El programador Will Wright trabajaba en una aplicación para ordenadores que permitiera hacer simulaciones arquitectónicas. Se podían diseñar habitaciones, disponer diferentes objetos por ellas, cambiar los colores de las paredes… Todo estaba confeccionado para ayudar a los profesionales a pasar casas del mundo virtual al real. Sin embargo, el equipo de desarrollo se dio cuenta de algo inusual: los encargados de probarlo se pasaban más tiempo manipulando las personas por el escenario que construyendo.
Era mucho más divertido comprobar cómo un muñeco intentaba hacerse el desayuno, por supuesto con fatídicos resultados, que calcular al milímetro cómo de recto debería estar un cuadro.
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