Quizás por eso resulta todavía más fascinante que, sin necesidad de recurrir a tácticas convencionales ni a fórmulas predecibles dentro del mercado actual, Amaia haya conseguido lo que muchos artistas que sí apuestan por estos métodos aún no han sido capaces de lograr: congregar a alrededor de 16.000 personas en un Palacio de Deportes de Madrid completamente lleno. No es fácil encontrar un proyecto musical de tal envergadura que conserve una identidad marcada por un sonido tan honesto y, sin embargo, su éxito demuestra que en la cima del pop español también hay espacio para este tipo de propuestas.
Es bastante simbólico, por ende, que Amaia decidiera arrancar el concierto desde el piano, el primero de la gran variedad de instrumentos que irían tomando el control del escenario a lo largo de la noche. Lejos de optar por un momento de mucha energía o excitación, solo el minimalismo de su voz y su composición abrían la velada. La canción elegida es la pista de apertura de Si Abro Los Ojos No Es Real (2025), su tercer álbum de estudio lanzado hace apenas unas semanas. “Voy a cruzar un puente largo, no sé si hay alguien esperando”, canta la artista en Visión. Pronto se daría cuenta de que eran muchos los que la esperaban complacidos.
La delicadeza del comienzo puso de manifiesto la atmósfera que habría durante las casi dos horas de espectáculo, donde 27 canciones divididas en cuatro actos daban lugar a una cita a la que la gente, en su mayoría joven, acudía a muchas cosas: a bailar, a cantar, a reír o incluso a llorar. Sin embargo, una de ellas primeraba sobre todas las demás: aquí la gente venía a escuchar. “Qué fuerte, Dios mío. Estoy muy contenta y un poco abrumada”, decía emocionada. Si Amaia hubiera decidido salir sola bajo la única compañía de su micrófono, su mera presencia habría bastado para dejar a todos hipnotizados. Desde su Tocotó, que atisbaba la fiesta que se avecinaba, hasta su extrañísima pero a la vez tan suya interpretación de Nanai, la compositora pedía al público que se agarrase fuerte y que no se soltase.
Amaia estaba impecable. Cualquiera podría haber pensado que, tras sacar el trabajo más completo de su carrera, defenderlo en directo se antojaba como un reto complejísimo. Y si alguien realmente lo hubiera pensado habría hecho bien en hacerlo, pero lo cierto es que tal cosa no ha pasado por la cabeza de nadie que haya estado siguiendo su carrera desde sus inicios. Amaia hace constantemente que lo difícil parezca muy fácil, que lo extraordinario se torne en algo cotidiano. Cuando la artista cantó la bellísima Auxiliar, posiblemente la mejor canción de toda su discografía, la sencillez de la actuación lograba que destilase vida propia. El tema, escrito desde la perspectiva de su madre, es una reivindicación del amor hacia los hijos que impregnó el recinto de una preciosa emotividad, como si se lo estuviese cantando directamente a su madre y no fuese necesario hacer nada más.
Es complicado afirmar con seguridad cuál fue el momento exacto del concierto en el que Amaia abrió los ojos, entendiendo la expresión como ese instante en el que una persona es advertida de la realidad. Tal vez lo hizo durante su maravillosa interpretación de C’est La Vie, cuando fue ensalzada por la elegante orquesta que se encontraba todo el rato rodeándola. O puede que lo hiciera al versionar a piano de forma exquisita Me pongo colorada de Papá Levante, en la que supuso una clara demostración de que es capaz de hacer lo que le de la gana. “Ya sabéis que me encanta versionar”, confesó entre risas.
No obstante, hubo un asomboso momento de la noche en el que, si para entonces Amaia aún no había abierto los ojos, esto hizo que los abriera con más fuerza que nunca. En el momento en el que la artista se atrevió a tocar el arpa mientras cantaba Ya está, la audiencia respondió con un enmudecimiento total. Amaia había dominado por completo el ambiente y se había apoderado de él, inventando el color de cada sensación que quería crear. “Hoy he conversado con un niño, los dos estábamos perdidos. Luego a venido a por él su mamá. Vale, ¿y a mí quién me viene a buscar?”, se preguntaba entonando la melodía del tema.
Esta no es la primera vez que Amaia ofrece un concierto en el Movistar Arena. A finales de 2023, cuando todavía se llamaba WiZink Center, ya eligió el Palacio de Deportes como el recinto de cierre de la gira que la hizo recorrer España promocionando Cuando No Sé Quién Soy (2022), su segundo álbum de estudio. En esa ocasión no había abierto todas las gradas del pabellón, por lo que, aunque se puede decir que llenó las localidades que ella misma había dejado disponibles, no era un auténtico lleno. Pero ahora todo estaba a rebosar, no cabía ni una sola alma más en el amplio recinto.
Por eso también se sintió diferente la espectacular actuación de Santos Que Yo Te Pinte, la cover del tema de Los Planetas que la cantante metió en el disco y que la encumbró en su pasada gira. Volverla a interpretar con la misma magia, en el mismo lugar y más de un año después para muchísima más gente no solo cierra un círculo, sino que otorga un valor especial a su ascendente trayectoria. De ese álbum también repitió pistas como Dilo Sin Hablar, Yo Invito o La Canción Que No Quiero Cantarte, que esta vez sí cantó junto a Aitana tras su ausencia en el concierto de 2023.
Como si no estuviera ante miles de seguidores observándola, Amaia se lo pasaba pipa en el escenario bailando como cualquiera podría hacerlo frente al espejo de su cuarto. A veces le daba por percatarse de todos aquellos que tenía delante aclamándola y fingía sorpresa e inocencia: “¿Qué tal? ¿Os está gustando?”. Y, pese a ello, Amaia seguía siendo Amaia, como cuando aceptó un ramo de flores de una asistente y prometió que leería más tarde la carta para “no perder mucho tiempo” de concierto. La artista conectaba con el público en la divertidísima M.A.P.S, al que le acercaba el micrófono para que gritara el estribillo, y dejaba que le hiciera los coros durante la sensual Giratutto.
Y, de nuevo, cuando había que volver a teñirlo todo de magia, la artista se fortalecía de su maestría con muchísimo ingenio. Amaia se la jugaba con un tablao flamenco en mitad de su estupenda Despedida, regresaba a su álbum debut con la nostálgica Quedará En Nuestra Mente a la guitarra y homenajeaba a Federico García Lorca con una impresionante versión de Zorongo Gitano que unió a Rumores de la Caleta de Isaac Albeniz. Para cerrar la cita escondía un as bajo la manga: la muy bonita Tengo Un Pensamiento, que inicia a capela, y la alegre Bienvenidos Al Show, que fue la que utilizó para abrir su anterior gira.
Desde 2018, Amaia activó con convicción su propia ‘operación triunfo’, muy distinta a la que le exigía la industria tras alcanzar el foco mediático. Esa operación pasaba por tomarse su tiempo, construir su identidad artística con paciencia y esperar hasta encontrar un camino que realmente sintiera suyo. Quizás si Amaia se hubiese decantado por otro estilo musical habría llenado el Palacio de Deportes de Madrid mucho antes. O quizás nunca lo hubiera hecho. Pero lo que es evidente es que su fórmula es ya imparable. Amaia ha abierto los ojos con muchísima fuerza y se ha dado cuenta de que sí, por supuesto que todo esto es real.