Francesc Miró: El congreso (Ari Folman, 2013)
Hoy ya es algo habitual: Robert De Niro pasa gran parte de El Irlandés con el rostro modificado digitalmente para aparentar una edad que no tiene. Este mismo año se hizo lo mismo con Will Smith en Gémenis de Ang Lee, y eso que al príncipe de Bel-Air no se le notan especialmente los años. De hecho, hoy ni siquiera es necesario que un actor siga con vida para que la industria rentabilice su imagen, y bien lo saben los rostros recreados digitalmente de Peter Cushing o Carrie Fisher, entre otros.
En El congreso, basada libérrimamente en El congreso de futurología de Stanislaw Lem, Ari Folman especulaba sobre una industria del cine cambiante, inmersa en una sociedad de la imagen cada vez más dependiente de la economía de la atención. En ella, Robin Wright se interpretaba a sí misma y vendía su imagen a una productora que capturaba digitalmente su cuerpo. Ella se retiraba y Hollywood seguía haciendo películas con su imagen. Caótica, extraña y profundamente irregular, El congreso es una de las películas que más libremente ha especulado sobre lo que significa el audiovisual en nuestros días y cómo nos cambian las relaciones que establecemos con las imágenes.
Francesc Miró: El cuento de la princesa Kaguya (Isao Takahata, 2013)
En 2018 perdíamos a uno de los animadores más importantes de la historia del cine: Isao Takahata fallecía a los 82 años en Japón. Dejaba tras de sí un legado importantísimo como cofundador de Studio Ghibli, y director de series tan míticas como Heidi o Marco, de los Apeninos a los Andes, y de largometrajes como La tumba de las luciérnagas, Recuerdos del ayer o Pompoko.
Su última película captaba no solo la esencia de los valores que él había buscando transmitir a lo largo de sesenta años de carrera, también un sentir y una forma de comprender el arte de la animación. Basada en una fábula popular nipona, El cuento de la princesa Kaguya se cuenta entre una de las mejores pruebas de lo que el medio ha sido capaz de conseguir en lo que va de siglo.
Mónica Zas: The Handmaiden (Park Chan Wook, 2016)
Fue la película más seductora de 2016, pero también la de ejecución más atrevida. Chan Wook empezaba presentando una fábula algo naíf sobre dos cazafortunas y terminaba doblándola sobre sí misma y revisitando las mismas escenas con una dosis extra de sexo lésbico, venganza y perversión. Como suele pasar con el cine oriental, La doncella fue un rompecabezas brillante de empoderamiento feminista y humor negro que, sin embargo, no recibió el apoyo que merecía en taquilla.
Es, sin duda, una de las reinas de la década porque no había lagunas en su desarrollo. El director surcoreano se jugó una baraja entera de cartas y salió vencedor. Junto a él, dos bellezas camaleónicas (Kim Tae-ri y Kim Min-hee) que intercambiaban los papeles de sumisa y poderosa a su antojo y una cuidada banda sonora que le ponía la guinda final.
Como no caben sus virtudes en dos párrafos y una imagen vale más que mil palabras, enmarcamos la escena en la que Sook-hee le limaba una muela a lady Hideko dentro de una bañera. Aunque solo sea por ella, la erótica minimalista de La doncella no debería caducar ni en otros diez años más.
Mónica Zas: Inside Out (Pete Docter, 2015)
Si se pudiesen nombrar emociones con películas, Pixar sería un estado de ánimo en sí mismo. En Inside Out confluyen varios tanto dentro como fuera de la pantalla, lo que le ha convertido en uno de los títulos más queridos de la factoría y aplaudidos en todo el mundo (recordemos la ovación de diez minutos en Cannes).
A diferencia de otras maravillas que apelan a la nostalgia de forma más vulgar, como Toy Story o Up, Del revés se asentaba sobre un minucioso psicoanálisis de la mente humana. De hecho, sus artífices siguen diciendo hoy en día que ha sido el proyecto más complicado de realizar de su historia.
Por suerte para todos, el resultado fue impecable. La personalidad de Riley dividida en islas (Isla Payasada; Isla Hockey; Isla Amistad; Isla Honestidad; Isla Familia), la complicidad inevitable entre Alegría y Tristeza y el almacén de recuerdos en forma de parque de bolas mostraban lo difícil que es hablar de sentimientos usando un lenguaje infantil y lo bien que se le da a Pixar. Los niños lo entendían y los adultos sentían esa punzada de dolor que solo propinan los mensajes subliminales. Aunque no sea la favorita de muchos, poco más hace falta para pasar a los anales de la década (y de la Historia).
Mónica Zas: Antes del anochecer (Richard Linklater, 2013)
Quizá por lo hercúleo de su propuesta, el director estadounidense se merecería más el puesto por Boyhood que por la última entrega de su querida trilogía. Sin embargo, es imposible no dar cuenta del broche -por el momento- de la historia de amor entre Céline y Jesse porque cada una ha marcado una década desde los años 90, aunque la más sobresaliente siempre será Antes del atardecer.
En la que nos ocupa descubrimos que, a pesar de complacer las expectativas del público sorteando los mares, abandonando a sus parejas y dándose una oportunidad, la relación idílica no existe y menos cuando el tiempo pasa y la pasión prohibida deriva en la monotonía y las obligaciones. No obstante, la belleza de la complicidad que se refuerza durante los años persiste y eso, casi siempre, es más necesario que un buen polvo. Tan real, doloroso y humano como la vida misma.
José Antonio Luna: Her (Spike Jonze, 2013)
Pocas películas abordan el significado del amor moderno como Her. ¿Podemos enamorarnos de una Inteligencia Artificial? Spike Jonze aborda hasta qué punto la línea entre humano y máquina puede difuminarse. Sustituir algoritmos por sentimientos es algo que priori puede sonar descabellado, pero no lo es tanto si "esa" voz es la que nos acompaña en paseos por la playa o la que nos pregunta qué tal nos ha ido el día antes de dormir. Puede que, una vez llegado ese momento, ese asistente virtual pueda ser visto como algo más.
Pero la cinta de Jonze no solo explora el romance con las máquinas. En el fondo, aunque con una pátina de distopía, trata cómo es afrontar hoy día una relación a distancia. Charlas telefónicas hasta las tantas de la noche, ese mensaje que queda sin responder, la impotencia de querer tocar y no poder… En la actualidad existen más medios que nunca para estar conectados en la lejanía, pero no son suficientes. Especialmente, cuando quien está al otro lado se apaga al colgar la llamada.
José Antonio Luna: Vengadores: Endgame (Hermanos Russo, 2018)
Endgame no es un filme cualquiera. Es la culminación de 11 años de desarrollo y 22 películas de superhéroes. Nos guste o no, Iron Man, Capitán América o Viuda Negra han cambiado la industria del cine comercial hollywoodiense tal y como lo conocíamos. Por eso es tan importante que el punto final a una década de taquillazos haya sido tan redondo y que sus directores, los Russo, hayan encontrado el equilibrio perfecto para que confluyan todas las historias.
La expectación que genera un evento como Endgame no está actualmente al alcance de ninguna franquicia. Ni siquiera de Star Wars (y menos tras El ascenso de Skywalker). Y además de cumplir con las expectativas, lo hace arriesgando con el fan y explorando largo y tendido sobre un aspecto: el drama del vencido. Hay que dejar paso a las nuevas generaciones y aceptar que lo que nos ha definido hasta entonces no es perpetuo, sino que tiene fecha de caducidad y eso, más allá de la nostalgia consecuente, es positivo. Debemos mirar hacia el futuro para construir otros referentes, y ese es el mensaje de Endgame.
Ignasi Franch: Zama (Lucrecia Martel, 2018)
La realizadora argentina Lucrecia Martel había destacado por dramas pequeños, más bien contemplativos, como La niña santa o La mujer sin cabeza. Con su cuarto largometraje, Zama, hizo su propia propuesta dentro de una cierta tradición de cine histórico, ajeno al tratamiento espectacularizador propio de los biopics y las recreaciones de época al uso. El filme trata de las desventuras de un colono en la Argentina del siglo XVIII que, a pesar de querer volver a España, está atrapado en el engranaje de un poder imperial en decandencia.
La obra marteliana remite más a la austeridad de Roberto Rossellini (El mesías) o Jacques Rivette (La duquesa de Langeais) que a la furia energética del Herzog selvático (Aguirre: la colera de Dios, Cobra verde). La propuesta se basa en un ritmo pausado que puede impacientar, pero incluye sugerentes escenas fantasmagóricas incrustadas entre las estampas de abatimiento del personaje. El tramo final de incursión en unas tierras consideradas salvajes, que deviene una aventura agonística en paisajes hermosos capturados sin afectaciones, llega a conjurar la belleza y el horror de lo místico.
Ignasi Franch: Dos días, una noche (Luc Dardenne y Jean-Pierre Dardenne, 2014)
Dos campeones del cine social europeo, los hermanos Dardenne (Rosetta), han procurado a menudo que sus películas desprendiesen una cierta intensidad. Su enfoque de Dos días, una noche iba más allá: la lucha de una madre trabajadora para conseguir que no la despidiesen se convertía en un thriller contrarreloj. En unas pocas horas, el personaje interpretado por Marion Cotillard (Origen) debía conseguir que sus compañeros renunciasen a una prima para que ella pueda conservar su empleo.
La elección de los Dardenne resulta potencialmente significativa de nuestro presente, de nuestras vidas laborales convertidas en una sucesión de amenazas y cuentas atrás donde no cabe la tranquilidad ni la estabilidad. El dúo de cineastas belgas volvería a aplicar un barniz de thriller a la posterior La chica desconocida, el relato de la indiferencia ante la muerte de una persona migrante, donde la responsabilidad y la culpa se convierten en fuerza motora de una investigación.
Luis J. Menéndez: El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011) y Boyhood (Richard Linklater, 2014)
Las razones por los que estos dos títulos son mis favoritos de la década que ahora termina son en realidad muy similares, y por eso mi "exposición de motivos" es conjunta. Ambas son, cada una a su manera, cintas que hablan de la aventura de la existencia, de sus altos y sus bajos, de la soledad y de la familia, de los errores y los aciertos del día a día, del paso de tiempo y de las huellas que deja en cada uno de nosotros.
Malick lo hace desde un esteticismo impactante, y Linklater sacando partido a su capacidad como narrador, que de forma sorprendente no se ve afectada a pesar de que el rodaje se alargó durante dos décadas. Ambas son profundamente emocionantes, cada una a su manera, y apelan directamente a la condición de ser humano. No se me ocurre qué más se le puede pedir a un largometraje de ficción.
Laura García Higueras: La La Land (Damien Chazelle, 2016)
Su realizador Damien Chazelle imprimió desde Whiplash (2014) -otra película que también podría haber entrado en esta lista- su particular, rítmico y colorido sello. Un estilo que en 2016 trasladó a este homenaje al cine, los sueños y, sobre todo, al jazz. La película arranca con un atasco que deriva en una secuencia musical. Con ella consigue desde el inicio atrapar al espectador que, por unos minutos y al son de Another Day Of Sun, querría estar encerrado en su coche en aquella autopista de Los Ángeles. Con cláxones incluidos.
Su banda sonora, prodigio de Justin Hurwitz, es uno de sus grandes alicientes, al igual que su puesta en escena, que encandila en cada plano con su viva paleta cromática y ese aura de nostalgia tan potente. La La Land permitió coincidir en las salas a amantes y detractores de los musicales, y disfrutar de la deleitable química entre Emma Stone y Ryan Gosling. Ellos son los protagonistas de esta historia de amor en la que las aspiraciones, expectativas y objetivos de cada uno les entrelazan y distancian. Eso sí, siempre les quedará el Seb's y ese epílogo en el que vivir para siempre.
Laura García Higueras: Custodia compartida (Xavier Legrand, 2017)
El francés Xavier Legrand filmó en 2013 el cortometraje nominado al Oscar Antes de perderlo todo, en el que abordó las horas en las que una mujer trataba de llevarse a sus hijos de su casa y escapar de su marido maltratador. Una auténtica e incómoda misión -casi- imposible que, cuatro años después, decidió continuar en la película Custodia compartida. En esta, con el matrimonio ya divorciado, la madre solicita la custodia completa de su hijo Julen, para protegerle de su padre.
La violencia de género está aquí contada desde el terror, con momentos de auténtico thriller con los que el realizador se ahonda de lleno en el sufrimiento, la crudeza y el miedo absoluto que infunde este padre descontrolado. Su visionado se torna en experiencia que hace retorcerse en la butaca, frustra y conecta con la parte más visceral y vulnerable de cada uno. En particular, la escena en la que la hija mayor celebra su cumpleaños como coartada. En ella, la angustia se palpa en las miradas que retrata en un magistral plano secuencia donde, aunque no se escuchan los diálogos, se entiende todo. Y ese todo no implica un regalo precisamente agradable.
Carmen López: Spotlight (Tom McCarthy, 2016)
La película está basada en la historia de cómo un grupo de periodistas del periódico The Boston Globe investigan sobre los abusos sexuales que se dan dentro de la Iglesia Católica. El reportaje se publicó en 2002 y se llevó el Premio Pulitzer al Servicio Público al año siguiente. La película estuvo nominada a seis categorías de los Premios Oscar y se llevó los de Mejor Película y Mejor Guión Original.
Carmen López: Remine, el último movimiento obrero (Marcos M. Merino, 2014)
El matrimonio formado por los periodistas Marcos M. Merino y Marta Fernández Crestelo dejó su trabajo en televisión y se mudó con su hija a Asturias con la intención de hacer un documental sobre la situación de las cuencas mineras en 2012. Y allí les pilló la última gran huelga de la minería, con 4.000 trabajadores de Asturias y León protestando contra los recortes gubernamentales, que cambió el rumbo de la película.
Merino filmó desde dentro los enfrentamientos contra la policía, los encierros en dos pozos de Hunosa y la gran marcha hasta Madrid, donde fueron recibidos por cientos de personas. Pero también la idiosincrasia de un movimiento que sin las mujeres no habría sido posible y el desmoronamiento de los grandes sindicatos.