“No me dejen solo”. Javier Milei miró los atriles vacíos de sus competidores y buscó complicidad con los moderadores. Hacía al menos un minuto había subido en soledad al escenario del segundo debate presidencial en el salón de actos de la Facultad de Derecho de la UBA y sus contrincantes no aparecían. Rápido, cambió la sonrisa y la mirada con el mentón arriba por un gesto de preocupación: no parecía estar cómodo en su lugar; no cruzaba pulgares arriba ni saludaba –como en el primer corte– a su equipo en el auditorio, entre ellos su vice Victoria Villarruel y su hermana Karina.