"No se puede huir de la ansiedad, solo afrontarla", le dijo una vez la pediatra a Aída, una chica de 12 años forzada a mudarse a El Médano (Tenerife) con su madre tras la separación de sus padres. Una niña que ya no lo es tanto, que es empujada a una adolescencia con la que cuesta lidiar —borracheras, soledad, decadencia y abuso sexual mediante—, y cuyo tránsito comparte como puede con su grupo de amigas. Ellas son las protagonistas de Leche condensada, la primera novela de la poeta Aida González Rossi, que ha transformado el crecer en una lúcida, cruda y luminosa partida de Pokémon.
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