El Tres abrió la puerta, arrugó el hocico como si estuviera buscando un rastro en el aire, y dijo:
–Tienes que ver al Cajero.
Luego, cerró la puerta y se quedó de pie apoyando las manos en el respaldo de la silla de visitas. Su cuerpo informaba de que tenía prisa y esa prisa enseguida entró en contradicción con el espeso motivo de su presencia.
–Tienes que convencerle de que muestre arrepentimiento. Un arrepentimiento denso, potente. Nada de justificaciones y mucho menos de protestas de inocencia –el Tres mide casi dos metros y desde su altura y su voz cavernosa todo lo que sale por su boca parece tener sentido–.