Cuando en septiembre llegó el momento de que Tapia Tattuinee volara al sur para dar a luz, no quería ir.
Todavía tenía frescos los malos recuerdos de la última vez que había dejado Rankin Inlet, su comunidad del centro de Nunavut, para dar a luz en Winnipeg, a más de dos horas de avión. La comida desconocida. La habitación de hotel apestosa donde Tattuinee y su madre se quedaron hasta que comenzó el parto. Los hombres que merodeaban fuera y que tan nerviosas les ponían al salir de la habitación.