Si no fuera por la tragedia que conlleva, la decisión del Parlamento turco de aprobar el despliegue de tropas en Libia podría verse, en clave cómica marxiana, como el culmen de la entrada de actores en el atestado camarote en el que se encuentran los más de seis millones de libios atrapados en el conflicto desde 2011.
Además, nada apunta a que esa medida, que establece un mandato de un año para añadir tropas sobre el terreno a los drones, armas y asesores que Ankara ha aportado al conflicto desde el pasado verano, vaya a servir para poner fin a la violencia.
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