Las inversiones foráneas en el exterior han emitido el más claro vestigio de que la globalización se ha desacompasado. Hay un desajuste entre la sincronización entre un PIB mundial dinámico en ritmo de prosperidad -por encima del 4%, la tasa a partir de la cual se genera la suficiente riqueza como para acometer políticas de distribución justas del bienestar-, un comercio que duplicaba los niveles productivos del planeta y un tránsito entusiasta de capitales que ejercía de fuente de alimentación de ambos parámetros.
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