Durante los más de 900 días que pasó encarcelado, Ramy Shaath se aferraba a dos cosas para poder sobrellevar la prisión. La primera, evitar caer enfermo –estar enfermo en la cárcel, dice, es una "doble cárcel"–. La segunda, la comunicación con otros presos, personas de diferente ideología con las que muchas veces no tenía nada que ver, pero ahí estaban, dándose apoyo. Cuenta que animaba al resto a cantar y a contar chistes, especialmente sobre el régimen de Abdelfatah al Sisi, para "perder el miedo", y también daba charlas políticas, para enfado de los agentes.