Cuando hace menos de un año un busto de Anat, diosa de la guerra y la fertilidad cananea, apareció en un campo de Gaza nadie se extrañó. En la franja –dos millones y medio de personas en 45 kilómetros de largo por diez de ancho– se construyeron viviendas sobre yacimientos milenarios; se usa cada rincón. Mohamed, por ejemplo, plantaba lechugas en su bañera, los grafiteros usaban las casas bombardeadas para pintar coloridas ventanas. Los niños volaban las cometas junto al mar mientras sus padres tomaban té de salvia. Raúl Isasi, anestesista español de la organización humanitaria Médicos sin Fronteras que, atrapado en la franja durante semanas definió vía Instagram la situación como “terrible” ha logrado salir a Egipto junto a sus veinte compañeros.
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