Gestionar la muerte es un trabajo ingrato pero esencial y más aún cuando hay que administrar más de 20.000 fallecimientos por encima de lo habitual, como ha ocurrido en el último mes y medio en Nueva York, donde las funerarias afrontan una avalancha de muertos por el COVID-19 con una burocracia jamás pensada para una tragedia de tal magnitud, en una de las ciudades mejor preparadas para las emergencias.
Este miércoles la Policía de Nueva York descubrió dos camionetas sin refrigeración con un centenar de cuerpos amontonados y en descomposición a las puertas de una funeraria al sur de Brooklyn, que como muchas otras en la ciudad son pequeños negocios con locales no más grandes que una peluquería de barrio.
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