras fueron detenidas y torturadas”, critica sobre aquel periodo.
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El segundo lo dedicó al “sentimiento de culpa” por haber abandonado Rusia, “cuando paralelamente Navalny sí volvía a ingresar en prisión”. “Mucha gente se quedó y prefirió la guerra antes que emigrar. Intentábamos mantenernos a flote en este espacio entre los que se marcharon y los que se quedaron. Aprendíamos, intentábamos llevar el movimiento antimilitarista clandestino hasta donde fuera posible”, indica. En paralelo, le detectaron estrés postraumático. La poeta describe la migración como “una suerte de poner el contador a cero. Empiezas a vivir de nuevo y de pronto tienes una visión infantil de todo lo que te rodea”.
Daria Serenko expone que marchar de su tierra produce un “desdoblamiento”, entre la escritora, periodista y activista que trabaja; y la “niña interior que de repente ha salido al exterior, tiene un vocabulario muy limitado porque no conoce el idioma”. Entre medias queda espacio para “una mirada fresca hacia las cosas, todo le sorprende, se entusiasma con muchísimas cosas”.
Todavía sufre las consecuencias. “Siento que he perdido dos casas, Rusia y Georgia, ya que de allí tampoco me marché por voluntad propia, llegó un momento en el que era peligroso. Me sentí como si me hubieran cortado en pedazos y, cuando logré recogerme y volver a ponerme en pie, de repente sucede algo más. Un nuevo pifostio por el que vuelves a tener que empezar de cero, cuando lo único que quieres es vivir tranquila”, expresa.