“Mañana es el momento de la verdad para el mundo”. Las palabras de George W. Bush retumbaron en la base de Lajes, en Terceira, una de las islas Azores, aquel domingo 16 de marzo de 2003. Con esa frase de resonancias apocalípticas, el presidente de EEUU lanzaba un doble ultimátum: a la ONU, para que aprobara ese mismo día una resolución que legitimara la intervención en Irak, y a Sadam Husein, para que aceptara el desarme inmediato de su país. Flanqueaban a Bush el primer ministro británico, Tony Blair, y el presidente español, José María Aznar.