Patrick Bringley no tardó en aprender la máxima del oficio al que acababa de llegar. En turnos de ocho a 12 horas diarias, te aburres del arte y miras a la gente; te aburres de la gente, miras al arte. Había cumplido 25 años, estaba agotado, su hermano mayor acababa de fallecer por un cáncer y necesitaba romper con lo que hacía. Cambiarlo por algo sencillo y que le permitiera sobrevivir en Nueva York. Creyó que encontraría consuelo en la belleza y allí estuvo diez años.
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