Diez meses después del arranque de un proceso de movilización ciudadana que hizo visible el hartazgo de buena parte de los 41 millones de argelinos con un sistema de poder no solo anacrónico sino también corrupto y antidemocrático, Argelia ha llegado a unas elecciones presidenciales que se pueden ver cómo el punto en el que se han cruzado dos caminos divergentes. Así, la victoria del ex primer ministro Abdelmadjid Tebboune, con el 58,15% de los votos, será vista por unos como la confirmación de su visión lampedusiana, mientras que para otros solo quedará como un intento fracasado de parar las ansias de cambio de la ciudadanía.
Por uno de esos caminos transita le pouvouir, una amalgama de facciones malavenidas, a cuyo frente destacaba hasta hace muy poco el hermanísimo, Said Buteflika, sustituido ahora por el jefe del Estado Mayor, Ahmed Gaid Salah, los prebostes de las empresas públicas y los principales dirigentes del Frente de Liberación Nacional y la Reagrupación Nacional para la Democracia. Incapaces de consensuar un relevo al decrépito Abdelaziz Buteflika –lo que probablemente les habría evitado enfrentarse a la situación actual–, volvieron a ser los uniformados, encabezados por el ya citado Gaid Salah –más conocido como "Sargento García", como parodia sarcástica de un personaje televisivo de escasas luces–, los que tomaron las riendas del proceso.
Su estrategia se ha centrado desde entonces en intentar calmar las protestas, primero desembarazándose del propio Buteflika y luego fijando un calendario electoral (retrasado tanto en abril como en julio) para llevar a la presidencia a un actor circunstancial, encargado de mantener el statu quo vigente aplicando algunas medidas cosméticas que no alterasen los privilegios de sus promotores. No por casualidad, los cinco candidatos finalmente en liza eran hombres, colaboradores del sistema en diferentes puestos de responsabilidad, mayores y de origen rural. Simultáneamente –como migajas que trataban de aparentar una voluntad real de reforma, pero que más bien pretendían fragmentar al ya por entonces denominado Hirak (el Movimiento)– se usó el sistema judicial para eliminar a antiguos enemigos internos –no solo al hermanísimo, sino también a ex jefes de gobierno como Ahmed Ouyahia y Abdelmalek Sellah–, haciéndolo pasar por un ejercicio de justicia sensible a las demandas de la población, al ofrecer sus cabezas al pueblo (como en las mejores versiones de cualquier dictadura que se precie).
A partir de ahí, ya solo quedaba confiar en el cansancio de la población movilizada (con dosis de represión muy medidas) para rematar el plan con la necesaria tarea de manipulación de los votos de quienes, a pesar del boicot promovido por el Hirak, decidieran acercarse a las urnas. Se contaba para ello con la Autoridad Nacional Independiente para las Elecciones (ANIE), creada exprofeso para la ocasión hace apenas tres meses (en las anteriores convocatorias era el Ministerio de Interior el encargado de esta tarea). De ese modo, sin caer en la tentación de anunciar unos resultados a la norcoreana, se nos dice que un 41,14% de los argelinos han depositado su voto; lo que significa en torno a diez puntos menos que en los comicios de 2014, pero sirve para dar un barniz de representatividad del sentir popular. Igualmente, se otorgan a más de la mitad de los votos a Tebboune (identificado desde el principio como cercano a Gaid Salah), con idea de evitar una segunda vuelta que habría supuesto un mayor (y quizás insostenible) desgaste de quienes están pilotando este proceso.
Por el otro de los caminos señalados se ha movido el Hirak. Tras haber superado el trauma de la herida violenta de la última década del pasado siglo y el miedo a la represión de un sistema ducho en la materia, porcentajes crecientes de la población argelina no solo se han levantado contra la farsa de un poder que no atiende sus necesidades, sino que ha sostenido la protesta de manera pacífica desde finales de febrero. Y esa es su principal fortaleza, evitando los intentos de cooptación por parte de grupos de la oposición política (incluyendo unos grupos islamistas en decadencia). Pero también de ahí se deriva su propia debilidad; no solo porque siempre es más fácil destruir o combatir un modelo que alumbrar uno nuevo, sino también porque su renuncia a potenciar a líderes reconocibles y a presentar alternativas estructuradas de futuro pueden volverse en su contra a corto plazo.
A sus 74 años, Tebboune llega ahora a la presidencia en un contexto de profunda decepción ciudadana y con un escaso respaldo popular. En el mejor de los casos (suponiendo ilusoriamente que esa fuera su intención) le será muy difícil salirse de la senda que le marque le pouvouir (al que, en definitiva, pertenece y representa). Y tampoco resulta fácil imaginar cómo va a llevar a cabo las reformas que demanda la población cuando los precios del gas y del petróleo están en franca caída y cuando se acaba de aprobar el presupuesto para 2020 con una reducción prevista del gasto público del 9%. Mientras tanto, en un nuevo ejercicio de ceguera, la Unión Europea contiene la respiración a la espera de que la jornada electoral reduzca la tensión y de que amaine la protesta.