Ante mí tengo un pequeño altillo. Para mí, es un espacio para guardar las pocas maletas que caben dentro. Para algunos libaneses, podría ser la habitación de la criada. Ese es uno de los primeros impactos con los que me recibió Beirut nada más instalarme. Acababa de alquilar un piso en el popular barrio de Hamra y el portero, satisfecho, me lo enseñaba. Le comenté que el agujero sobre el lavabo me iría muy bien para meter trastos. Pero Samir respondió sonriendo.